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Pigmeo

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Chuck Palahniuk

Mondadori

 

Definitivamente, Chuck Palahniuk se ha convertido en un astuto camello para lectores incautos. Y es que sus primeros libros son como la cocaína primigenia de The Wire: tan excelentes como inesperados. A un pobre jovenzuelo le dejan caer en las manos El club de la lucha y cree haber descubierto la piedra filosofal. El alpha y el omega de la literatura. El no va más. Y no solo se engancha rápido, sino que además se lo cuenta a sus amiguitos. Que a su vez lo expanden. Y se lo empiezan a meter en vena. Y crean una leyenda semejante a la de Heisenberg en Breaking Bad. Pero en el mercado de las drogas hay una realidad inexorable: no hay traficante que mantenga durante años un nivel de calidad mínimo. Y esto le ha pasado a Palahniuk. Por el mismo precio de Fantasmas nos daba una papelina con Rant. Y se lo perdonábamos. Hasta el mejor camello tiene un mal día, nos decíamos durante años. Cuando recordábamos la magistral Asfixia —no se pierdan la película, por cierto— nos vendió Snuff. Que sí, que nos curaba el mono, pero nunca acabábamos de estar a gusto. Siempre la misma sensación: es la misma droga, pero esta vez no ha acertado con el corte. Y cuando los drogadictos de las librerías acabamos por desistir de él y empezamos a buscar otros proveedores llegó Pigmeo, una obra que empieza rematadamente mal, con una sintaxis atroz y un argumento absurdo. Pero con el paso de las páginas uno se va haciendo a la nueva realidad. Y esta consiste en que Palahniuk, tal y como les pasó a Stringer Bell y a Avon Barksdale, no volverá a ser jamás el que fue. Así que no nos queda otro remedio que tomarnos el libro como lo que es: una droga con un corte más depurado que otras veces, pero siempre a años luz del producto inicial. Hay que olvidarse del gran camello que fue Palahniuk y centrarse en la lectura como si nos hubiera sido proporcionada por un chavalote encapuchado de la esquina. Y solo a partir de ese momento es cuándo disfrutaremos. Porque el libro es malo, pero divertido: un comando de pigmeos, acogido por diversas familias de una congregación religiosa, planea un macroatentado en el corazón de los USA. Todos ellos son expertos en artes marciales, en la fabricación de explosivos caseros y están convenientemente aleccionados en las doctrinas de Mao, Hitler y Stalin. Hay quien quiere ver una denuncia a la xenofobia, pero la única verdad que transmite el libro es que el American Way of Life puede con cualquier ideología. Y algo que quizás les parecerá extraño: la obra tiene una sorprendente retirada a las novelas más bufas de Eduardo Mendoza —Sin noticias de Gurb o El último trayecto de Horacio Dos—. No haremos un llamamiento para que acudan a las librerías en masa pero si cae en sus manos, no lo desprecien: es posible que incluso les guste. Sin ir más lejos, en mi propia casa hemos reído y disfrutado como enanos. Y nunca mejor dicho.


Antonio Orejudo: “La universidad española es casposa y grosera”

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Antonio Orejudo para Jot Down

Un personaje que se llama como el autor de la novela, Antonio Orejudo, y que al igual que él es escritor y profesor de literatura en la Universidad de Almería tras su paso por Estados Unidos. Un antiguo compañero de universidad, Cifuentes, va a visitarlo a la caseta de la Feria del Libro, donde Orejudo firma ejemplares. Cifuentes pasa por una mala racha: problemas en su matrimonio, problemas con su hijo adolescente y problemas con una chica de la universidad que le ha puesto en graves aprietos. Ésta es la sinopsis de Un momento de descanso. La novela analiza el papel que representa el escritor y contiene una constante crítica de la universidad y los estudios de humanidades. Además de mucho sentido del humor, algo característico en todos sus libros.  No se puede desvelar nada más sin recurrir al “spoiler”, palabra con que en algunos foros españoles ha pasado a traducirse el carnicero destripamiento. Pero es suficiente para adentrarnos en la charla con Antonio Orejudo.

La charla tiene lugar en una taberna de la Plaza Flores, en Almería, donde en un banco se encuentra sentado un John Lennon de metal, recuerdo de su paso por esta ciudad en los años sesenta, donde dicen pudo escribir Strawberry Fields Forever. Cerca, en la plaza de Juan Casinello, transcurren los últimos días de las acampadas-protesta del 15-M, asunto que se tratará en la conversación con este escritor que recibiera el Premio Tigre Juan a la primera mejor novela con Fabulosas narraciones por historias (1996) o el Premio Andalucía de la Crítica con la segunda, Ventajas de viajar en tren (2000).  Luego llegaron La nave (2003), Reconstrucción (2005) y esta Un momento de descanso (2011) que el que suscribe estas palabras hace dedicar con una firma antes de pasar a desempeñar su labor como entrevistador:

A propósito de esta dedicatoria, en su último libro un personaje se dedica a estudiar a los escritores no a través de sus obras, sino precisamente de las dedicatorias a los lectores. Usted debe de haber firmado ya seiscientos millones de ellas. Supongamos que ese personaje decide estudiarle a través de las dedicatorias que ha hecho hasta el momento. ¿Qué conclusiones sacaría?

Que soy un tipo sin pizca de imaginación. La dedicatoria te coloca en una situación algo embarazosa. El lector espera un destello de talento… que no siempre se produce. No es posible ser brillante veinticuatro horas al día. Yo, si tengo una hora de lucidez a la semana, voy listo. Por eso, la conclusión que sacaría es que no sirvo para escribir.

La industria editorial está dominada por la novedad constante. Se editan muchísimos libros y además existe toda una guerra comercial para llevarlos a la “primera línea de batalla” del escaparate de las librerías. Usted sin embargo es un novelista que escribe lentamente. Ha editado novelas cada cuatro o cinco años. ¿Cómo se las apaña para escapar de esa dinámica que sí afecta a otros muchos escritores incluso cuando no son superventas, de ese “quítate tú pa ponerme yo” de los escaparates?

No ha sido una cosa que haya planeado. Publico cuando tengo un producto competente y competitivo, como diría el ejecutivo de una empresa. Para trabajar así de lento lo primero que se necesita es una fuente de ingresos en otro lugar, como es mi caso. Me gano la vida dando clases de literatura en la Universidad. Eso me permite ser tan chulo como para decirte esto que te estoy diciendo. Lo demás lo pone la escasa velocidad de mi intelecto. Hay gente que produce sin parar y produce además con calidad. Yo soy incapaz.

¿Cómo salva la tentación, llamémosla ególatra, de dedicarse de lleno a la literatura? De decir “dejo mi trabajo y solamente voy a escribir, que ya tengo un gran reconocimiento”.

Es más peligrosa otro tipo de tentación ególatra. Después de publicar una novela, durante la promoción, te hacen sentir el centro del universo. Y lo que sí puede ocurrir es que quieras publicar otra vez, cuanto antes, para seguir siendo el centro de ese pequeño universo. Eso se soluciona poniendo una calavera en la mesa para recordarte que eres mortal, como aparecen los sabios en los retratos del Renacimiento.

¿Tiene que hacer a cambio de esa libertad algún tipo de concesión al editor?

Lo único que tengo que hacer es soportar la llamada del editor al segundo año preguntando cada dos meses “¿cómo va lo tuyo?”. Bueno, en realidad existe un pacto tácito. En el fondo están de acuerdo con el principio general de que no se puede hacer una buena novela en menos de tres años.

¿Hay algún estudio realizado sobre la media de tiempo en la que un editor se cansa ya de llamar a su novelista?

Un editor nunca se cansa. Yo siempre les contesto lo mismo: “Es posible que no vuelva a escribir una novela”.

Un momento de descanso está llena de estudios literarios de diverso tipo, con nombres bastante rimbombantes. ¿No le causa “repelús” que dentro de un tiempo sea usted también objeto de estudios con un nombre igualmente rimbombantes para, por ejemplo, la tesina de alguien?

Bueno… alguno tengo ya. Lo que me gustaría es aparecer en los libros de texto, si tal cosa existe dentro de unos años, con bigotes y orejas de burro pintados por el alumno. Esa es la prueba inequívoca de haber alcanzado la gloria literaria.

O dar nombre a un colegio.

También, o a un complejo polideportivo.

A propósito de alumnos, en su última novela aparece una alumna vengativa. No sé si al ser profesor de Universidad y escritor, algunos alumnos a los que no les caiga especialmente bien tienen más fácil manifestar su resentimiento al estilo “buah, si es un mal escritor, fíjate”.

Algunas veces, en algunos foros, me ha parecido entrever en algunas críticas demasiada ira como para haberla provocado yo con mis libros. Esa ira sólo puede provenir de un alumno… o de un colega.

Una de sus características como escritor es que trabaja la estructura de la novela de una forma novedosa, o al menos muy alejada de la narración clásica.

Hay escritores que siempre escriben lo mismo. Su obra es un solo libro escrito una y otra vez. Yo soy más frívolo y procuro hacer algo diferente en cada novela. Pero no pensando en el lector, sino pensando en mí. Es que me aburro en seguida de mis obsesiones.

El otro día leí a un lector en un foro que comparaba esas estructuras con la de las películas de Spike Jonze.

¿Sí? (Risas) Qué barbaridad. Es sorprendente. Nunca lo había pensado. Pero bueno, el lector es soberano. Puede hacer lo que le dé la gana. Incluso tirar el libro a la basura. En el caso de mis libros y los de cualquiera. Se lo digo a mis alumnos. Que dejen los libros en la página cincuenta si no les gustan. Hay muchas cosas para leer.

Un momento de descanso también critica los estudios sobre humanidades y en general a la universidad española.

Hay una confesión de un estado de ánimo. Muchos colegas y yo decidimos dedicarnos a las humanidades al terminar C.O.U. Bien, pues estos saberes, que han estado en la vanguardia del conocimiento durante siglos, ya no sirven para nada en el nuevo mundo emergente. Resulta amargo saberse en el margen cuando uno creía estar mejor situado.

Y se trata de otro desengaño, el que llega a cierta edad cuando los hijos crecen y el matrimonio se tambalea.

Cerca de los cincuenta se produce una hecatombe. Da igual lo que hayas hecho en la vida. Seas rico o seas pobre, al llegar a los cincuenta tienes la sensación de haberte equivocado en todo.

Desde hace años se ha puesto de moda una pregunta en las entrevistas a novelistas: “¿Es autobiográfica?”. Esto no sucede en otros campos creativos. Ni en el cine, ni en el arte ni en los cómics. Al menos no con esa constancia machacona. En su novela uno de los protagonistas tiene su mismo nombre y se dedica a lo mismo que usted. Y no le voy a preguntar si la novela es autobiográfica, sino por qué cree que existe esa obsesión en preguntarlo casi siempre.

Pues mira, no me lo preguntas pero yo te lo contesto. Sí, es autobiográfica. Lo es en la medida en que todas las novelas son autobiográficas. ¿De dónde saca los materiales el escritor? De su memoria y su imaginación. Pero no es más autobiográfica que una novela escrita en tercera persona. Claro, hay un personaje que en lugar de llamarse Héctor o Clara se llama Antonio Orejudo. Además aparecen fotos mías. Entonces se produce un efecto óptico y se piensa que es más autobiográfica que si estuviese escrita en tercera persona. Dicho esto, mi idea de por qué ese morbo por preguntar a los novelistas por si su novela es autobiográfica se debe a que la novela ha perdido fuelle y peso social. Entonces la gente se las toma como una fantasía para niños: “este señor se lo ha inventado todo”. ¿Qué hace la novela para intentar recuperar la fe de quienes la han abandonado? Pues se encamina hacia dos lugares: uno es el reportaje o ensayo periodístico, y estoy pensando en las novelas de Javier Cercas. Otro es la auto-ficción: “este señor no me lo estoy inventando yo, esto me ocurrió a mí y para demostrarlo voy a llamar al personaje principal Antonio Orejudo… o Vila-Matas“. Hoy, la gente entra mejor en un testimonio que parezca real que en un testimonio inventado.

Precisamente Vila-Matas aboga en artículos recientes por las novelas llenas de imaginación e inventiva y critica a los que optan por el realismo.

El realismo es también una manifestación de la imaginación. Ni siquiera una fotografía es la realidad. Si haces una fotografía de esta calle, no es esta calle. Ha habido una selección de lo que aparece, una mirada. Contar una cosa —y tú lo sabes que eres periodista— implica también esa selección. Yo no hago esa distinción entre literatura de imaginación y literatura realista.

El sentido del humor es una constante en tus novelas. Recuerdo que hace unos años, no sé si en una entrevista que le hacían o en uno de sus libros autobiográficos, el escritor Martin Amis se definía a sí mismo como novelista-humorista. Eso creo que es impensable en España.

Me parece algo muy valiente, pero el mundo anglosajón es muy diferente. En el mundo cultural español, está prohibido. Y es curioso, porque si echas un vistazo a la tradición encuentras sobre todo libros de risa. ¿Por dónde empieza la cosa? Pues empieza por El libro del buen amor que es una especie de comedia de Lina Morgan pero situada en la edad media. Los personajes aparecen bailando, cantando… un número tras otro, como en una revista. La Celestina, que está muy mal explicada en el bachillerato, es también un libro de risa donde personajes que simulan estar enamorados lo que quieren es follar. El lazarillo de Tormes no invita a la carcajada pero es una sonrisa permanente… y la mala hostia que hay detrás. Y por supuesto el Quijote. Pero la risa parece prohibida en el siglo XIX y en el siglo XX, que es un siglo muy trágico. Y además en España hay una idea penitencial de la lectura. La gente cree que, o le duele, o la lectura no aprovecha. Es algo muy católico. Si alguien dice: “es un libro de humor”, a continuación otro añade “pero de humor inteligente”. Como si la característica fundamental del humor fuera la imbecilidad. Hay un exceso de solemnidad en las letras.

Utilizando la denominación de Amis, el caso de un novelista humorista español tan bueno como Eduardo Mendoza refleja esta situación. Sus novelas más serias son las más valoradas. Y eso que ha escrito varios monumentos al sentido del humor.

Sí, se valoran sus obras serias. Y sin embargo en El misterio de la cripta embrujada, considerada por la crítica sesuda una novela menor, es un intento de escribir algo que no se había hecho antes: una novela que funda la tradición policiaca con la picaresca. Es un experimento literario de primer orden, tratar de combinar el género negro americano con el género picaresco puramente español, a ver lo que ocurre. Esa novela tiene mucho valor. Pero como es de risa… parece mentira que esta cultura nuestra, con esa actitud, tenga al Quijote como su primer libro. Es alucinante la contradicción.

¿Qué autores basados en el humor puedes destacar en este momento?

Si hubiera escrito Desgracia de Coetzee, Ruido de fondo de Don DeLillo y Pastoral americana de Philip Roth no hubiera escrito nada más porque todo lo que tenía que decir lo hubiera dicho ya. Esos tres novelistas y esas tres obras me parecen un resumen envidiable de lo que yo querría hacer. De los tres, el menos humorístico es Coetzee, que aun así tiene su punto. Philip Roth tiene un humor soterrado. El más humorista es Don DeLillo.

Con la alumna vengativa en el instituto americano que aparece en Un momento de descanso podría pensarse en una adaptación en parte de Desgracia, que también tiene un profesor en apuros a causa de un problema con una alumna. Sólo que trasladado, como haría Eduardo Mendoza, a otro estilo de novela.

Cualquier persona que escriba sobre la universidad en Estados Unidos tiene que hablar de eso antes o después. No es una adaptación. Hay otra novela de Philip Roth, La mancha humana, que también habla de eso. Es que hablar de ese tipo de problemas en la universidad anglosajona es como hablar de los problemas de endogamia en la universidad española. Son los dos grandes problemas de un sitio y de otro.

Los anglosajones llaman a ese género o subgénero, como queramos denominarlo, “novela de campus”. En otras ocasiones ha manifestado que sería imposible hacer una aquí debido a las características de la universidad española.

Es un poco cutre la universidad española, sí. Bueno, tú has estudiado ahí…

Lo lamenté mucho y todavía lo lamento.

Es muy casposa, es tan grosera que si haces una novela realista sobre la universidad española te sale una astracanada. Sale una película de Paco Martínez Soria… no, de Pajares y Esteso. Eso es lo que sale. Es otro tipo de desgracia. No, la universidad española no da para un El mundo es un pañuelo, de David Lodge o un Lucky Jim de Kingsley Amis, el padre de Martin.

Hemos hablado de ese desencanto o frustración que llega con la edad. Ahora asistimos a un tipo de desencanto, por ejemplo fijándonos en las acampadas-protesta, que llega a una edad joven. ¿Puede tratarse del mismo tipo de frustración sólo que acelerada por los acontecimientos económicos y sociales? Antes, alguien de veintitantos empezaba su vida laboral con ciertas perspectivas. Ahora antes de empezar ese camino parecen sentirse ya en una situación de desmoronamiento.

Es un desencanto diferente. El desencanto del que te hablaba antes es descubrir que todo aquello en lo que basaste tu vida no sirve para nada, que los saberes que estuvieron en el centro de la cultura están ahora en el margen. Estos chicos se encuentran con que no van a encontrar trabajo. Pero sí hay una relación: ambos desengaños forman parte de un mismo proceso. Desde hace quince o veinte años el mundo está cambiando de una manera brutal, como el paso de la edad media al renacimiento o del renacimiento a la edad industrial. Estamos viviendo un momento muy apasionante para los investigadores futuros. Nosotros, protagonistas de este momento, lo vivimos con mucha incomodidad. ¿Por qué? Porque nos hemos educado en unos principios que se están revelando inútiles e inservibles en el nuevo mundo. Tú menos, que eres más joven, pero yo por ejemplo he aprendido que el saber está en los libros…

Igual que yo. Me eduqué en esos mismos principios. De hecho durante la carrera no se había introducido Internet y he llegado a trabajar en algún diario que todavía no tenía Internet ya en el año 2000.

Entonces entenderás perfectamente lo que te estoy diciendo. Para mí el saber está en los libros. Pero en este mundo que empieza a emerger el saber no tiene que venir necesariamente de la información contenida en los libros. El hombre culto es una cosa mucho más compleja que el hombre culto del renacimiento, que es el que hemos vivido, un hombre que lee, que sabe lenguas. Eso por un lado. Nosotros, los de mi generación y también la tuya, consideramos como un valor la verticalidad y la profundidad. Tú coges un libro, te vas a tu habitación y lo lees en silencio y sin distracciones, en vertical. Y cuanto más profunda y concentrada sea esa lectura, más consideras que te aprovecha. Pues los nuevos cerebros, los de mis hijos o los amigos de mis hijos, han cambiado la profundidad y la verticalidad por la horizontalidad. Estoy pensando en Facebook, un ejemplo claro de horizontalidad. Y los niños, los jóvenes, cada vez soportan menos un producto cultural que les obligue a focalizar su atención en vertical, profundamente. Sustituyen la verticalidad, el enfoque y la profundidad por la diversidad y la horizontalidad. Eso cambia la manera de enfrentarse al mundo. Al final, lo que tenemos en común los de mi generación y los que están ahí acampados es un malestar ante un mundo que está cambiando y cuya forma final no conocemos. En su caso significa desempleo. En el mío significa desengaño.

Es usted profesor universitario y también padre, o sea, tiene contacto constante con gente joven. ¿Cómo ha vivido el asunto de las acampadas?

Cuando hice la presentación de mi libro en la universidad era el día siguiente de empezar las acampadas. Tomé la palabra y les dije “Estoy muy contento de que estéis aquí y hayáis llenado el aula magna para ver a vuestro profesor, del que tenéis que estar hasta los cojones, pero me hubiera gustado más que el aula magna hubiera estado vacía porque todos vosotros estuvieseis en la acampada que hay ahí en la plaza de abajo”. A mí me parece que es un buen indicio que incluso en Almería, que siempre ha sido una ciudad muy pasiva,  los chicos hayan hecho algo. Ahora bien, si nos quedamos en que hemos hecho algo pero no sabemos para qué sirve ese algo, hemos convertido esto en un folclore. Y me temo que se va a quedar en folclore. No veo a la familia Botín aterrada por las acampadas que se han producido en toda España. No, no veo a Botín inquieto.

¿Para qué cree que han servido al final las acampadas?

Esto ha servido para construir una tarima desde la cual quizá se puedan hacer cosas en el futuro. Si dentro de unos meses la plataforma 15-M decide convocar lo que sea ya no va a ser una platlaforma desconocida. Se ha construido la tarima y se ha puesto el micrófono para anunciar actos en el futuro. No creo que se haya hecho más.

Como profesor ¿cómo ve el futuro de esos alumnos que parecen abocados al paro? Para colmo es usted profesor de literatura, en cierto modo uno de esos valores que ha comentado que no sirven ya para nada, o al menos no en el modo en que servían antes. Casi tendría que advertirles. Recuerdo que en la carrera de periodismo, que empecé hace casi veinte años, ya había profesores que el primer día de clase te recomendaban dejar la carrera.

Me gustaría preguntarles cuál es el malentendido que se ha producido en su adolescencia para venir a estudiar filología a la universidad de Almería. Se debe de haber producido algún malentendido, quizá un enamoramiento, una mala canalización de algún impulso sexual… algo ha pasado ahí, pero no es normal que en la universidad de Almería haya más de cien tíos estudiando humanidades y filología en primer curso. Pero, por otra parte, estoy molesto con que nos hayan metido en un tipo de universidad sin comerlo ni beberlo y hurtándonos el debate. Se ha hecho una universidad que tiene que servir únicamente para satisfacer las necesidades del mercado. Ese es el Espacio Europeo de Eduación Superior, más conocido como Proceso Bolonia. ¿Qué quieren las empresas? Pues eso vamos a producir nosotros. Y estoy un poco decepcionado con que los estudiantes no hayan protestado ante el desmantelamiento de la universidad como centro de conocimiento y su conversión en factoría de mano de obra.

Y es un proceso imparable.

No se ha debatido, no se ha discutido. Se ha impuesto. Y lo que más me preocupa y me entristece es que los chicos no se han rebelado.

Quizá le pida demasiado a gente muy joven a la que desde el colegio han conducido a la carrera universitaria.

Es que el sistema es muy hábil. Esto se ha impuesto después de que se haya procedido —desde hace diez o quince años— a una infantilización brutal de la juventud. Recuerdo, cuando estaba en 6º de bachillerato, haberme puesto en huelga contra la selectividad. Eso que se hacía en el instituto ahora ni siquiera es posible en la universidad. Lo de las acampadas por ejemplo: cuando yo estudiaba, la universidad hubiese desempeñado un papel importantísimo en un movimiento con el 15-M. Posiblemente las acampadas se hubiesen hecho en la propia universidad.

¿Qué cabe esperar entonces de la universidad en el futuro?

Que funcione como un perfecto engranaje de mano de obra barata y diseñada para cuestiones concretas. ¿Qué necesita la industria de la energía renovable? Pues tome. ¿Qué necesitan los laboratorios farmacéuticos? ¿Qué quiere Microsoft? Quedarán desterrados todos los saberes que no tengan una aplicación inmediata y tangible. Con las humanidades pasará lo mismo que ha pasado con mis colegas de latín y griego. Se nos pide publicaciones de impacto, así las llaman. Pero ¿qué impacto puede tener hoy una nueva edición de La Celestina? Hasta que dentro de unos siglos (o quizás dentro de unas décadas, a causa de la aceleración histórica) descubramos el disparate y se viva un nuevo Renacimiento.

Esa crítica constante a las humanidades en Un momento de descanso, ¿parte del desengaño ante lo que ya se va a perder o crees que todavía pueden aplicarse de otra manera?

Las humanidades se pueden enseñar de forma que desarrollen el criterio propio y ayuden a no convertirte en un ciudadano fácil de engañar por la publicidad política y económica. Para eso sirven los comentarios de texto. Sí, los comentarios de texto. Los comentarios de texto como tales pueden parecer actividades aburridas. Es como hacer abdominales, una cosa que cuesta pero que es útil si quieres tener tableta. Del mismo modo, cuando desarrollas la habilidad de interrogar a un texto,  ya no creerás lo primero que intente decirte un político, un banquero o un jefe de personal. Has hecho una gimnasia y has desarrollado una capacidad para analizar los discursos y la retórica que envuelve la mentira. Y eso hace ciudadanos más responsables, con criterio, más difíciles de engañar.

Ese poder político que trata de engañar al ciudadano, como ha explicado, ya no se encuentra con esa especie de contrapoder que era la universidad. Pero tampoco los medios de comunicación ejercen de contrapoder, no hay cuarto poder. Es como si todos se hubiesen fundido, se hubiesen hecho uno.

Es como una maquinaria. Yo, que tengo una mente un poco conspiranoica, diría que realmente se reúnen en un sótano y deciden cómo va a ser el mundo en los próximos años. Es fascinante pensarlo así. Pero no creo que suceda de ese modo. Creo que el sistema está tan bien hecho que lleva a que confluyan las fuerzas sinérgicas. Y que todos quieren lo mismo. El proceso de infantilización no sólo en la universidad sino en la sociedad española en los últimos veinte años es abrumador. En el mismo kiosco donde yo compraba la prensa hace veinte años mi alumnos compran ahora chuches. gominolas, caramelos y regalices.

Aunque ese proceso llega a edades más altas, incluso a gente camino de los cuarenta.

O más. Mira, recuerdo que en los setenta, durante el proceso de transición, había un programa donde se preguntaba a la gente por los cambios políticos. Los periodistas salían con el micro y la gente respondía. Y hoy sorprende si consigues ver esos programas la facilidad de palabra, la diversidad de registros de vocabulario que tenía la gente de la calle. Decían de una manera tranquila “bueno, sí, esto lo que pasa es que tal, en principio…”. Y se explicaban como un catedrático. Ahora coges gente por la calle y es que no sabe hablar: “¡Ejj que yo…!” (imita a alguien que vocifera con voz ronca)

A mí me sorprende eso mismo cuando he visto entrevistas a gente muy pobre en algunos países sudamericanos. Tienen un español excelente.

Un español excelente y una exposición de ideas perfecta. Eso indica que son gente con un cerebro muy claro. Eso aquí ha desaparecido. Hasta tal punto de que ahora tengo que leer varias veces los titulares de los periódicos, donde cada vez hay más becarios, para saber qué diablos quieren decir.

Retomando el asunto de la profundización y la verticalidad y el contraste con la horizontalidad y diversidad de ahora, ¿considera que esa horizontalidad puede afectar al escritor en el estilo o en el proceso de creación de la novela? Hay blogs con respuesta inmediata de los lectores, foros donde unos y otro, lectores y escritor, pueden charlar al mismo nivel, está Facebook…

Sin duda, es lo más apasionante de todo. Eso va a tener efecto. Y no sé si lo voy a ver yo. Va a tener efecto en la estructura de la novela… si es que sigue existiendo. No tengo nada claro que mis hijos vayan a consumir ficción en forma de novela. No lo tengo nada claro. Que van a consumir ficción seguro, porque es una necesidad humana. Pero la ficción ya no se produce solamente en forma de novela. Está en blogs, en cine, en otros formatos de Internet, en videojuegos. La novela fue un género que reinó pero ha ido cediendo terreno en los últimos cincuenta años.

No será usted también un apocalíptico de la novela, a la que han matado muchas veces.

A ver. Yo creo que la ficción va permanecer y sus consumidores también. Pero no sé si en forma de libro. Mis hijos no leen, y no será porque en casa no hay libros.

¿No leen ni siquiera los libros de su padre?

Esos son los últimos que leerían. Para que entiendas lo que quiero decirte te pondré el ejemplo de un alumno, que me dijo: “Mira, Antonio, cada vez soporto menos un producto cultural que me exija una atención mayor de tres cuartos de hora”. ¿Qué hará mi alumno con  la obra de Proust? No veo a ninguno de mis estudiantes sumergidos en la lectura de En busca del tiempo perdido, un producto cultural que requiere atención profunda y vertical no ya durante tres cuartos de hora sino durante muchas semanas. A lo mejor la novela, que siempre ha mostrado una gran capacidad de metamorfosis, encuentra una forma que no requiera atención profunda, que no esté construida hacia dentro, sino que sea horizontal, como Facebook. Que no requiera de una atención profunda en algo porque enseguida ofrece otra distracción. De hecho mi novela es criticada por los más sesudos porque tiene muchas “cosas”, me dicen. YA-LO-SÉ. Pero no es un descuido, es una voluntad de hacerla así.

¿Ha probado ya a experimentar la escritura combinando recursos de la red como blogs, foros, Facebook y demás?

Sí. Fíjate que algunas novelas recientes, incluida la mía, tienen fotos. Esa es la influencia más elemental. Eso antes se hacía en los blogs y ahora empieza a entrar en la literatura. Pero yo creo que va a haber influencias más profundas, esa es muy superficial.

Antes hablamos de Cervantes. En alguna ocasión ha comentado que libros suyos son una copia o un plagio de las novelas ejemplares de Cervantes.

Ésta. Me costó mucho hacerla. Empecé en tercera persona y no me salía, y no me salía, y no me salía. Pensé en abandonarla. Me he atrancado y ya está, y hay que saber decir “me rindo”. Y logré sacarla a flote porque me pregunté: “Bueno, ¿ésto cómo lo hubiera solucionado Cervantes? Pues como ha hecho en toda su obra, hubiera puesto a dos tíos a hablar”. Puse a un personaje en la caseta de la feria del libro y al otro que llega y se ponen a hablar. De pronto, todo empezó a fluir de manera natural. Yo creo que Cervantes es nuestro escritor más posmoderno. Explica este mundo mejor que muchos contemporáneos. A él le ocurre una cosa parecida a nosotros. Él también se ha educado en un mundo que desaparece. La desazón por ello, el desengaño, está muy presente en sus libros. Se ha educado en las verdades monolíticas de un imperio que sin embargo se está desmoronando, alumbrando la España de los próximos quinientos años. Él también tuvo fe en unos principios que se diluyeron como azucarillos. Eso mismo nos sucede a nosotros.

En un mundo que como comenta no se va a leer profundamente, y casi seguro poco a Cervantes, podría convertirse en una especie de divulgador de su obra. A lo mejor hasta ha tenido esa intención.

Es que el escritor lo que tiene que hacer es mirar a las generaciones anteriores. Y hacer la lectura contemporánea de esos clásicos. Mi generación y sobre todo las posteriores han menospreciado un poco a los clásicos en castellano. No a los de lengua inglesa, a los americanos… pero sí por ejemplo a nuestros escritores del Siglo de Oro, tan mal explicados en la escuela. Cervantes no es cool. Cuando publiqué mi primera novela y en las entrevistas hablaba de Cervantes en vez de hablar de Carver, me miraban como a un antiguo.

Aquí llega el momento donde acabamos con el concepto de originalidad tan relacionado siempre con el arte. Aprovecho para retomar a Vila-Matas, quien siempre ha apoyado el uso de citas de otros escritores entre otras cosas.

Es que la literatura no es otra cosa que la reelaboración de materiales anteriores. Quien crea que puede crear de la nada es en primer lugar un tipo muy ignorante y además muy fatuo.

¿Entonces sólo es original el primero de todos si rebobinamos?

La originalidad es una nueva mirada sobre cosas existentes. Además es que en la literatura los temas son cuatro: la muerte, el tiempo, el amor y el sexo. Pensar que eres el único estupefacto ante la muerte, atraído por el sexo, enloquecido por el amor o angustiado por el paso del tiempo es una ingenuidad. Esos asuntos han interesado a muchísima gente de talento desde que el mundo es mundo. Un escritor tiene que ir de flor en flor por otros escritores libando lo que le gusta y regurgitándolo como la miel, dando un producto nuevo que esté relacionado con lo antiguo.

Además de la crítica ya comentada a las humanidades, aparece en Un momento de descanso una constante contraposición de dichas humanidades al saber científico, que según la novela explica mucho mejor el mundo actual. En los últimos años otros autores —por ejemplo Houellebecq— incluyen cuestiones científicas en sus novelas, que parecen muchas veces una especie de mezcla de ensayo y ficción.

Houellebecq me gusta mucho, también podría incluirlo entre los que interpretan muy bien el mundo actual. Hubo un tiempo en que los humanistas explicaban el mundo. Pero parece que ellos mismos han renunciado a seguir haciéndolo.  Y hoy el mundo no se puede explicar sin conocimientos de neurobiología o de computación. No se puede entender la culpa sin acudir a un neurobiólogo. Ya no basta con Freud. A mí me gusta cada vez más leer a estos escritores científicos estadounidenses que tienen una capacidad muy grande para explicar asuntos complicados, que son tan divulgativos, con perdón. Junto a la risa eso también está prohibido en España, ser divulgativo.

Precisamente hace poco he terminado un libro de Steven Pinker…

Steven Pinker es un buen ejemplo. ¡Con qué claridad explica cosas complicadas! Que alguien de la talla de Pinker se rebaje a explicarme a mí, que no tengo ni idea de neurobiología, cómo funciona el cerebro está muy mal visto en España.

¿Qué papel representa entonces la novela si antes explicaba el mundo y ya está un poco al margen de ese papel?

Pues sirve para hacerse preguntas: “Dios mío, ¿dónde diablos vamos?”. Y también a para dejar constancia del mundo, como ha hecho siempre. Lo que pasa es que hoy día no sólo la novela  deja constancia del mundo. También lo hacen las películas, las series de televisión y los blogs de Internet. Hay un montón de gente dejando constancia del mundo. La literatura también ha perdido terreno en ese aspecto. Los historiadores del futuro tendrán un montón de información para entender lo que pasa hoy. La novela ya no es la única fuente de información. Sin embargo seguimos creyendo que sí, que la novela es la fuente por excelencia. Pero hace mucho tiempo que ya no es así.

John Carlin: “Shakespeare está en otra dimensión, como Messi”

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John Carlin estudió Lengua y Literatura Inglesa en la Universidad de Oxford, pero su vocación profesional ha estado siempre vinculada al periodismo político y deportivo. Desde que en 1981 comenzara a ejercer como periodista para el Buenos Aires Herald ha sido corresponsal en países como México, El Salvador, Sudáfrica y Estados Unidos para la BBC, The Times y The Independent. Ganó el Premio Ortega y Gasset de Periodismo en 2000. Instalado en España desde 1998, trabaja para El País y colabora habitualmente en The Observer y The New York Times. Su libro El factor humano, publicado en 2008, inspiró la película Invictus, de Clint Eastwood. Nos reunimos para charlar con él en Sitges, convencidos de que una trayectoria tan impresionante dará mucho de sí.

Siempre me ha sorprendido que alguien llamado John Carlin escriba tan bien en español, ¿dónde lo ha aprendido?

Bueno, hay varias respuestas a eso. En primer lugar, mi madre es española. Prácticamente nací bilingüe. Me crié en Argentina y viví muchos años en América latina: México, Nicaragua, El Salvador. Pero sólo empecé a escribir en español cuando vine aquí a España hace doce años, y al principio me costó bastante. Para mí, escribir en inglés después de haber estado escribiendo en español era como irme de vacaciones. Lo aprendí en gran medida gracias a mi editora en Seix Barral, Elena Ramírez, cuando empecé a escribir sistemáticamente en español. De todos modos sigo pensando que escribo mucho mejor en inglés.

¿Qué sintió la primera vez que estuvo frente a Nelson Mandela?

Vi por primera vez a Nelson Mandela cuando salió de la cárcel, pero desde lejos. Un año después tuve una primera entrevista con él. Es una persona que impone pero también te da una gran tranquilidad. Tiene una presencia muy carismática: es alto, grande, con un gran sentido de sí mismo. Da una sensación de poder e importancia muy real, no es ninguna nota falsa. Al mismo tiempo es encantador, tiene una sonrisa fantástica, te llama no por tu apellido, sino por tu nombre y tiene un trato muy campechano. Es simultáneamente como un rey y como el vecino de al lado. Una cosa que me encanta de él es que trata con la misma cortesía y el mismo respeto a la reina de Inglaterra o al presidente de Estados Unidos que al periodista, a la azafata del avión, al camarero o al jardinero.

Las virtudes de Mandela son evidentes, pero ¿tiene algún defecto que no conozcamos?

Mira, esa pregunta se la hice a su mejor amigo, Walter Sisulu, que estuvo con él en la cárcel y me dijo que tenía la tendencia a confiar demasiado en la gente. Aunque se corrigió al instante y matizó: “pero quizá eso sea también una virtud”. Mandela confía en la gente y hace que la gente confíe en él. Otro defecto: quizá a veces siente demasiada admiración por gente intelectualmente brillante. Tiene tendencia a deslumbrarse ante este tipo de gente, lo cual quizá le quita la capacidad de juzgarlos de una manera más fría y acertada. Pero esto es otro ejemplo de esa tendencia suya a confiar mucho en la gente.

¿Está aburrido de que le pregunten por Nelson Mandela?

Ahora ya no. Hace un año y pico te hubiera dicho que sí, porque cuando salió el libro —y después la película— hubo una invasión periodística de preguntas sobre él. Pero ahora estoy con la cabeza metida en otras cosas y no me aburre tanto como en otros momentos.

Cuando ya ha pasado bastante tiempo desde el final de Apartheid, ¿a qué problemas se enfrenta Sudáfrica?

Ha cambiado de problema. Antes de que Mandela saliera de la cárcel, Sudáfrica era un país muy, muy singular, en el que había un enfrentamiento político épico y casi como de fábula: blancos contra negros. Era algo muy simple, algo que cualquier persona del mundo podía entender. Ahora ése ya no es el problema. ¿Que hay relaciones impecables y armoniosas entre blancos y negros? Pues no, pero eso no lo hay en ninguna parte del mundo. Las relaciones raciales en Sudáfrica son mejores que por ejemplo en Estados Unidos, un país en el que también he vivido. Ahora los problemas de Sudáfrica son, por decirlo de alguna manera, más “banales”. Problemas que comparte con docenas de otros países. La economía, combatir la pobreza, mejorar el sistema educativo, mejorar el sistema sanitario, las desigualdades sociales. Mandela logró acabar con ese horror del racismo legalizado y ahora el país está en otra etapa. El hecho de que haya logrado organizar el Mundial con tanta eficiencia fue un síntoma de que quizá Sudáfrica, pese a los problemas que lleva arrastrando desde hace siglos, tiene alguna posibilidad de superarlos.

Las consecuencias del imperialismo europeo en África o Asia siguen siendo evidentes hoy, ¿dejará el imperialismo norteamericano consecuencias similares?

Es bastante diferente. La palabra “imperialismo” se usa de una manera muy amplia. Una cosa es llegar a un país, invadirlo, colonizarlo y convertirte en el gobierno de esa gente durante siglos. Y otra cosa es lo que hacen los Estados Unidos hoy. Está claro que sigue siendo la gran potencia mundial y su poder se extiende a muchos rincones del globo, tanto a nivel económico como —en menor medida— a nivel militar. A mí, el usar estas frases como “el imperialismo yankee” me parece un poco trillado. Hay que buscar quizá otra terminología.

Usted estuvo viviendo muchos años en Argentina y siguió lo del corralito muy de cerca.

Sí, estuve viviendo allí cuando ocurrió haciendo un reportaje para El País.

¿Quedan consecuencias todavía de aquello?

Puedo hablar de Argentina en términos generales, conozco bien la sociedad, pero en cuanto a la evolución económica del país… no me atrevería a entrar en ese tema. Lo único que diría así grosso modo es que Argentina me llama poderosamente la atención por la distancia que hay entre el enorme potencial que tiene el país a todos los niveles y su poca capacidad para salir del hoyo en el que parece siempre estar metido.

¿Se toma usted más en serio el periodismo deportivo o el político? ¿Cuál prefiere escribir?

Para mí, hacer periodismo deportivo es una especie de hobby. Considero que el trabajo que hago en el terreno político —en su sentido más amplio: conflictos en América latina, África, etc— es lo que realmente soy, es el tipo de trabajo que corresponde más con mi identidad como periodista y es lo que me ha definido a lo largo de mi carrera. El periodismo deportivo lo empecé a ejercer hace unos diez años de forma…. no irregular, pero es como un 15% de lo que hago; básicamente mi columna semanal en El País.

Mucha gente le conoce a través precisamente de Historias de la Premier.

Sí, sí. Lo que me llama la atención es que me voy por ejemplo a Sierra Leona, uno de los tres países más pobres del mundo, me paso un par de días metido en una cárcel atroz, hago un reportaje sobre ello pero la gente no me conoce por eso, sino por las columnitas que hago durante un par de horas un sábado por la mañana. Esto demuestra lo que pega el fútbol: “la miseria de los africanos… sí, muy bien, lo que sea, pero hablemos de fútbol, macho, no me jodas”.

¿A la gente le preocupa más el deporte que la política?

Mira, el deporte, y específicamente el fútbol, es el gran tema de conversación de la especie. Hay un par de países paganos: Estados Unidos y la India, pero salvo estas excepciones y algunas otras de países más pequeños, el gran tema de conversación de la humanidad es el fútbol. La gente se siente mucho más informada —y se toma el trabajo de informarse mucho más— sobre el fútbol que sobre la política. Sin duda. Ahora bien, ¿que la política tiene más impacto en las vidas reales de la gente? Sí. Pero claro, el fútbol corresponde al terreno emocional y no fallemos en darle a eso su seriedad. La felicidad de la gente no se mide sólo en ingresos económicos. El índice de felicidad es algo que ahora utilizan también los economistas… la gente no está siempre feliz con el fútbol pero es algo que les entretiene. En África, donde hay mucha miseria, el fútbol es el gran consuelo de los pobres. Y creo que también es el consuelo de los ricos, ya que estamos.

Almodóvar gana un Oscar y no suena el himno español; cualquier equipo deportivo gana una competición y sí suena el himno.

Seamos justos con Almodóvar: cuando gana un Oscar, los españoles se sienten orgullosos. Hay también una cosa de identidad nacional ahí. Aunque los sentimientos patrióticos son más fervorosos cuando el equipo deportivo nacional de uno está compitiendo. Como decía Mandela, el deporte une a la gente y es capaz de superar muchas barreras. Puedes llevarte fatal con tu vecino durante años pero llega el Mundial, está España en la final, lo ves en el pasillo y te abrazas con él. Fuera del contexto de guerra, no hay nada que defina y enaltezca más el sentimiento de identidad nacional que el deporte. También las identidades regionales, como en el caso del Barça-Madrid.

¿Se atrevería a definir a compañeros del periodismo deportivo?

Bueno, aunque no creas que leo tanto periodismo deportivo.

¿Santiago Segurola?

Me parece brillante, el mejor. Una pluma extraordinaria y una capacidad de análisis muy especial. En particular, la rapidez con la que puede definir un partido en una crónica que escribe a los cinco minutos de acabar ese partido, me parece algo que demuestra una agilidad y rapidez mental a la que yo no llego en absoluto.

¿Eduardo Inda?

No tengo opinión sobre él.

¿Ramón Besa?

Me encanta Ramón Besa. Es otro tipo que… me parece que tiene una gran finura a la hora de escribir y es realmente honesto.

¿Michael Robinson?

En la televisión me parece el mejor comentarista y analista que hay. Además es un tipo encantador y simpatiquísimo.

¿Tomás Roncero?

Me cae muy bien Tomás Roncero. Tiene su papel, su identidad, es un forofo del Madrid y no lo esconde. Me entretiene mucho y me cae muy bien como persona.

¿Alfredo Relaño?

Relaño me parece fantástico. Sus columnas las leo todos los días sin falta. No siempre estoy de acuerdo con él y seguro que él no estará de acuerdo con cosas que escribo yo, pero da igual. Lo conozco, me parece un tipo fabuloso como persona y también creo que es un tipo honesto.

Por cierto, hubo una sensación generalizada de que en El País se hizo campaña anti-Mourinho. Principalmente protagonizada, según dicen, por Diego Torres. ¿Qué opina al respecto?

Bueno, mira: he leído cosas en los blogs y en los comentarios que hace la gente en los artículos y tal. Hay gente que opina que es una campaña sistemática, deliberada, un plan de empresa. Eso es absolutamente grotesco e imbécil, no tengo palabras para calificar esta idea de que “ah, sí, el grupo Prisa está contra el Real Madrid”. Es una gilipollez como una catedral. Te puedo decir desde mi punto de vista que a mí, jamás, ni remotamente, me han dado la más mínima dirección. Ni siquiera un comentario. Yo, sencillamente, no hablo con la dirección de deportes de El País. No hablo con ellos. Envío un artículo, me llega un e-mail que dice “recibido, gracias” y punto. Y el artículo sale al día siguiente.

Pero tú eres John Carlin, claro.

No, pero te puedo asegurar exactamente lo mismo con Diego Torres. La idea de que alguien le está pagando de fuera para que escriba cosas sobre MourinhoDiego Torres es para mí uno de los mejores reporteros de El País. Es un periodista que trabajaría igual de bien en la sección de economía o de corresponsal en China. Es un grandísimo reportero que hace su trabajo como tiene que hacerse. Defiendo a Diego Torres a muerte, me parece un brillante periodista, me parece absolutamente honesto y valiente.

¿Qué opina de las polémicas sobre el doping? Los antiguos compañeros de Lance Armstrong le acusaron, el tema del Barça que levantó tantas ampollas…

Bueno, son dos cosas muy diferentes. Mira, yo la verdad es que no sé mucho sobre ciclismo y no me interesa especialmente, pero está claro que hay una historia recurrente de alegaciones de dopaje y muchas de ellas son verdaderas. Viéndolo desde fuera no me sorprende, el aguante físico que se requiere para hacer el Tour es algo que rebasa las capacidades humanas. En cuanto a lo del Barça, me pareció una de las cosas más ruines que he visto en mi vida, estas declaraciones anónimas —supuestamente de un alto directivo del Real Madrid— alegando que el Barça se dopa. Me pareció de una vileza absolutamente lamentable. Te da un poco la pauta de lo desquiciados que algunos individuos relacionados con el Real Madrid están y han estado respecto a los éxitos del Barça. A alguna gente los lleva al borde de la locura.

Juan Antonio Alcalá es el que hizo saltar la liebre.

Yo no conozco a este Alcalá, él dice que su fuente fue un alto directivo del Madrid, según entiendo. Sin conocerlo, no sé si es verdad o no. Me imagino que sí; conociendo al gremio de los periodistas imagino que sí, que alguien se lo habrá dicho. Pero me pareció irresponsable por su parte haberlo hecho público. Yo creo que un periodista serio no hace una cosa así.

Hay que tener las pruebas.

Sí, no se puede hacer una cosa así. Yo entiendo que estás ahí en la radio hablando y dices cosas, pero creo que fue muy poco profesional por su parte decir eso y seguramente él estaría de acuerdo conmigo. Yo no lo conozco, pero supongo que se arrepiente.

Sobre rugby: ¿qué hay de cierto en la historia que sostiene que los All Blacks fueron intoxicados por una camarera de su hotel?

Es verdad que dos días antes de la final del 95 contra Sudáfrica algunos jugadores del equipo neozelandés tuvieron problemas estomacales, aparentemente consecuencia de lo que comieron. Es una teoría conspirativa de estas que circulan por ahí lo de que alguien lo hizo adrede. Estoy seguro —y volvemos a lo de las conspiraciones de El País contra Mourinho— de que no fue algo instigado por la federación de rugby sudafricana. Pudiera haber sido, si es que ocurrió, la iniciativa de algún loco en la cocina del restaurante. Si es que ocurrió. Pero también hay una cosa que hay que tener en cuenta: no sucedió la noche anterior como mucha gente supone, sino dos noches antes. Tipos con la fortaleza y condición física de los All Blacks… pensar que esto afectaría a su nivel de juego cuarenta y ocho horas después es una tontería. Además, se vio: el partido llegó al tiempo adicional y siguieron jugando con la misma intensidad. Con lo cual… bah, es una de esas historias que hay por ahí pero no creo que haya que darle más importancia.

Hay una frase mítica: “El fútbol es un deporte de caballeros jugado por patanes y el rugby es un deporte de patanes jugado por caballeros”. Pero en el rugby, dentro de la melée y del maul, ¿es juego limpio todo?

No, no, hay muchas barbaridades que ocurren ahí dentro del maul y dentro de la melée. La gente ha llegado a meter los dedos en los ojos del rival. En cierto modo, quizá se ha exagerado un poquito esta situación de nobleza y limpieza del rugby. Pero en general sí estaría de acuerdo con la frase. Hay un concepto de fair play y deportividad en el rugby que no se ve en el fútbol, y creo que es consecuencia de que en el rugby hay menos dinero. Aunque ahora hay más dinero que antes, el rugby ha sido un deporte profesional durante apenas quince años. Eso marca una diferencia. Hay deportes que tienen ciertos protocolos, el golf, por ejemplo. O el tenis, aunque no tanto. En el golf los jugadores se aferran a estas antiguas tradiciones y creo que esto también ocurre en el rugby. Creo que los jugadores de rugby sienten una responsabilidad hacia esta tradición de nobleza asociada a ese deporte. Por ejemplo, es muy, muy raro que un jugador de rugby se queje del árbitro durante el partido o después. Todo esto al estilo Mourinho de que pierde Inglaterra contra Francia y fue todo culpa del árbitro y que fue una vendetta y que fue una conspiración… estas cosas se considerarían absolutamente fuera de lugar en el rugby.

Sorprende que en España se siga más la F-1, un deporte mecánico y estático, que el rugby, que es lo más parecido al fútbol.

No es motivo de sorpresa, porque la F-1 en España ha tenido un auge tremendo desde la llegada de Fernando Alonso. Si España tuviera una selección nacional de rugby realmente competitiva que hiciera grandes cosas a nivel mundial verías como eso cambiaría.

Michael Robinson no se explicaba el nivel que podría tener España en rugby comparado con su nivel real.

Bueno, pero no es un país que tenga mucha tradición de rugby. Estás batallando contra naciones como Inglaterra, Francia, Sudáfrica y Australia que tienen el rugby en el ADN nacional. Tardará mucho tiempo para que España tenga una selección competitiva.

¿Qué ha significado Seve Ballesteros para el deporte español?

La verdad es que no sé responder a esa pregunta. Puedo responder mejor lo que significó para el deporte británico, porque cuando Severiano Ballesteros estaba en su mejor momento yo veía el mundo más desde el enfoque de Inglaterra. Y Severiano Ballesteros era considerado una especie de hijo adoptivo de Gran Bretaña; la gente le tenía el mismo afecto que puedan tener por jugadores británicos igual de exitosos… que no creo que los haya habido, por cierto. Era una persona con un gran carisma, un espectacular talento que hizo que los británicos se enamoraran de él, incluso gente más allá del mundo del golf. Tal fue su dimensión.

Tanto Estiarte como Alfredo Relaño, a quienes también entrevistamos, nos dijeron que Messi es mejor que Maradona, ¿está de acuerdo?

Tiendo a pensar lo mismo. No lo voy a decir con la misma rotundidad porque no vi jugar tanto a Maradona como a Messi. Si hubiese vivido en Nápoles cuando ganaron la serie A con Maradona y hubiese visto todos sus partidos, quizá me inclinaría más por Maradona. Pero, sin duda, Messi es el mejor jugador que yo he visto de manera consistente a lo largo de varias temporadas. Y creo que tiene aún más proyección de lo que ha demostrado hasta ahora. También recuerdo haber visto a Maradona en Argentina cuando tenía la edad que ahora tiene Messi y Maradona no era tan bueno en ese momento, tan decisivo.

Hablando un poco de cultura en general, ¿que le parece el escritor y premio Nobel sudafricano J.M. Coetzee?

Me parece fantástico, un genio. Es uno de los dos o tres mejores escritores contemporáneos en lengua inglesa. Un grandísimo, grandísimo escritor.

Cualquier libro que escojas de él te impacta.

Son duros por esa economía que tiene de palabras.

¿Usted qué suele leer?

Por regla general leo muchísimas más novelas que libros de no ficción.

¿Qué nos recomienda?

Últimamente he estado releyendo varios clásicos: Guerra y paz, Anna Karenina, Madame Bovary, me encantan. En particular Anna Karenina; cuando lo leí por primera vez hace treinta años me pareció el mejor libro que había leído en mi vida, la mejor novela, y creo que mantengo esa posición. De escritores de fuera me encanta Philip Roth y me gusta todavía más Cormac McCarthy. Cuando decía antes que Coetzee es uno de los mejores escritores contemporáneos en lengua inglesa ahí pongo también a McCarhty.

Tienen un estilo parecido.

Sí, pero es un poco más poético McCarthy. Me parece espectacular La carretera, es un libro que me impactó como pocos. También me gusta mucho Eduardo Mendoza, además lo conozco y es un tipo fantástico. También me gusta leer novelas detectivescas, como las de Henning Mankell. Y disfruté bastante con los famosos libros de Stieg Larsson, aunque no pude leer el tercero. Con dos fue suficiente, el tercero hubiese sido ya malo para la digestión.

¿Le gusta Shakespeare?

¿Si me gusta? Shakespeare está por encima de todo.

¿Cuáles son sus preferidas?

El rey Lear. Shakespeare está en otra dimensión, como Messi. Para mí no hay nada, nadie como Shakespeare.

¿Nos recomendaría alguna película?

Hay una que volví a ver hace poco —en español creo que se titula Mejor imposible— con Jack Nicholson. Por ejemplo. Me parece buenísima, tiene un gran guión y actores brillantes. Pero yendo a un terreno más clásico, Lawrence de Arabia está en mi “top ten”, la volveré a ver varias veces en lo que me queda de vida. También últimamente he estado viendo películas de Hitchcock, como La ventana indiscreta. Su economía, su sencillez… y al mismo tiempo su fuerza. La tensión que genera en un escenario bastante simple con personajes no demasiado complejos, esa extraordinaria capacidad de generar suspense. Y por supuesto Casablanca; la habré visto doce veces y la veré veinte veces más.

¿Qué música le gusta escuchar?

Me gusta todo tipo de música. Soy muy promiscuo en mis gustos musicales. No me considero un experto. Me gusta el jazz, me gusta la clásica, me puede gustar una canción de Lady Gaga… qué sé yo. Me gusta Coldplay. No me gusta el rap, quizá soy mayor, eso delata mis años. Para mi hijo de once años el rap es lo máximo y yo no lo soporto. Recuerdo que cuando era pequeño ponía a los Rolling Stones y mi padre no los soportaba. Me gusta todo. Más que tener una afinidad especial con cierto género, creo que hay buena música y mala música.

¿Qué tipo de humor le gusta? ¿Ingleses, españoles…?

Volvemos a lo mismo, es como la música: hay humor bueno, divertido, rápido, listo… y hay humor que es pesado, tonto y torpe. Pero sí diría que el sentido del humor es algo que define a los ingleses. Los ingleses, todos, tienen un reflejo irónico de la vida.

Las series de la BBC le gustan, supongo.

Hay series inglesas que han marcado al mundo. Lo de los Monty Python era algo vanguardista, espectacular y en muchos casos brillante. También ha habido actores geniales como Peter Sellers, una maravilla, que antes de La pantera rosa ya hacía papeles en películas inglesas de los años cincuenta divertidísimas. Mi sentido del humor, el que tengo como persona, es el humor inglés. Es parte de la cultura. Responde quizá a cierta represión emocional que tienen los ingleses: en el momento en que una conversación se vuelve un pelín seria alguien va a salir con una broma para bajar el nivel de intensidad: “este punto es un poco delicado, vamos a estar incómodos… hagamos una broma”.

¿Te gustan las series de TV?

Sí, cuando las veo, pero no soy de estas personas que tienen una vida lo suficientemente organizada para poder estar con seguridad un martes a las diez de la noche frente a la tele. Tiendo a “picar” en vez de dar el seguimiento que una serie por definición merece. Por ejemplo, Mad men está muy bien hecha, me parece buenísima, pero no la he seguido. O Sexo en N.Y.; vi episodios que me parecieron muy buenos pero viajo mucho y no los vi en orden.

¿The Wire?

No la vi. Pero sé que la tengo que ver. Todo el mundo me lo ha dicho y confío en que tiene que ser buenísima. Algún día la veré, compraré el DVD.


Fotografía: Jesús Llaría


Eduardo Mendoza: “Los novelistas deberían tener prohibida la opinión”

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El cielo despejado permite contemplar el perfil afilado de la ciudad. Tanto el fotógrafo como yo somos hombres de pocas palabras así que, desde este mirador de club deportivo, fijo la oreja en el golpeo hipnótico de la pelota de tenis. Remolino polifónico de estupendas señoras disfrazadas de tenistas y con todo el día por delante. Aparece el escritor Eduardo Mendoza precedido por una disculpa y una justificación por los cinco minutos de retraso. La fama de hombre de formas impecables queda comprobada desde el principio. Mendoza es uno de los novelistas españoles más destacados desde la transición. La verdad sobre el caso Savolta (1975), El misterio de la cripta embrujada (1979), El laberinto de las aceitunas (1982), La ciudad de los prodigios (1986), Sin noticias de Gurb (1991), Una comedia ligera (1996), Mauricio o las elecciones primarias (2006) o El asombroso viaje de Pomponio Flato (2008) son títulos ineludibles en cualquier repaso exhaustivo de la literatura autóctona moderna. Ganó el Planeta con Riña de gatos (2010). Ha escrito ensayo y teatro en catalán. Su humor es demoledor y descacharrante. En la conversación lo esgrime achicando los ojos y esbozando una sonrisa que el bigote apenas oculta. Nada parece resistirse a una ironía tan barcelonesa como este skyline. Acaba de inaugurar en Cracovia una biblioteca que lleva su nombre, así que empezamos por ahí:

Poca gente sabe que Cracovia es una de las ciudades más bonitas de Europa, comparable a Praga o a Venecia. Una ciudad maravillosa. Parece ser que existe una vitalidad cultural considerable.

Enorme. Ha sido un país muy maltratado y mantiene sus señas de identidad culturales. Por ejemplo, los poetas son gente con una gran autoridad, aparte de los nobeles Szymborska y Milosz. Y luego hay escriores como Lem, Kosinski… Allí un escritor es muy importante. Tan importante como aquí un futbolista. Los actos culturales tienen un poder de convocatoria enorme. Aquí haces una presentación y van doce amigos. Allí llenas un teatro y se queda gente fuera. Pero no por mí, sino por ellos. Sorprendía que yo fuera alguien cuando en otros sitios no soy nadie.

Se sigue mucho su obra en Polonia.

Sí, les gustan mucho las novelas de humor.

Tal vez por la conexión polaco-catalana…

(Ríe) Puede que algo de eso haya. Ellos saben que hay un programa que se llama Polonia [de sátira política en TV3] y me preguntaban por Crackòvia [programa de humor sobre deporte de la misma cadena]. Pero tienen una tradición de literatura humorística que, a excepción de Inglaterra, en otros países europeos no existe. En Francia, y por reflejo en España, Italia y Alemania, el humor quedó excluido de la literatura seria, cosa que no había pasado antes. La literatura francesa del siglo XVIII es de humor, Voltaire, Diderot y toda esa gente, pero en el siglo XIX se vuelve muy seria, y eso contagia a los otros países. El humor se deja en manos de lo más chabacano. En Polonia, un país acostumbrado a muchas opresiones externas o internas, la literatura de humor sigue siendo una válvula de escape y la valoran mucho. Entonces aprecian a alguien a quien no le importa escribir cosas de risa.

Usted fue de los primeros que dijo que la novela estaba agotada como fórmula narrativa; no sé si la televisión, las grandes series, son la nueva vía para contar historias.

El problema es complejo. El diálogo social que se produjo en torno a la novela en el siglo XIX y en el cine en el XX ahora está en las grandes series de televisión (Los Soprano, Mad Men…) porque es donde todos más o menos coincidimos. En las series de televisión y en el fútbol. La literatura, el otro cine, el teatro, son aficiones individuales. Igualmente valiosas pero no son moneda de curso legal. La novela convencional, pues, está en crisis, como la poesía, que antes tenía presencia en todos los niveles: los niños el día de Navidad recitaban poesía y la gente la leía, y ahora se ha convertido en un acto individual que no pretende comunicarse con los demás. La novela quedará como entretenimiento, al igual que el cine, que ha desaparecido. Siguen llenando las salas las películas de efectos especiales, al estilo de los best-seller, pero eso no es cine. Son muy respetables y me encantan las películas de efectos especiales, pero estamos hablando de otra cosa.

¿Sigue series de televisión?

Sí, claro, me parece muy interesante el sistema narrativo.

Al modo dickensiano…

Exacto. Tiene un componente dickensiano. Y por otra parte, este elemento de serie de novela policiaca, en la que siempre son los mismos personajes haciendo lo mismo con pequeñas variantes. Eso enlaza, además, con las sinfonías y los conciertos de Mozart, que son siempre iguales, con sus pautas, pero que cada uno tiene su momento de inspiración, algo que la novela no posee. Lo tenía la novela barata de ciencia-ficción o sobre todo la policiaca, donde se repite el detective, el ayudante, la secretaria… con un caso distinto cada vez. Me parece muy bonito. Y además están muy bien diseñadas y tienen una duración estupenda. La inteligencia se ha ido a las series.

¿Es de los afortunados que todavía no han visto The Wire?

Estoy a medio ver The Wire. Es lo más interesante de todo lo que se hace. También estoy con Deadwood, que es una serie espléndida. Y, en su momento, Los Soprano me pareció magnífica.

Se ha referido a la novela policiaca. Con la trilogía del detective Ceferino [El misterio de la cripta embrujada, El laberinto de las aceitunas y La aventura del tocador de señoras] parodió, a la manera de Cervantes con las novelas de caballerías, el género negro, aunque sin acabar con él ya que mantiene una gran vitalidad.

Siempre la ha tenido. Ha ido evolucionando y hay muchos sectores: la novela de misterio de las grandes damas inglesas, la novela negra de Los Ángeles y ahora la novela de investigación científica, tipo Patricia Cornwell, que cumplen su función y llenan un hueco imprescindible. Siempre he tenido un gran respeto por sus autores y por el género. Hay que tener un talento extraordinario. Un sentido del humor, una distancia, una visión del mundo cariñosa, irónica. Aunque tampoco puede ser que vayan apareciendo cadáveres y sea motivo de alegría y diversión. Sin embargo, la convención del género me gusta mucho. Y yo, como no tenía talento para hacer una novela negra de verdad, hice una un poco paródica. En cualquier caso, lo que me hubiera gustado es escribir una en serio.

Con épica.

Sí, y sobre todo que respondiera a los cánones estrictos del género. Al problema y su solución. Esa cosa matemática para la que no estoy capacitado. Como no lo estaba Vázquez Montalbán pues, entre recetas de cocina y recetas políticas, se tapaban los descosidos del caso.

En una época parece que hubo un acuerdo entre algunos escritores barceloneses por abordar la novela policiaca: Montalbán, Marsé, usted…

Todos nos pusimos de acuerdo. Nos interesaba mucho la novela negra.

¿La clásica?

Nos gustaba toda. Incluso habíamos fundado una Asociación. En aquel momento se intentó hacer novela de misterio en una variante autóctona. A la manera de los franceses, que tenían grandes escritores secundarios pero muy buenos de novela negra: de Simenon al comisario San Antonio o Modiano, con más ambiciones literarias. Y entonces cada uno se buscó la vida como pudo. Estaban Andreu Martín y Juan Madrid. Fue un momento de buscarse una salida, aunque luego no ha tenido continuidad, quizá porque no hay un mercado tan abierto a estas propuestas.

¿Es Kafka “un tipo simpático y fotogénico” pero “un mal novelista” como declaró en una conferencia o se trató de una boutade?

(Ríe) Bueno, es una boutade para llamar la atención de un público que se me dormía sobre algo que estaba diciendo totalmente en serio. Una cosa es la narración y otra toda la literatura. Si hablamos de novela, algunos grandes escritores que han influido enormemente en el siglo, en nuestro tiempo, en nuestra vida personal y en la sociedad han sido desde el punto de vista literario segundones. Por ejemplo, Kafka. Entonces, el público se sublevó y yo dije: “vamos a ver, que levante la mano el que se haya leído entero El Proceso, El castillo, América”. Nadie. Todo el mundo sabía que un señor se despierta convertido en una cucaracha, pero muy pocos habían leído a Kafka realmente. “¿Quién ha leído Josefina la cantante, Informe para una academia?” No los había leído nadie, pero adoraban a Kafka. Bueno, no está mal… Creo que, en las grandes influencias del siglo XX, Kafka cubre la primera mitad y Borges la segunda.

¿Faulkner?

Es otra cosa. Faulkner es un gran novelista. Tiene, sin embargo, muy poca influencia en el plano personal. No ha dejado imágenes referenciales, pero en cambio es un gran novelista y el que lo lee, lo lee. A Kafka, no.

Escribió un ensayo cariñoso sobre Baroja, ¿qué le parece la tesis sobre la cobardía del escritor que sostiene Gil Bera en Baroja o el miedo?

No estoy de acuerdo. Lo he hablado con Gil Bera. Entiendo muy bien su punto de vista. Puedes coger a Baroja por un lado, y entonces sus actitudes y opiniones no tienen perdón porque es un majadero. Pero también puede vérsele desde otro lado. No era cobarde, porque como periodista y como hombre de opinión se había metido con todo el mundo. Se había enfrentado a todos y eso no es fácil, no hay muchos periodistas que tengan el valor de atacar. Y se había peleado con gente de talla, como por ejemplo, Ortega o Unamuno. Era un luchador.

Y casi lo fusilan.

Estuvo delante de un pelotón y abroncó al responsable: “¡Es usted un imbécil!” Luego explicó que su reacción se había debido al miedo que lo cegaba, actitud perfectamente comprensible. Se fue a Francia y volvió. Estaba enfermo, pasaba hambre, era muy mayor, tenía la familia aquí y tampoco estaba tan en desacuerdo con la revuelta contra una república que le parecía caótica, y en cierto modo lo fue. Encarnaba todas las contradicciones. Era un hombre de la generación del 98, una generación proto-fascista que creía en la necesidad de un hombre salvador.

Un cirujano de hierro.

Era la idea que tenían los de la generación del 98 y toda Europa. Y acabó como acabó. Pero Baroja nunca estuvo con Franco ni con la Falange. Es un personaje muy complejo y de ahí también su interés. Está bien leer a Gil Bera y luego algunas hagiografías, porque las dos cosas son posibles. Es un personaje que me gusta mucho. Y se equivoca, como se equivoca Pla, pero no de una manera miserable y abyecta.

Su antisemitismo es sumamente antipático.

Tiene todos los vicios de la época.

La misoginia.

Sí, el lío que se arma ese hombre. Pero un novelista es un hombre esponja. Al igual que ve las calles de Madrid y el lenguaje de los personajes absorbe todos sus defectos. No puede ser un intelectual objetivo. Su error es opinar. Un novelista debería tener prohibida la opinión.

Se ha comentado que Riña de gatos [Premio Planeta] es su primera novela ubicada en Madrid. ¿A qué se debe el nuevo escenario?

Sí. Ha llamado la atención, y me sorprende porque me parece un detalle muy accesorio. Quería contar una historia muy parecida a todas las que cuento: alguien de fuera que aparece en un mundo que desconoce y al que tiene que adaptarse. Antes había colocado a un personaje en Palestina con el niño Jesús [El asombroso viaje de Pomponio Flato] y ahora en Madrid con José Antonio Primo de Rivera. Con el mismo espíritu. Y leerlo en clave Barcelona-Madrid es como decir que he fichado por el Real Madrid. Me parece un signo más de nuestro tiempo. Vivimos la vida y la historia en forma de partido de fútbol.

Sea como fuera, Madrid es una ciudad más explotada literariamente que Barcelona.

Hay grandes novelas que tienen Madrid como telón de fondo, por ejemplo en la tradición clásica de Galdós, Baroja o Valle-Inclán, pero no existe la gran novela de Madrid en la que la ciudad sea protagonista. Barcelona ha tenido varias. Quizá porque es una ciudad más fácil de abarcar literariamente, pues tiene una sociedad más cerrada. Se parece más a la Vetusta de Clarín que al desconcierto, al cruce de caminos que es Madrid. A mí me interesa mucho el Madrid de la República, que es un momento en que la ciudad se convierte en una de las más interesantes y creativas del mundo, incluidas París y Nueva York. Porque, a diferencia de otras que están en un momento difícil, como por ejemplo Berlín, Madrid tiene una libertad desmedida, una sensación de “a vivir que son dos días” y donde todo confluye: las vanguardias literarias, plásticas, cinematográficas… Por allí están García Lorca, Buñuel, Dalí, pero también los latinoamericanos como Neruda, Borges o César Vallejo.

Algunos foráneos, como Josep Pla, no llegaron a sentirse cómodos con la situación política y social. Tal y como cuenta, por ejemplo, en El advenimiento de la II República.

Sí, Pla es un hombre de orden y muy conservador. No me gusta nada la visión de Pla en El advenimiento… y en todos los artículos de La Veu de Catalunya, porque es un poco despectiva y le lleva luego a pasarse a Burgos con todos los intelectuales catalanes; fenómeno, por cierto, del que se ha hablado poco. Toda la intelectualidad catalana relativamente joven se pasa en masa al bando nacional detrás de Eugeni d’Ors y nunca se arrepienten. Algunos conservadores ligados a la cultura catalana se exilian momentáneamente, como Sagarra o Riba. Luego vuelven y llevan una vida discreta y se adaptan al terreno. Pero los Teixidor, Vergés, etcétera son falangistas convencidos. Ven la República como pueblerina. Se consideran aristócratas intelectuales. Y que Dios les haya perdonado.

A veces se acusa al castellano popular de Cataluña de “contaminado” o poco ortodoxo.

Es verdad que cuando uno va a Madrid, Andalucía, a Puerto Rico o a Buenos Aires oye una forma de lenguaje que es enriquecedora y produce un trasbals. No sé si me gustaría vivir inmerso en el gracejo andaluz, pues me parece un poquito mecánico. Me interesan otras formas del lenguaje más de laboratorio. Aquí el bilingüismo empobrece por un lado y enriquece por otro.

¿Empobrecimiento en el uso del lenguaje?

No debería haberlo, pero el bilingüismo da una excusa para que la enseñanza sea pésima. En estos momentos, sobre todo la gente joven habla mal castellano, catalán y lo escribe peor. No es culpa del bilingüismo, sino de que no se enseña la ortografía a latigazos. Llevar dos idiomas en la mano lo puede hacer cualquiera, no tiene ninguna dificultad; al contrario, es un enriquecimiento. Yo no me doy cuenta cuando hablo u oigo catalán o castellano. Por otra parte, mi herramienta de trabajo es el castellano porque escribir ficción es otra cosa. Como a un escultor que trabaja el mármol no le pidas de golpe que haga fundición porque sus esculturas son esas y no hay más elección. Pero, a diferencia de lo que sucede en la actualidad, el uso tendría que ser más enriquecedor que empobrecedor. Y no lo es por dejadez.

¿Cree que el modelo de la inmersión lingüística no funciona o tendría que replantearse?

No hay una solución mejor que otra. Todas tienen sus problemas y sus dificultades. Si vemos el bilingüismo como un problema, no lo resolveremos. Si en cambio lo vemos como un hecho contra el que no se puede hacer nada, entonces tiene fáciles soluciones. Hay dos idiomas y contra eso no hay nada que hacer. Cuando yo era pequeño había que hablar castellano y todo era en castellano. Salíamos al patio y jugábamos al fútbol en catalán, porque era lo que la mayoría hablaba en casa. Y no hubo forma de eliminar eso. Ahora los chavales salen a la calle y hablan en castellano porque es el idioma del último programa de televisión que han visto. Eso es inamovible. Aquí tenemos dos idiomas y se acabó. Se podría conseguir reducirlo a uno pero a base de un exterminio que nadie está dispuesto a hacer ni a aceptar. Entonces hemos de vivir con los dos idiomas. Uno es más propio, pero el otro tiene una fuerza y una extensión contra la que no hay solución. Uno tiene 8 millones de hablantes potenciales y el otro 50 millones. Y sí, es verdad, la edición de libros no es comparable en los dos idiomas. Ya podemos protestar y decir que la culpa la tiene no sé quién. La culpa no la tiene nadie, son las circunstancias.

Fue de los pocos autores catalanes que escriben en español —por no decir el único— que se mostró a favor de que en la feria del libro de Frankfurt [dedicada en 2007 a la literatura catalana] se invitara solamente a autores de obras escritas en catalán.

Entendí y sigo pensando que era lo razonable. Se invitó a la lengua catalana, que es una cosa perfectamente normal, europea, con una larga tradición, que mantiene en estos momentos una vitalidad estupenda, no comparable a la inglesa, a la francesa o a la castellana, pero sí a la danesa, a la holandesa y a la sueca, y de la que uno puede sentirse perfectamente orgulloso. Un sector de la organización, por otra parte, quería que viniesen escritores catalanes como Zafón, Cercas o Marsé, que atraen al público. Se creó, entonces, un conflicto innecesario que intentaron arreglar empeorando la situación, ya que dijeron que ellos habían invitado a Cataluña. Esto es un disparate porque suponía que un escritor mallorquín o valenciano que escribiese en catalán no podía ir a Frankfurt. Total, que se liaron, y también les interesaba provocar polémica para así salir en los periódicos. Si hubieran ido allí unos escritores a leer sus cosas aquello no hubiera interesado ni habría creado polémica.

Sus novelas están casi siempre protagonizadas por tipos desubicados, ¿se identifica con ellos?

Soy bastante desplazado por tradición familiar. Mi familia paterna son funcionarios. Antes hacían unas oposiciones y los destinaban a un sitio. Normalmente eran chicos jóvenes, con un sueldo y una carrera por delante, y a menudo acababan casándose. Así pues, se convertían en uno de fuera que se había casado con una chica de buena familia. A su vez sus hijos hacían lo mismo, con lo cual si sigo mi árbol genealógico es un mapa de carreteras de España. Uno nació aquí y se fue allá, otro nació allá y se fue aquí, y mi padre llegó a Barcelona y se estabilizó. Tengo los mismos genes, así que siento la necesidad de irme. Por eso siempre me he estado yendo fuera, porque lo que me gusta no es establecerme sino irme, conocer ciudades y cuando ya las conozco, me canso y me quiero ir a otra. Mis personajes son así. Y eso me da una distancia para observar la realidad. He vivido en ciudades de esta manera y ya sé dónde hay que ir para olfatearlas.

Dejó hace años de escribir la columna del lunes en El País, ¿le cansa la actualidad?

No, pero era la columna de la última página y me parecía de unas características muy especiales. El lector llegaba después de haber leído todo y mucho más de lo que uno quiere saber sobre España, el mundo, Cataluña, Barcelona, la cartelera, los toros…Y entonces, ¿de qué hablamos? No quería, como hacen algunos columnistas, criticar al gobierno y a la oposición. Vamos a hablar de otra cosa. Primero con mucho agrado, pero luego me cansé y se me acabaron las ideas. Estaba escarbando a ver qué encontraba y pensé que era el momento de dejarlo. En este tipo de colaboración creativa hay que parar a veces. Ahora podría volver. De hecho me he medio comprometido a hacer una colaboración en una revista.

¿Sigue a algunos columnistas?

No soy muy fiel a ninguno. Tengo la sensación de que todos se repiten mucho. Habiendo leído dos o tres columnas ya los conoces. Entonces lo que hago es pasarme a otro periódico o a otro país donde todo me parece más interesante porque es nuevo, pero supongo que me cansaría igual. Los periódicos en general están pasando ahora una etapa de anquilosamiento. Todo es muy aburrido, previsible, repetitivo. Es imposible leer un periódico y saber si es de hoy o de ayer o de hace quince días. Dedican mucho espacio a la política. Un periódico debe ser algo más. Ha de reflejar la realidad política y también otras cosas.

Estuvo en Londres cuando las revueltas del pasado verano.

Las vi de una manera ambivalente. Por un lado me parecieron poca cosa, superficial y muy inflada por los medios. En las noticias continuamente se veía arder el mismo coche y se apreciaba que no era realmente una revuelta. En pleno verano, en las ciudades que no tienen un buen sistema de aire acondicionado como Londres, la gente se pone muy nerviosa cuando hay una ola de calor. Están en la calle, hay vacaciones escolares, etcétera… Muy fácilmente prenden los saqueos. Corridas para arriba, para abajo y poca cosa más. Es verdad, por eso, que indica que ahí hay hierba seca que basta echarle una cerilla para que arda.

Llegó a decirse que se trataba un fenómeno muy a la inglesa. Los hooligans, los corsarios.

Había este elemento. Pero, asimismo, fue el reflejo de una sociedad que todavía mantiene unos verdaderos abismos clasistas, puesto que no han tenido revolución francesa ni guerras civiles.

Guerras civiles tuvieron.

Bueno, sí, pero ya se han olvidado, no forman parte de su mentalidad. No existe mala conciencia en la exhibición de la riqueza. Los Rolls-Royce y las casas fastuosas son la continua exhibición de riqueza. Inglaterra es un país muy contrastado. El centro de Londres es el lujo, pero el interior del país está deshecho. Es Detroit. Un país postindustrial con grandes bolsas de pobreza y de desempleo. En cualquier caso, estos fenómenos responden a una realidad, al igual que el 15-M, que se resuelve en unas asambleas un poquito infantiles. Hay que estar un poco a ver qué pasa. Existe una nueva generación que está deseando tomar las riendas para hacerlo peor o mejor, no lo sé. Al mismo tiempo, hay una generación muy agotada que tendría que irse a la residencia de la tercera edad. Han cumplido su papel pero adiós, Papandreu, y toda esta gente.

En comparación con Inglaterra, ¿en España padecemos un exceso de opinión, de tertulias, debates…?

Cuando estoy en Londres no tengo la televisión puesta todo el día ni oigo comentarios sobre qué ha dicho no sé quién. Creo que también se produce este tipo de debates muy airados. Aquí, desde luego, hay mucho ruido, aunque no sé si sirve para algo o sólo es ruido ambiente. Ahora estoy esperando a que gane el PP para saber qué pasará con todas estas cadenas de televisión que sólo viven para criticar al PSOE. ¿Qué harán Intereconomía y VEO7?

¿Sigue las tertulias?

Sí, me encantan. Tenemos la tertulia, y luego el hecho de que cada uno ve su tertulia.

Para reafirmarse.

Aunque parece ser que Intereconomía es muy seguida entre espectadores de izquierdas para crisparse.

Debe de ser el único caso, porque se lo han ganado. Todo el mundo no busca tanto reafirmarse en sus ideas como en sus indignaciones e insatisfacciones. A la gente le gusta mucho estar de mal rollo. Yo escuchaba la COPE, sobre todo cuando estaba Jiménez Losantos, porque a los que nos interesa la política, la sociedad y la historia allí es donde se encuentra. No en una tertulia amable.

Y también la literatura.

Claro, un hombre con su trayectoria me parece un caso más digno de estudio que otros que son irreprochables desde todos los puntos de vista. Eso ya lo sé, es como hablar con mi tía… Pero ahora, ¿qué será de ellos? Porque son monotemáticos. Así que seguirán con el fútbol, pero tendrán que hacer un reajuste político que será sumamente interesante.

¿Sigue el fútbol?

Sí, me gusta.

¿Barcelonista?

Por supuesto.

¿Sufridor?

Claro, soy de los sufridores por tradición. Ahora estoy muy desconcertado y no puedo hablar con la gente joven. Aporto mi capacidad enorme de sufrimiento del buen culé, pero los jóvenes dicen“¡Cómo sufrir, si vamos a ganar!”. Ha cambiado. Me parece muy bien y supone un motivo para reunirse con amigos, ver el partido, gritar, divertirse y tomarse unos vinos, así como para tener conversación en cualquier parte del mundo. Uno dice que es de Barcelona e inmediatamente le preguntan: “¿Es verdad que Messi está en crisis?” En el último rincón o poblado de África están muy preocupados por si Villa marca o no. Y eso facilita la comunicación humana. Por otra parte, vivimos a través del filtro futbolístico y cada día hay partido o postpartido o prepartido. Interpretamos todo lo que pasa a través de la estrategia futbolística y del que uno gana y otro pierde. Eso es lo que tiene el deporte. Está muy bien, pero como metáfora de la vida falla.

Incluso la confrontación Guardiola-Mourihno se ha trasladado a un plano moral.

¡Me encanta Mourinho! Habla con una seriedad y una profundidad de las cosas más tontas del mundo… El otro día explicaba que como jugaban a las doce no sabía a qué hora desayunarían. Lo decía como si fuera Hegel en su clase de la universidad explicando el ser y el no ser. Me hace mucha gracia, mucha más que Guardiola.

Los dos tienen su parte interpretativa.

Sí. Es un poco preocupante que el fútbol sea aquello donde hemos puesto nuestros afectos, ilusiones, proyectos vitales, nuestro tiempo. Siempre ha habido una cosa abstracta que ha permitido que la gente se realice simbólicamente. Bizancio es la historia de la rivalidad de dos equipos de cuadrigas que ponían y quitaban emperadores y provocaban guerras civiles, matanzas horribles y sismas religiosos. Eran los verdes contra los rojos. Y duró mil años. Así que no pasa nada (Ríe).

Fotografía: Pol A. Foguet


Las ciudades visibles

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Las ciudades existen porque han escrito en ellas. Puede que también se hayan hecho otras cosas en esas ciudades, y de hecho todo parece indicar que se han hecho, sobre todo, otras cosas, además de escribir. Se vive, dentro y fuera de los bares, se trabaja algo. Se sufre, se muere, se resucita por las mañanas, casi siempre. La ciudad se pasea y a veces, en fin, se escribe. Es en la literatura donde la ciudad acaba dejando atrás esa visibilidad escurridiza del presente, que es casi una invisibilidad, esa apariencia de decorado oscuro en busca de obra o de autor, y haciéndose por fin real. Esto se ha dicho mucho. Quizá el último haya sido Vargas Llosa, en ese ensayo sobre Onetti (El viaje a la ficción, 2008): “No son las novelas las que imitan a las ciudades (sólo las malas novelas tratan de hacerlo y por eso fracasan) sino las ciudades las que terminan imitando a las grandes novelas que fingen imitarlas y en verdad las inventan.” Hasta el San Petersburgo de Crimen y castigo, que parece sólo una ciudad de interiores, es tan real como el París del flâneur baudelairiano. Ese París del que tanto escribió Walter Benjamin es la recreación de la ciudad, la ciudad que se descubre a sí misma y se gusta. Puede que el principio de todas las ciudades.

Así, París, una ciudad mirándose el ombligo, que es lo que hace el niño pequeño cuando se descubre el ombligo. Y así lo primero que aprende a escribir París es su nombre; en eso también es como cualquier criatura. Baudelaire nos deja París como nos deja sus putas sifilíticas, y ni siquiera hizo falta la novela. Llega el verso, llega odiar a papá, que era general del Estado Mayor (del odio al padre nace la poesía moderna; después, o antes, qué más da, Freud se sube al carro). Es un París traído como una blasfemia, satánico, hedonista, ingenuo, claro, aunque de todas formas acabaremos cargándonos al hombre antiguo, fuera éste lo que fuese, o lo que no fuese. Recoge a Poe y el flâneur, ya se sabe, se hace detective. El paseante acaba creyéndose detective, y, efectivamente, siéndolo. Es lo mismo. Un lógico entre posibles asesinos, entre vecinos. Todos los vecinos son unos asesinos, al menos en potencia. Ya no es el ocioso que pasea y observa, relajado, las costumbres y los tipos; ahora es el perseguidor del desconocido, en general, porque la ciudad es el refugio de los desconocidos. El crimen. La ciudad como espacio sin intimidad.

Escribía Arcadi Espada sobre el tema, la intimidad en la plaza, en la ciudad, al hilo de una película de José Luis Guerín (Recuerdos de una mañana) sobre el suicidio de un vecino. Otro crimen, aunque contra uno mismo. Es la cámara la que husmea, y según Espada, con un tacto irreprochable. Ese territorio de solitarios en el que todos viven con todos, y eso es la ciudad, es también el lugar del relato. La ciudad fue el lugar perfecto para el nacimiento de la ficción, o al menos de un tipo de ficción. Lo que no se sabe, y nada se acaba de saber del otro ahí, se inventa.

La novela tantea todo eso. O tanteaba. Ya no sé. Ahí está Balzac en ese otro París, el mismo París, quizá la fundación mítica de París. La ciudad nos presenta a sus hijos, los sube y los baja de sus novelas, de los tranvías, de los salones y de las duquesas; algunos se revuelven y también se mueren. En ese ir y venir de la pensión a los salones y de los salones a la pensión se plantea ya lo que será la ciudad como gran imán de ambiciosos. Ese paisaje de tejados esconde ya menos. La novela urbana le quita los tejados a las casas. Digamos, Dickens, Londres. Siguiendo a Balzac, que como digo funda París, Faulkner se saca de la manga Yoknapatawpha County, y su capital Jefferson. Si hoy en día el condado de Lafayette no se llama Yoknapatawpha County es porque la administración siempre va muy por detrás de la realidad.

La ciudad, entonces, se escribe. Ese desorden de la ciudad, esa ratonera hermosa, unas más que otras, es cierto, va tomando cuerpo en la novela. La novela es el género. Aparece, es verdad, algo nuevo, el diario o dietario, que también es un tipo de novela, o de ficción. De ese gran diario que es el Livro do desassossego sale una Lisboa que ya quedó. Bueno, Lisboa está en toda la obra de Pessoa. Es posible que la inercia del ojo perezoso ya sólo vea la Lisboa esquematizada, esclerotizada, de un Pessoa de bronce. Lisboa es pessoana, y para verlo no hace falta haber leído a Pessoa. Como Praga es en parte una extensión de la obra de Kafka, sin que haga falta leer a Kafka.

Bernardo Soares, el pobre diablo que se anota en el Livro, y que es Pessoa y no es, busca el paisaje objetivo de una ciudad que cartografía sin apenas salir de sí mismo. Es también un desorden, pero hay más verdad en el desorden literario que en el orden. Ya que de ahí salga o no un paisaje interior es lo de menos, o que esa ciudad sea el paisaje interior de ese hombre, alguien que por cierto existió a medias. Cosa muy borgiana, por laberíntica. Soares es un semiheterónimo, lo que ya es afinar. Y Lisboa ahí; un mosaico deslavazado de lamentos, pasos perdidos, tranvías sin mucha prisa, niebla, rostros cansados, casi siempre anónimos, señoras en las ventanas, la misma señora en todas las ventanas. La ciudad extrañada.

Veo piedad, antes que melancolía, por esos desconocidos que caminan delante, al menos por sus espaldas. Hay un fragmento en el que Soares compara las espaldas de los transeúntes con el rostro de alguien dormido. No es posible odiar a alguien que duerme como no es posible odiar a alguien por la espalda. En esa espalda ama la vida con violencia. Es más fácil, en todo caso, amar una espalda. Es la misma espalda, todas las espaldas se parecen un poco, que come, sola, en alguna taberna, esta vez un poco encorvada. Lisboa toma su sopa. Lisboa toma su sopa, siempre un poco encorvada.

Escribe: “Nâo há nada de real na vida que o nâo seja porque se descreveu ben.” Es eso.

Pienso en el Madrid de Baroja, por ejemplo. Creo que es el Madrid que queda, ese Madrid de principios de siglo. Galdós primero. Madrid, por supuesto, sale más de Galdós que de Mesonero Romanos, y está más vivo en la prosa de Gutiérrez Solana que en otras muchas novelas con Madrid de fondo. Baroja da el Madrid desharrapado de principios de siglo XX en la trilogía La lucha por la vida. En Madrid se ha escrito mucho, y muy bien, que es lo que importa. Hay un Madrid surgido directamente de escritores como Ramón (el Rastro es absolutamente ramoniano, y viceversa), Valle-Inclán, que en dos pinceladas ha dejado inaugurada la bohemia literaria, junto a Cansinos Assens, y más tarde vemos el Madrid de café y sabañón y mesa de mármol de Cela en La colmena. Umbral aparece en los nuevos tiempos de suecas y puño alzado con unos vaqueros como marcando paquete, sin marcarlo; es un Madrid también frío, pero con bufanda, porque la bufanda es muy literaria y Madrid es muy literaria. Es la bufanda que casi quiere escandalizar, con su coqueto abrazo de boa. Siguiendo la estela de Gutiérrez Solana y paseando mucho el Rastro el Madrid de hoy está en los diarios y artículos de Andrés Trapiello.

En fin, Barcelona; Marsé, Mendoza, Casavella. Encuentro un París distinto, muy reconocible, en Modiano. Chicago es Bellow, como ese Tokio futurista y un tanto ochentero es Murakami. Y por supuesto, Venecia.

Venecia es una ciudad absolutamente inventada. Aunque se hunda.

Italo Calvino escribió un libro titulado Las ciudades invisibles. Un catálogo de ciudades inventadas. Calvino inventa todas esas ciudades para poder inventar una: Venecia.

Ilustración: Héctor Quintela

Defensa apasionada de Ventajas de viajar en tren

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A ustedes no sé, pero a mí Ventajas de viajar en tren me lo recomendó mi amiga Verónica porque en su facultad, que era la de psicología de San Sebastián, tenía cierto predicamento. Ocurrió en el año 2001 y desde entonces hasta hoy me ocurre con Antonio Orejudo —Madrid, 1963— lo que a los seguidores originales de Wes Anderson cuando dirigió Bottle Rocket, por ejemplo, o a los que descubrieron a Amy Winehouse con el primer disco en lugar de con el segundo; que evocamos con nostalgia aquellos tiempos mejores en los que sólo nosotros sabíamos que la Obra existía e intentamos remediar la pérdida de esa arcadia de lo petulante dejándole claro a nuestros contertulios culturales que nosotros, eh, ya los conocíamos antes de que fueran best sellers. Como acabo de hacer ahora mismo, quiero decir. Síndrome del fan antiguo, propongo llamarlo, y es un mal muy extendido también entre los seguidores de Kubrick, de Queen y de Murakami. Orejudo, no obstante, no es aún best seller en su acepción reventona ni ha superado ese techo de cristal a partir del cual los empleados de la Fnac hacen pequeñas pirámides con tus libros. Aprovechando que habrá por ahí quien no le conozca y hasta quien no sepa de qué coño estamos hablando, hoy en Jot Down queremos invitarles a que sean con nosotros fans de Orejudo. Ahora fans a secas, sí; pero fans antiguos dentro de un tiempo. Descubrirán que cuando se trata de según qué libros, invertir en futuro sí que merece la pena.

Ventajas de Ventajas de viajar en tren

Si las ventajas de viajar en tren nos las descubre Orejudo al final de su novela homónima, las que son a su vez las ventajas de Ventajas de viajar en tren no se hacen tanto de esperar. La novela empieza desde su primerísima frase una entrada en harina tan poderosa que, aunque inicial, resulta como si El padrino empezase por su escena final o Cartas de mamá por su último párrafo. Pocas páginas después de empezar la novela —y pocas antes de acabarla, porque es cortita— el lector descubre no obstante que si el autor empezó así, con duende y con tronío, no fue seguramente para intentar igualar el efecto de otros empezadores concienzudos tal que Nabokov o Haneke, por ponerles un ejemplo, sino porque Orejudo es, cómo decirlo, el anti Haneke. Y Ventajas de viajar en tren es ante todo un libro agradecido escrito por un autor generoso que no parece pensar que para recompensar al lector haya que hacerlo sufrir primero. A Orejudo, en otras palabras, le caen bien los lectores, y eso se nota. Les deja que crean lo que quieran, les incluye en las primeras del plural y les regala chucherías sin venir a cuento. De no ser escritor, columnista, ensayista y profesor de literatura, Orejudo sería una abuela con delantal de las que salen en los anuncios de pizza y sus nietos, los lectores del supuesto, estarían gordos como palomos. Aunque no es aquí nuestra intención, aviso, desvelarles ni el principio ni el final ni ninguna de las demás pirotecnias en la trama o el discurso, que de todo hay, por más que queramos vender la moto. No, porque los espoilers están feos y porque además, un regalo no se regala.

Cómo describir Ventajas sin decir “caleidoscópico” ni “matrioska”

Al que les habla le dijo en una ocasión Alejandro Gándara que una historia jamás, pero es que nunca, debe empezar con un encuentro en un tren. Y el dogma debe ser tan de fe que Ventajas, descrita en al menos dos ocasiones como una obra maestra, ya luego les cuento por quiénes, comienza exactamente así: con un encuentro intrascendente en un tren que viene del norte y la pregunta peregrina que uno de sus partícipes le hace al otro: “¿Le apetece que le cuente mi vida?”. A partir de ahí, la narración va “multiplicándose y convirtiéndose en un mar de historias”, parafraseando al propio autor, en el que se cruzan y entrecruzan como sintonizadas por el dial de una radio las voces de un coro de personajes peculiares y de realismo variable que tienden a llamarse, no me pregunten por qué, como accidentes geográficos; Ander Alkarria, por ejemplo, nos descubre que la historia de lo literario podría ser una inmensa conspiración y Martín Urales de Úbeda, que esa misma conspiración podría ser no ya la de la literatura, sino la del propio mundo. El alcance cosmogónico de Ventajas es limitado, no obstante, pues que la mayor parte de sus personajes, entre ellos los que acaban siendo el mismo, sufren esquizofrenia, paranoias y demás trastornos de la percepción de la realidad. Y los que no los sufren tampoco suelen estar para grandes cosmogonías; “El problema de Helga Pato con las personas —nos cuenta el narrador al principio del segundo capítulo— es que confundía a los narradores con los autores y a éstos algunas veces con los personajes”. Cervantina y exacta a más no poder, en Ventajas no sólo se concatenan con solvencia realidad y ficción a golpe un mise en abyme detrás del otro, sino que consigue ese challenge fundamental logrado tan pocas veces que es que el discernirlas acabe realmente dando lo mismo. Para hacerlo Orejudo juega al efecto Droste y al teatro isabelino, contándonos una historia dentro de otra que en realidad lo es dentro de otra y pulsando muy mucho las cuerdas de conceptos de resultados tan efectivos pero teorizar tan repelente como la narración delegada, el narrador implícito, la distancia diegética y en fin. Ese tipo de cosas. Y adereza, mientras lo hace, con espontáneas indirectas a los asuntos verdaderos del mundo y apelaciones honestas al lector, cuya atención obtiene mirando a cámara de cuando en cuando no vaya ser que entre tanto vete y ven se sumerja demasiado en una trama que, aunque laberíntica y escheriana, es y acaba siendo una única historia con su planteamiento, su nudo y su desenlace. Lo último que quiere Orejudo es nos olvidemos de que estamos leyendo un libro algo enrevesado, crudo a ratos y hasta experimentalista en otros, pero lúdico y divertido en última instancia. Lo que quiere, y no es poco, es que disfrutemos de él.

Desfaciendo entuertos

Y ha tenido que pagar un precio, no se crean, por cultivar “una idea no demasiado trascendente de la literatura”, utilizando de nuevo sus propias palabras. Al escritor nacional, lo sabrán, y al cultureta en general, con frecuencia lo persiguen como pollitos una serie de preguntas que aparecen y reaparecen en tanta entrevista conceda a este lado del Pirineo. Si a Elvira Lindo le preguntan por la España de fuera de España y a Pérez-Reverte por la relación de España con su propia historia, a Antonio Orejudo le ha tocado compartir mantra de entrevista con Eduardo Mendoza, Pablo Tusset o Rodrigo Muñoz Avia: el humor en éste, nuestro país. Y con frecuencia se enfrenta el hombre a esa pregunta tan complicada de qué es lo que pasa, eh, con la literatura y el humor en España, presa un poco del mismo problema sobre el que es interrogado al no haber escrito un libro de humor, sino divertido. Él responde, por supuesto, porque ya se ha dicho que es un tipo bastante amable y porque además enseña literatura en la universidad, de lo que se deduce que de esto sabe seguramente más que usted y que yo. “Hay una idea penitencial de la lectura —dice al respecto. La gente cree que, o le duele, o la lectura no aprovecha”. En los libros de Orejudo, en todo caso, el humor nunca llega a ser un fin, sino una herramienta. La utiliza a veces para el recreo —en donde más, seguramente, en Ventajas de viajar en tren—, pero sobre todo para asirse y hacer toma de tierra cuando pisa terrenos de alto voltaje. Que son varios aunque aquí, por cuestión de síntesis y por tratarse de los dos únicos constantes en todos sus libros, resumiremos en dos: la desmitificación del oficio literario —con el consecuente desahucio de su panteón si fuera necesario— y la puesta a caer de un burro de la casta sesuda del mundo. Si en su primera novela le metía mano a la Generación del 27 y los escritores —Fabulosas narraciones por historias, de 1996, reeditada por Tusquets en 2007—, en Ventajas de viajar en tren le llegaba el turno sobre todo a crítica, lectores, editores y demás actantes en segundo grado del intríngulis editorial. Y cierra una trilogía que no lo es Un momento de descanso —Tusquets, 2011—, que acontece allí donde acaba la digestión literaria y la creación, después de ser lectura, acaba por sedimentarse en cultura; la universidad, la academia, las Letras y los estudios literarios. Entre ellas también figuran Reconstrucción –Tusquets, 2005–, la que es con toda probabilidad su novela más clásica, y una serie de pequeñas obras de ficción de menor catálogo y difusión como La Nave —Junta de Andalucía, 2003— o su participación en Páginas Amarillas —Lengua de Trapo, 1997– ¡Mio Cid! –451 Editores, 2007– y Feliz cumpleaños… erótico –Tusquets, 2011.

Pidiendo a gritos una edición extendida

Lo de la obra maestra, que no se me olvide. Así denominaron a Ventajas de viajaren tren Juanjo Millás y Rafael Reig. El primero lo hizo cuando la novela ganó el XV Premio Andalucía de Novela, allá por el año 2000, y el segundo en 2011, cuando Tusquets le pidió una video reseña para la reedición. Con la ocasión también supimos de boca del propio Orejudo que Ventajas en realidad se iba a llamar Selva y que tenía originalmente algo así como cuatrocientas páginas, reducidas a su elemental de ciento cincuenta no sólo tras pulir con la lija fina, que también, sino tras quitar tralla directamente porque el mejor escritor —palabras suyas, no mías— no es el que más escribe, sino el que más quita. Una gran verdad, estarán conmigo, que no obstante se llevó por delante la mayor parte cuantitativa de lo que, por cualitativo, por lo efervescente de su efecto y por lo mucho que tiene de buque rompehielos, bien hubiera agradecido doscientas, cien o cincuenta páginas más. Aunque fueran sólo diez, miren. O cinco. Habrá que esperar, mientras tanto, a que se imponga en literatura la moda de la edición extendida o a que algún hacker horrible y desaprensivo entre en su ordenador y le robe el manuscrito. Desde aquí hago un llamamiento a la industria editorial, pues, y a los hackers horribles del mundo; nunca dejen que un buen escritor les estropee una buena historia.

Flann O’Brien: la tumba de todos los errores

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Uno no compra toda la obra publicada de un autor porque se entere de que era un borracho, aunque si el tipo en cuestión se define como un “bebedor con problemas de escritura” tendrá en principio mucho ganado entre los amantes del buen humor, la vida disipada y las frases brillantes. Encontramos por otro lado en la verde Erin demasiados casos de coincidencia entre genialidad literaria y dipsomanía impenitente como para atribuirlo a la casualidad, y no a una peculiaridad idiosincrásica de la estirpe céltica. El mayor escritor de la historia de Irlanda, archipiélago que no ocupa precisamente el mismo lugar que Fiyi en el escalafón literario, no ha encontrado algo de su merecido reconocimiento en España hasta hace no más de cinco años, cuando la benemérita editorial Nórdica se hizo con los servicios de Flann O’Brien (Strabane, Tyrone, 1911 – Dublín, 1966) como quien contrata de un solo tiro a cierto entrenador portugués y a cierto delantero argentino. El solapista encargado de glosar al genio no ocultaba la emoción del descubrimiento, que uno entiende tan bien desde que este irlandés nos fue revelado en el blog de nuestro ex profesor Alejandro Gándara: “En Nórdica estamos entusiasmados con la obra de este genial irlandés y hemos cumplido el sueño de publicar todas sus novelas: El tercer policía, Crónica de Dalkey, La boca pobre, La vida dura y En-Nadar-dos-pájaros”. En este mismo otoño de 2011, año del centenario de su nacimiento, la misma editorial acaba de alumbrar La gente corriente de Irlanda, una irrenunciable antología de la columna que durante 26 años estuvo firmando nuestro hombre en The Irish Times bajo el seudónimo gaélico de Myles na gCopaleen.

Por cierto que Flann O’Brien es otro seudónimo. El funcionario gris que llegó a secretario de ministros —en la intimidad un creador mimado como ninguno por la musa de Aristófanes— se llamaba en realidad Brian O’Nolan, “inspector de sanidad nacional y literaria para Irlanda” según propia definición. Su ricino satírico, sin embargo, no siempre salía de botica por censura del editor, que se debatía entre el fervor cerrado de los lectores y las cartas indignadas de los prebostes ridiculizados, pues Myles no dejaba títere con cabeza. Su salud ganaba cuando era censurado, porque entonces perdía la remuneración y a lo mejor no le alcanzaba para sufragar la batería de pintas rituales de la tarde. Esta manía del seudónimo obedecía en origen a la imposibilidad para un funcionario estatal de publicar bajo su nombre genuino, pero luego nuestro autor le fue cogiendo el gusto a la heteronimia hasta hacerse acreedor entre algunos críticos al marbete de “Pessoa irlandés”, ajustado apodo si el pobre Pessoa resultara un poco más alegre de lo que es.

Joyce no era malo. Beckett mucho menos. Qué decir de Wilde o Bernard Shaw. O’Brien, en todo caso, era como mínimo el mejor en lo suyo, como bien sabían Beckett y el propio autor del Ulysses, que prácticamente ciego leía las novelas de O’Brien con ayuda de una lupa: “Un escritor auténtico, con el verdadero espíritu cómico”. Lo malo es que alguien —y aquí todos miramos al existencialismo francés, y luego al estructuralismo y a la deconstrucción y a sus santos popes, que poseyeron al papanatismo intelectual español como un galán de casino a una modistilla de zarzuela— decidió que la literatura humorística estaba un par de peldaños por debajo de Kafka y sus afanosos epígonos de la disolución del yo, como bien protestaba Eduardo Mendoza, entrevistado en esta revista. Por eso ha tardado tanto en llegar aquí su canonización literaria definitiva, configurada a golpe de crítica entusiasta. Pero si, a nuestro limitado juicio, O’Brien constituye el mayor hallazgo literario en décadas del panorama editorial patrio, en el ámbito anglosajón llevaba ya mucho tiempo formando parte de la sacra trinidad de monstruos irlandeses junto a James Joyce y Samuel Beckett, de los cuales es discípulo por edad y, en algunos momentos, maestro por superación artística. Quienes reconozcan el magisterio de ese Mourinho de la crítica literaria que es Harold Bloom —y uno lo reconoce—, deben saber que el patriarca hebreo incluyó dos obras de O’Brien en su santo canon.

La tradición literaria de la fórmula O’Brien entronca con El Quijote, con Rabelais y con el Tristam Shandy: tramas disparatadas, personajes grotescos, mezcla del lenguaje científico con el habla vulgar, pedantería deliberada, entrevero de planos narrativos, constantes digresiones aparentemente arbitrarias, desdoblamiento del narrador en otros narradores y diálogo de los personajes con el autor al estilo Unamuno o Pirandello, evocación y mezcla de las corrientes históricas de la literatura irlandesa —del vademécum moralista a las sagas épicas pasando por la consigna nacionalista, cuyo lenguaje es imitado con tanta brillantez como irreverencia—, introducción de conversaciones entre personajes de una erudición inútil y desaforada (“Menos Uno, Cero y Más Uno son los tres enigmas insolubles de la Creación”), cierto costumbrismo con pintura de caracteres irlandeses (no faltan los borrachos ni los beatos arrebatados), algo de novela de formación de ambiente universitario regado por pintas de cerveza, etcétera. Lo que menos hay es acción, porque O’Brien —que tenía el don de la frase perfecta, la metáfora original y el humor salvaje, todo lo cual hace de la suya una prosa radiante de personalidad—, como todos los aristócratas del estilo, hacía residir en la pirotecnia medida del lenguaje el estallido del placer literario, y desechaba eso del suspense, de la trama y de la intriga reputándolo bisutería facilona para gustos plebeyos. Como dice uno de sus personajes: “No hay nada peor que reducir una buena charla que debería durar seis horas al breve espacio de una”.

Esas charlas desaforadas, exquisitos artefactos culturalistas con golpes de costumbrismo salvaje, son sus libros. Advirtamos también que O’Brien resulta por momentos un complicado autor de vanguardia y culto. Su deslumbrante, enloquecido, debut literario, escrito antes de cumplir los 30 años, resulta particularmente críptico ya desde el insensato título: En-Nadar-dos-pájaros. Otras obras del autor como La vida dura o El tercer policía (ésta me sigue pareciendo su obra maestra) albergan mayores dosis de verosimilitud narrativa –no muchas más- que facilitan el seguimiento lector. Pero la genialidad desatada del irlandés ya está entera en su ópera prima, y referir el argumento no sólo sería imposible sino de hecho una traición al tipo de talento que tenemos entre manos, que es el talento del absurdo exquisito. En-Nadar-dos-pájaros fue saludado con el aplauso merecido por Graham Greene, Joyce, Beckett o Dylan Thomas, pero la II Guerra Mundial vino a truncar su difusión, hecho que explicaba el autor años después diciendo que a Hitler le molestó tanto la novela que se inventó el nazismo y la invasión de Europa para distraer de su divulgación. Y es que por debajo del discurso delirante, ciertamente pueden advertirse en esta obra críticas feroces a los ridículos totalitarismos del momento, a la intransigencia del nacionalismo irlandés y su beatería extrema y a la fatuidad endogámica de la cháchara de los intelectuales, entre los cuales él mismo se sabía inserto. Hay también, como en toda literatura del absurdo, un trasfondo melancólico en estas páginas, sin duda mitigado por un humor amable que distancia a O’Brien del nihilismo más crudo de Becket. Ambos artistas parten de la conciencia del callejón sin salida al que conduce el inmanentismo de la modernidad. Pero mientras otros autores modernos y posmodernos se dan al tremendismo lastimero y aúllan el sinsentido de la vida, el supremo talento de O’Brien compone con la cartilla de racionamiento de la vida un origami disparatado, que acentúa las aristas a la vez que desactiva el peligro de sus filos.

Es probable que hoy solo pueda alcanzarse la libertad creativa de un O’Brien cuando no se necesita de la literatura para vivir, cuando se puede dar rienda suelta a la locura expresiva a despecho de los márgenes exigidos por tu editor. La jubilosa tarea del sello Nórdica informa, sin embargo, de una esperanza vigente: la gente no es del todo imbécil. Subsiste y subsistirá una parte suficiente, redentora, de la comunidad lectora que persigue, admira y compra lo excelente. Puede parecer fácil hacer literatura del absurdo, desligarse de normas de verosimilitud o estructura, pero ceñirse a la única norma del absurdo (desarmar al lector más avezado) sin caer en el efectismo sólo sale de forma natural cuando se posee el don de la sátira, como Bulgakov, Twain, Swift o Sterne. En el tercer policía, el protagonista, que no recuerda su nombre, topa con edificios de dos dimensiones, con bicicletas semivivas con un desmesurado sex-appeal, con sargentos infinitamente estúpidos, con toneladas de un material denominado “ómnium” y con un erudito tronado, evocador del Ignatius Reilly de La conjura de los necios, que se llama De Selby y que tiene razones para sospechar que la tierra no es esférica, sino “asalchichada”. En La vida dura el lector encontrará conversaciones delirantes entre un jesuita y su amigo Collopy, en las que éste ataca a la Compañía mientras beben cortésmente whisky en el salón familiar y mientras arriba, en su habitación, el sobrino de Collopy funda una universidad por correspondencia desde la que importe cursos como Acrobacia y Equilibrismo sobre el Alambre, Búsqueda de Petróleo o Taumaturgia Aplicada. Y en La boca pobre podemos leer esta flagelación desopilante de la cerril mitomanía nacionalista que merecería un auto de fe en Sabin Extea por sangrante analogía:

¡Gaélicos! —dijo—, mi corazón gaélico se llena de alegría al estar hoy aquí dirigiéndome a vosotros en gaélico en esta fiesta gaélica en el centro del territorio gaélico. Dejadme decir que soy gaélico. Soy gaélico de pies a cabeza, gaélico por los cuatro costados. Asimismo, todos vosotros sois verdaderos gaélicos. Todos nosotros somos gaélicos de puro linaje gaélico. Quien es gaélico, siempre será gaélico. Yo nunca he pronunciado (ni vosotros tampoco) una sola palabra que no sea gaélica desde el día en que nací, y lo que es más: todo lo que he dicho ha versado sobre el tema de la lengua gaélica. Si somos verdaderos gaélicos, es necesario que nos ocupemos siempre de la cuestión del gaélico y de la gaelicidad. De nada sirve saber gaélico si lo empleamos para conversar sobre cosas que no son gaélicas. Quienes hablan gaélico pero no se ocupan de la cuestión de la lengua, no son verdaderamente gaélicos en el fondo; personas así no benefician nada al gaelicismo, pues lo único que hacen es burlarse del gaélico e insultar a la gente gaélica. No hay nada en el mundo tan hermoso y tan gaélico como los verdaderos gaélicos verdaderamente gaélicos que hablan en verdadero gaélico gaélico sobre la gaélica lengua gaélica. ¡Por tanto proclamo gaélicamente inaugurada esta fiesta! ¡Arriba los gaélicos! ¡Larga vida a nuestra lengua gaélica!

Cuando este noble gaélico se sentó sobre su gaélico trasero, hubo gran algarabía y todos los asistentes estallaron en aplausos”.

Lo mejor de todo es que el propio Flann O’Brien era uno de los mayores expertos en gaélico de su tiempo, autor de una tesis doctoral de referencia sobre literatura celta en la Edad Media. Un fenómeno similar al de Jon Juaristi con el euskera: estudioso curado de fanatismo, con la salvedad de que O’Brien nunca militó en otra causa que en el entusiasmo del escéptico.

El valor de la obra de O’Brien ya sería incalculable en atención a la pura inventiva, a la vis cómica transportada por el estilo más refinado. Ciertamente, el humor es el lenitivo indispensable en medio de acuciantes problemas sociales, convivencias grises y hasta enconadas disquisiciones teológicas. Pero el humor no es solo una válvula de escape, sino sobre todo la vía de acceso más adecuada al teatro este en que vivimos. El humor es el seudónimo de la inteligencia. Y la carcajada, como escribió Wenceslao Fernández Flórez, la más segura tumba del error.

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La mirada alienígena sobre nuestro mundo

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Al fin dimos con la playa de mis eternas fantasías tropicales. Estaba adecuadamente flanqueada por cocos y por barcas pesqueras de madera, ancladas. Acuclillado al borde del mar había un hombre, seguramente atareado en alguna vieja costumbre popular marinera. Me acerqué con el saludo en los labios. El hombre, al advertir súbitamente una presencia extraña, se volvió con una mirada de horror, se cubrió las vergüenzas y salió a toda velocidad. Entonces descubrí cómo eran allí los inodoros.

Nigel Barley es, en mi opinión, el mejor antropólogo inglés contemporáneo. Que sea el único que conozca en tal categoría no le resta mérito. El pasaje arriba citado pertenece a su libro No es un deporte de riesgo —recientemente publicado en castellano— en el que relata con mortificante sinceridad todas y cada una de las situaciones embarazosas en las que se vio envuelto durante su trabajo de campo con la tribu de los Toraja, habitantes de la isla indonesia de Célebes. Embarazosas… desde su punto de vista, claro. Puesto que la presencia de un extranjero y sus intentos de adaptarse a las costumbres locales fue, para los nativos, un motivo constante de diversión a su costa.

Resulta curioso comprobar como en sus anteriores El antropólogo inocente y Una plaga de orugas su investigación y convivencia con los Dowayo, en pleno centro de África, provocó exactamente la misma reacción. No hay nada como ser extranjero para que se rían de ti. ¿Por qué?

La explicación inmediata es que esos salvajes tercermundistas son todos unos cabrones esquinados. Suena convincente, sí, y sin embargo… qué fácil resulta imaginarse en su lugar sonriendo al ver a este hombre blanco imitar torpemente el idioma y las destrezas cotidianas que uno adquirió desde pequeño, contemplarlo vulnerar con toda ingenuidad tabúes y leyes no escritas que damos por tan sólidas e incuestionables como las leyes físicas.

Una de las claves del humor es subvertir el orden establecido: ya sea poniendo arriba lo que está abajo y al derecho lo que estaba del revés, quebrando la lógica de las cosas (“en mi antiguo vecindario algunas noches no podía dormir por el sonido de los disparos. Siempre provenían del interior de casa”) o jugando con la polisemia de las palabras atribuyéndoles el significado que no corresponde al contexto, como cuando alguien dice “siempre guardo una muda en el armario para echar un polvo sin que nos oiga mi mujer”. El humor es, en definitiva, una interpretación de la realidad discordante, inhabitual. Y eso es precisamente lo que hace con desconcertante frecuencia quien aún no ha podido familiarizarse con las convenciones sociales del lugar al que acaba de llegar. Ya sea la tripulación del Enterprise en un viaje en el tiempo al planeta Tierra de finales de los 80:

Un médico neoyorkino recién instalado en un pueblo remoto de Alaska, Paco Martínez Soria de visita en Madrid desde algún pueblo perdido, un negro de clase baja yéndose a vivir a Bel-Air, un ejecutivo americano en un pueblecito escocés donde su compañía petrolífera quiere hacer negocio (descripción que corresponde a Un tipo genial, sencillamente imprescindible), un jardinero con ciertas limitaciones intelectuales que sale al mundo tras décadas de aislamiento en una mansión, una joven norteamericana preparando una tesis en Sevilla durante el franquismo, unos viajeros en el tiempo que llegan al presente desde la Edad Media, un periodista kazajo recorriendo Estados Unidos… Son tantos los ejemplos que pueden enumerarse que parece que el 90% de las comedias consisten sencillamente en situar a alguien en un entorno que le es ajeno y esperar a que estalle el conflicto. Por eso también la percepción del mundo de los niños pequeños suele ser tan graciosa, al fin y al cabo, son pequeños alienígenas recién aterrizados en nuestro mundo.

A menudo una carcajada suele ir precedida de un poso de inquietud, como si la risa fuera el equivalente psicológico al acto reflejo de agitar los brazos cuando perdemos el equilibrio. Es la manera en que reaccionamos ante algo que nos desconcierta. Por ello la irrupción del extraño nos hace gracia e inmediatamente se convierte en objeto de mofa al que señalar, pero también nos provoca desasosiego. Tal como dice Savater, en dicho momento “el espejo del prójimo ya no me devuelve la imagen que tengo interiorizada como la única que corresponde al ser que compartimos sino algo inquietantemente diverso, una posibilidad distinta y aún inexplorada. Y brota la turbadora pregunta: ‘Si ellos pueden vivir con nosotros sin ser como nosotros, ¿Por qué nosotros tenemos que ser como somos?‘”

Así que el alienígena, bien con su mera presencia a nuestro lado o expresándonos su visión de nuestro mundo, puede llegar a hacer que nos lo replanteemos. Inicialmente nos divierte su excentricidad, sí, pero al mismo tiempo también nos obliga a tomar conciencia de lo que hasta ese momento era simplemente algo inamovible, en cuya razón de ser nunca habíamos reparado. ¿Por qué ducharnos a diario cuando al sentarse en el metro a nuestro lado esa persona de apariencia tan exótica demuestra contundentemente a nuestro olfato que no comparte nuestra costumbre? Vaya, este ejemplo ha sido muy desafortunado. Pero creo que se entiende lo que quiero decir. El extrañamiento ante lo cotidiano, ese “pensar fuera de la caja” según la expresión anglosajona, opuesto a nuestro fuerte impulso como seres sociales hacia la unanimidad de criterios, ha sido desde siempre el principal acicate de la filosofía. En su En busca del tiempo perdido Marcel Proust dejó escrito que  “el único viaje auténtico, el único baño de juventud, no consiste en ir hacia nuevos paisajes sino en tener otros ojos, ver el mundo con los ojos de otro, de cien otros, ver los cien mundos que cada uno de ellos ver”.

Extranjeros, niños e intelectuales parecen por tanto tener una misma labor de zapa —sean más o menos conscientes de ello— por lo que estos últimos cuando han querido criticar tal o cual aspecto de la sociedad de su tiempo a menudo han recurrido a describirla desde el punto de vista de alguien llegado de fuera. Un recurso que reforzaba su comicidad y daba más libertad al autor que empleando su propia voz.

Un ejemplo de ello es El Diablo Cojuelo, un clásico de la literatura española de comienzos del siglo XVII, atribuido a Luis Vélez de Guevara. Un autor del que sabemos que estuvo “casado tres veces con grande acierto” y murió “de unas calenturas maliciosas y un aprieto de orina a 10 de noviembre, año de 1644”. Escrito en una época en la que nuestro glorioso imperio entraba en decadencia, nos muestra a través de los ojos de un pequeño diablo que sobrevuela el cielo madrileño —junto al estudiante que lo ha liberado de su cautiverio— un retrato mordaz de los vicios e hipocresías de la época. Así, a vista de pájaro y observando a través de los tejados como si hubieran sido levantados como una tapa, el lector ve desfilar a la fauna humana en todas sus miserias:

“mira, allí está pariendo Doña Fáfula, y Don Toribio, su indigno consorte, como si fuera suyo lo que paría, muy oficioso y lastimado; y está el dueño de la obra a pierna suelta en esotro barrio, roncando y descuidado del suceso (…) acompáñame a reír de aquel marido y mujer, tan amigos de coche, que todo lo que habían de gastar en vestir, calzar y componer su casa lo han empleado en aquel que está sin caballos agora, y comen y cenan y duermen dentro dél, sin que hayan salido de su reclusión, ni aun para las necesidades corporales, en cuatro años que ha que le compraron (…) Pero vuelve allí los ojos, verás cómo se va desnudando aquel hidalgo que ha rondado toda la noche, pues quitándose una cabellera, queda calvo; y las narices de carátula, chato; y unos bigotes postizos, lampiño; y un brazo de palo, estropeado; que pudiera irse más camino de la sepoltura que de la cama. En esotra casa más arriba está durmiendo un mentiroso con una notable pesadilla, porque sueña que dice verdad”

Pero seguramente el ejemplo más paradigmático e imitado ha sido el de las Cartas Persas, donde Montesquieu se hace pasar por Usbek, un estudioso persa que visita Francia a comienzos del siglo XVIII y describe sus impresiones en varios intercambios epistolares, tal como indica el título. Tuvo tanto éxito que posteriormente aparecerían por parte de otros autores cartas turcas, judías, indias, tahitianas, chinas, moscovitas… aunque probablemente las más conocidas en nuestro país —al menos para los que no faltaron mucho a clase de lengua en su día— sean las Cartas Marruecas, de José Cadalso. Todas ellas responden al característico afán de la Ilustración por la crítica social y su énfasis en el relativismo cultural como medicina frente al dogmatismo eclesiástico y la intolerancia a la que se oponían:

“El Papa es el jefe de los cristianos. Es un viejo ídolo al que se inciensa por costumbre. Antiguamente era temido incluso por los príncipes, pues los deponía con tanta facilidad como nuestros magníficos sultanes deponen a los reyes de Irimeta y Georgia. Pero ahora ya no se le teme. Se dice sucesor de uno de los primeros cristianos que llaman San Pedro, y ciertamente la herencia es muy rica, pues posee inmensos tesoros y tiene bajo su dominio un vasto país. (…) lo que te cuento sirve para Francia y Alemania, pues he oído decir que en España y Portugal hay unos derviches que no se andan con bromas y queman a un hombre como si fuera paja. Si alguien cae en manos de esa gente, más le vale haber orado a Dios con unas bolitas de madera en la mano, haber llevado consigo dos trozos de trapo atados con dos cintas y haber estado alguna vez en una provincia que llaman Galicia.”

Un recurso satírico también presente aunque del revés en Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift, o en Un yanqui en la corte del Rey Arturo de Mark Twain. Otro buen ejemplo —aunque ya fuera de la ficción— es La democracia en América de Alexis de Tocqueville, en la que un recién llegado pudo describir la sociedad característicamente moderna que estaba naciendo en Estados Unidos a comienzos del siglo XIX, con más agudeza y capacidad de observación que cualquiera de los que vivían inmersos en ella. Ya más recientemente, por ir cerrando una lista que podría ser interminable si añadiera todos los libros al respecto que desconozco y que por tal motivo no añadiré, el mencionado Savater tiene escrita una novela muy recomendable llamada El jardín de las dudas, donde repasa la biografía de Voltaire. También en estilo epistolar y empleando el mismo recurso, siendo esta vez la mirada extranjera la de una culta aristócrata francesa llegada a una España que no deja de escandalizarla con su barbarie y atraso. Tampoco puede dejar de mencionarse el libro de Eduardo Mendoza Sin noticias de Gurb, sobre un marciano con la apariencia de Marta Sánchez perdido por Barcelona.

Pero probablemente ninguno de todos los protagonistas de estas obras llegó a ser tan intrépido como el único antropólogo y viajero capaz de hacer sombra al mismísimo Nigel Barley. Un señor de apariencia mayor y tamaño diminuto que supo mostrarnos lo rematadamente extraña que es la realidad que nos rodea:


Javier Marías: “Estamos viviendo una especie de enorgullecimiento de la ignorancia, de la bruticie”

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El escritor Javier Marías (Madrid, 1951) ha alcanzado ya una cierta inmortalidad. La editorial británica Penguin le ha incorporado a su colección de “modern classics”, en la que figuran sólo otros cinco autores en lengua castellana (Borges, García Lorca, García Márquez, Octavio Paz y Neruda), pertenece desde 2006 a la Real Academia de la Lengua y es, además, rey del mágico Reino de Redonda. Vive solo en un piso amplio del viejo Madrid, sin ordenador pero con miles de libros y de objetos curiosos. Es un hombre reflexivo, amable y formal. Esta conversación se desarrolla en su casa, entre cigarrillos y refrescos.

¿Cuándo fue la última vez que te acordaste de tu padre, el filósofo Julián Marías?

Me acuerdo a diario, igual que suelo acordarme de todas las personas que han muerto y que han sido muy queridas. El hecho de que alguien haya muerto no es razón suficiente para no tenerle en cuenta. Ahora se cumplirán 20 años de la muerte de Juan Benet, que era un amigo, aparte de un escritor al que admiré mucho. Durante muchos años, cuando veía en una librería de viejo algún libro que le podía gustar a algún amigo, si tenía dinero y me lo podía permitir, se lo compraba. Y aún ahora a veces me viene el impulso de decir “Esto para Juan”, aunque son sólo unas décimas de segundo. En ese sentido, recuerdo a diario a mi padre. Recientemente, la editorial Fórcola ha hecho una reedición de un texto suyo de 1980 que estaba muy bien. Me mandaron ejemplares de esa pieza, que se llama La Guerra civil, ¿cómo pudo ocurrir? A mí no me atraía todo lo que escribía mi padre; tiene libros sobre el cristianismo que nunca me han interesado, pero ese texto está realmente bien. Además han reproducido algunas fotos suyas vestido de soldado republicano, y por ese motivo lo he recordado en particular.

Vivíais los dos como una pareja de solteros.

Sí, durante unos años, por decirlo así, compartimos piso. La casa era lo bastante grande como para que después de mis años de vagabundeo por diferentes países —sobre todo Inglaterra, Estados Unidos e Italia— y de que él enviudara en 1977, con mis hermanos ya casados, viviéramos juntos. Cada uno llevaba su vida y tenía sus zonas, coincidíamos normalmente para el almuerzo. En alguna entrevista de esa época yo ya decía que vivíamos como dos solteros o dos viudos, como prefieras. Él era viudo y yo era soltero. Bueno, lo sigo siendo, he tenido mis parejas pero no me he casado.

Sigues haciendo vida de soltero.

Sí, quitando los períodos que paso con ella, que vive en Barcelona. A estas alturas ya estoy demasiado acostumbrado para otra cosa.

¿Es por voluntad tuya o de ella?

En gran medida viene impuesto por las circunstancias, pero a estas alturas, cuando ya he cumplido 60 años, llega un momento en el que hay que pensar que dado que cosas parecidas me han ocurrido con diferentes relaciones a lo largo de mi vida… tuve novias que estaban en Estados Unidos y yo aquí, o en Inglaterra. En los 70 sí que conviví plenamente, tenía una pareja de Barcelona y me trasladé durante tres años. Pero es la única vez, desde entonces no he convivido permanentemente con nadie. Siempre ha sido por las circunstancias, pero me temo que hay un denominador común que soy yo, así que a lo mejor algo de elección semiinconsciente sí ha habido.

¿Juan Benet o Sir Peter Russell son para ti figuras paternas?

Son más que eso. Tienen algo de figuras paternas, pero además eran dos personas, cada una con su estilo distinto, muy extraordinarias, cultísimas, inteligentísimas… además de figura paterna han sido personas de las que yo he aprendido mucho; sobre todo con Benet, más que con Russell. Russell es una figura extraordinaria pero lo traté mucho menos. Lo traté los dos años que estuve en Oxford en los 80 y luego ya más por carta, sólo nos veíamos de vez en cuando. Con Benet tuve una amistad continuada de más de 20 años. Siempre he sostenido que Benet es de esos escritores que no admiten a los seguidores. En cuanto uno intenta seguirlo se convierte en parodia, como sucede, por ejemplo, con Kafka. Es curioso que haya tantísimos kafkianos cuando es de esos autores a los que cuando uno intenta seguirlo se convierte en epígono. Y Benet pertenece a esa categoría. No es tanto que su literatura me haya influido, aunque sí que he aprendido cosas, sobre todo de tipo técnico. Fue sobre todo un maestro vital: una persona que te enseñaba a mirar, que te enseñaba a razonar, que tenía un oído finísimo para la música, que tenía un ojo extraordinario para la pintura… sabía enseñarte a ver y oír. Además era muy divertido, a pesar de la fama de adusto que le ha quedado. Cuando salía en televisión, que salía pocas veces, se enfurruñaba y le gustaba hacerse el arisco, pero a la hora de la verdad era una persona encantadora. Era risueño, muy juvenil, gamberro, malicioso en el buen sentido de la palabra, aunque no tenía la mala uva que se da tanto en España. Era muy estimulante en todos los sentidos.

¿Qué encontrasteis el uno en el otro? Porque la diferencia de edad era grande.

Sí, él me llevaba 24 años, me parece. Supongo que lo que pasó fue que Benet, sobre todo a raíz de la publicación de Volverás a Región en 1967, fue para muchos jóvenes una especie de banderín. Era un tipo de literatura española distinta de la habitual y predominante. En 1967 yo era muy joven, aún estaba en el colegio, pero fui muy precoz y empecé a leerlo. Quizá a este pequeño grupo de admiradores jóvenes nos fue viendo la gracia, a cada uno por un motivo, y yo tuve la suerte de que mi primera novela le gustó —cuando él era muy estricto y casi nada de lo que se hacía le gustaba, pudiendo ser bastante brutal en sus críticas—. Pero esa novela le cayó en gracia. A veces tengo la sensación de que yo le divertía, le caía bien, lo que iba haciendo le gustaba con sus más y sus menos (el último libro mío que leyó fue Corazón tan blanco) y me tenía estima literaria. Y para mí era como un regalo, a pesar de la diferencia de edad podía ser más gamberro que los más jóvenes que él, de manera que nunca fue lo que antiguamente se llamaba “un señor”. Podía serlo ocasionalmente, como cuando oficiaba de ingeniero, en lo que según tengo entendido era muy competente. Recuerdo que una vez le dieron una medalla de la Escuela de Ingenieros y se empeñó en que todos los amigos literarios fuéramos al acto, aunque nos daba igual y nos traía sin cuidado, porque él le daba importancia a eso.

Hablando de tu precocidad, ¿cómo se maneja eso de ser casi un niño prodigio y luego ir ganando años? ¿Hay alguna sensación de extrañeza o todo fluye naturalmente?

En septiembre cumplí 60, y tuve la sensación de “Pero esto… ¿cómo ha ocurrido?” Supongo que le pasa a cualquier persona, se dedique a lo que se dedique. Sí es verdad que como empecé muy joven y publiqué la primera novela con 19 años fui durante mucho tiempo, quizá más de la cuenta, el más joven de la generación porque lo que yo consideraba mi generación eran más bien mayores: Eduardo Mendoza, Félix de Azúa, toda esa gente. Y luego, durante muchos años, supongo que fui considerado un joven escritor o promesa… bueno, creo que aún se me considera promesa por parte de mucha gente, hay ahí una cosa rara. Quizá se hereda esa especie de sambenito y perdura más tiempo del que toca, pero con 40 años ya se es un hombre y un autor más o menos maduro, si no es que uno ha empezado a escribir a los 35, como Conrad o el propio Pérez-Reverte, que debió de empezar a escribir novelas hacia esa edad. El otro día recibí un libro que ha sacado Oxford University Press de un estudio llamado “Javier Marías debt to translation”, que es un estudio sobre la traducción de mi obra. Es muy gordo y pienso: “¿Da para todo eso?” Ese tipo de cosas me parecen chocantes y me da la sensación de que todo ello es una exageración y no se compadece bien con la idea que yo sigo teniendo de que lo que voy haciendo lo hago de la misma manera que hice las primeras novelas: de una manera muy tentativa, sin saber lo que va a salir, muy inseguro… Es algo que he comentado en muchas ocasiones, es un poco desesperante, y supongo que pasa con otros oficios artísticos. Llevo 40 años en esto y una persona que lleve 40 años en un oficio determinado, sea de profesor o de carpintero, sabe que la mesa la va a hacer bien o que va a dar la clase bien… o incluso quizá la crónica del corresponsal, supongo que llega un momento en el que…

No te creas.

Sí, quizá eso es más… pero bueno, da un poco de rabia, por lo menos en mi caso, que cada vez que empiezas una novela, en el supuesto de que las anteriores hayan estado bien o así lo haya dicho un cierto número de gente, no te sirva de nada. Pongamos que esta novela y la anterior hayan salido bien; eso no me garantiza que la que estoy empezando ahora vaya a salir bien.

Cabe sospechar que sí.

Desde fuera sí. Cuando empiezo una novela nueva y digo que se me hace una montaña o que me he dado cuenta de que no sé hacer novelas no es coquetería, es que me parece inverosímil haber hecho otras.

Tú construyes las novelas sin demasiados planes previos.

Si, de esa manera extraña que he contado varias veces. Pero me doy cuenta de que no sé hacerlas. Cuando lo digo la gente cercana me toma a guasa y me dice que tiene la seguridad de que mi novela saldrá bien, pero esa confianza que tienen ellos es la que yo puedo tener en esas personas porque sé que hacen muy bien lo suyo; esas personas, a su vez, tienen inseguridad en lo que hacen. Y a mí no me sirve de nada que me digan que luego saldrá, porque mientras no sale lo paso mal. En este sentido, contestando a la pregunta que me hacías, la cosa ha cambiado demasiado poco. Por mi propio interés y tranquilidad me encantaría haber llegado a ser uno de esos escritores, que los hay, que se sienten segurísimos de lo que hacen. Es más, hay algunos que llegan a convencerse tanto de que ellos son Fulano… “Soy Thomas Mann”, por ejemplo.

Es un buen comienzo.

No, no me refiero a que alguien crea que es Mann, sino que Thomas Mann, por lo que sé de él a través de la lectura de sus diarios y correspondencia, debió de interiorizar que era Thomas Mann. Más allá de quién era él, era Thomas Mann, que tiene esa figura pública, a quien otorgaron un premio Nobel bastante joven… Supongo que hay gente que, igual que Mann estaba muy convencido de su valía, piensan que, puesto que sale de ellos, lo que sea que escriban va a ser bueno. Hay gente así, lo percibes. Y a mí me encantaría ser así, porque debe de dar una tranquilidad enorme.

En España no creo que haya un escritor con el que los críticos babeen tanto como contigo.

Más fuera de España que aquí. No es por hacerme el modesto, insisto. Lo sé pero no lo siento, no lo acabo de interiorizar. A la hora de ponerme con un texto nuevo no me ayuda mucho; al revés, pienso que han exagerado, se han equivocado… es un poco inevitable tener una cierta sensación de farsante. Si he logrado hacer esto no tenía tanto mérito, porque como uno lo ha hecho ya parece cosa más fácil. Imagino que es como en el fútbol, una vez que se ha ganado un partido el partido parece más fácil de lo que era. Lo difícil es lo no he hecho todavía. 

¿Te resulta cómoda la disciplina del artículo semanal o es una condena?

Depende de las semanas. Ahora llevo ya nueve en El País Semanal y antes había estado ocho en El semanal. Son 17 años haciendo una columna semanal todos los domingos y hay días en los que piensas que has hablado ya de todo lo habido y por haber, pero como la realidad es muy repetitiva, te repites.

Hay ritos anuales muy celebrados: el artículo de Manuel Vicent sobre los toros, el tuyo sobre la Semana Santa…

Este año no he hecho el de la Semana Santa porque en verano ya había hecho uno sobre la visita del Papa. Hay veces en las que tiene uno la sensación de que se repite, aunque luego probablemente no tanto. Hay semanas en las que te sobran los temas y otras en las que te sientas ante la máquina cuando ya toca y te preguntas de qué diablos vas a hablar. Alguna vez me he sentado ante la máquina porque había que entregar al cabo de unas horas y me he puesto a mirar alrededor, por si en la habitación encuentro un tema. Recuerdo una vez en El semanal, había dormido fatal, estaba medio “groggy”, y tengo por ahí una carta mecanoscrita de Dashiell Hammett que compré hace tiempo y una foto suya que creo que es inédita y hablé de eso. Traduje parte de la carta y creo que titulé el artículo La carta del hombre delgado. Hablaba también de la foto… a veces con algo de tu propia habitación o estudio sales del paso.

Uno se pone a mirar lomos de libros y algo sale.

Sí, algo sale. Lo que tiene para mí de saludable es que me obliga a estar atento a lo que sucede, a la calle y al resto de las personas. Los novelistas corremos el riesgo de vivir temporadas largas absortos en nuestras novelas. Si yo hiciera solamente mis novelas y un artículo de prensa cada dos meses, como hacía antes, estaría menos atento. Creo que es saludable estar obligado a no perder de vista las cosas que pasan de toda índole, sean de fútbol, de literatura, de cine, de política, de la lengua, de la vida cotidiana… eso es bueno. Prefiero verme obligado a eso que encerrarme demasiado en mis mundos. Siempre he dicho que en la ficción se descansa. Una de las razones por las que escribo novelas es porque en la ficción uno descansa del resto.

De lo que no es ficción.

Sí, es una verdadera evasión si uno quiere. Un antiguo comunista diría “¡Pero esto qué es, escapismo!” Sí.

Tú fuiste comunista.

Mi paso por la clandestinidad fue breve. En el primer curso de universidad pertenecí a un grupúsculo que estaba ala izquierda del partido comunista.

¿El Partido Comunista internacional?

Sí. Y duró ese año porque, como pasaba a menudo, se descubrió que uno de los jefecillos era un infiltrado de la policía, con lo cual hubo una desbandada y durante una temporada volvía a casa tarde y miraba si había algún coche aparcado que pareciera sospechoso. Te hablo de mis 17 años. Era antifranquista y militar era la manera organizada de hacer algo, pero realmente nunca me convenció mucho. Ahora acabo de escribir un artículo que me pidieron sobre la Eurocopa en el que digo que en las circunstancias actuales de España, más que la victoria en sí misma, lo que importa es que la selección supere fases porque mientras dure la Eurocopa habrá un poco de opio, lo cual no viene mal.

¿Qué le ha pasado a España estos años? Yo me fui y ahora la encuentro distinta, peor.

¿Respecto a cuándo?

Pongamos 20 años.

Desde el 92, entonces. Pues no sé qué ha pasado. Tengo una sensación bastante frustrante, desesperante y rara; y es que dio la impresión en los 80 y primeros 90 de que el país podía cambiar respecto a lo que habíamos conocido.

Sí, que se había roto un círculo vicioso.

Había un cierto afán de mejorar en todos los sentidos, no sólo en democracia, sino que la gente tenía cierto afán por ser más educada, cultivada, guapa… recuerdo que a final de los años 80 escribí un artículo por encargo que titulé La edad del recreo previendo que esos tiempos parecían un poco banales, pero que los íbamos a echar de menos. La gente se dedicó a acicalarse bastante, a tener mejor aspecto y a cuidarse. Era algo generalizado y de pronto, coincidiendo en parte con los años de Aznar, hubo una especie interrupción de todo eso y de regresión a cosas que recuerdan al franquismo. Si en los 80 y primeros 90 la gente parecía decidida a saber más y a ser más instruida en el mejor sentido de la palabra, ahora es como si surgiera un cansancio frente a eso y la gente se dijera: “Pues mire, sí, somos brutos, y a mucha honra.” Ésa es la sensación, muy frustrante, que tengo en los últimos años, bastantes ya. , del “déjennos ustedes en paz porque lo que nos gusta es esto”. El otro día lo comentaba con Pérez-Reverte. Le dije: “¿No te das cuenta de que, cuando nos toque, nos vamos a morir y este país no va a haber cambiado esencialmente del que conocimos cuando nacimos en 1951, en pleno franquismo?” Sobre todo teniendo en cuenta que venimos de una dictadura. Los que vivimos parte de la dictadura teníamos la esperanza de que cuando acabara sería distinto. Y parecía que lo iba a ser, pero ahora uno tiene la sensación de que no es muy distinto. Durante el franquismo un alcalde, un ministro o la policía podían cometer una arbitrariedad y no había nada que hacer, había que aguantarse. Ahora es un poco lo mismo. Existe la posibilidad de votar distinto, pero lo cierto es que se vota lo que se vota y durante los cuatro años de mandato los que mandan se comportan como si nada tuviera consecuencias. Es lo que ocurre con el presidente del Consejo del Poder Judicial: se denuncia al que le ha denunciado. Eso retrotrae a épocas de dictadura. No digo que haya una dictadura, en absoluto, pero la sensación es de impotencia. Tampoco se puede culpar sólo a la clase política, porque la gente también tiene parte de culpa. Y digo culpa entre comillas. Esa palabra la empleo yo, pero probablemente la mayoría de mis conciudadanos diría: “¿Cómo que culpa? A mucha honra, somos así.”

Tú el franquismo lo viviste dentro y fuera, porque de muy pequeño acompañaste a tu familia a Estados Unidos.

Sí, pero era muy pequeño. La primera vez tenía meses, por lo que no me quedan recuerdos; y la segunda fue con cuatro o cinco años, muy niño. Yo esencialmente estuve en Madrid, mi infancia es de niño madrileño.

Pero fuiste vecino de Nabokov.

Poco antes de instalarnos en Massachusetts supe que Nabokov había estado en el mismo edificio, pero no coincidimos por un par de años. Vivíamos en la casa de Jorge Guillén, porque mi padre era su sustituto.

Volviendo a lo de antes del desánimo: tanto Arturo Pérez-Reverte como tú podríais vivir donde os apeteciera, y ambos elegís vivir en Madrid.

Quizá ahí la edad sí cuenta un poco. Llega un punto en el que no es tan fácil hacer un traslado en regla y decir: “Me llevo 20.000 libros…”

Tienes unos cuantos, sí.

En este piso y en otro, abajo, que también alquilo, donde trabajo a veces y donde desde hace unos pocos meses una amiga me hace alguna labor de secretariado, por así decir (ella maneja ordenador, cosa que yo nunca he hecho, y así ya se me pueden enviar e-mails), tengo mucho libro. Deben de ser cerca de 20.000. Y luego supongo que también hay un elemento raro: yo me siento muy cómodo en Inglaterra y en Italia porque he vivido en ambos países, me siento a gusto y hablo las respectivas lenguas. Cada uno a su estilo, me siento muy a gusto, pero para un traslado… Hay miles de cosas que no me gustan y que me sacan de quicio de mi país y mi ciudad, pero también cuenta el hecho de que soy de aquí. Si por algo me distingo es por no ser nada patriota, pero es la fuerza de la costumbre. Supongo que uno echaría de menos durante demasiado tiempo incluso cosas que a uno le desagradan. Tú has vivido mucho más tiempo que yo fuera y no sé si te pasa algo parecido.

Yo, si pudiera, me iría otra vez.

Quizá es el hábito de estar fuera.

Cambio de tema. Hace años, lo que más me gustaba de los partidos Madrid-Barça eran los artículos enfrentados que publicabais en “El País” tú y Manolo [Vázquez Montalbán].

A mí, casi desde que murió él, ya no me encargan que escriba sobre esos partidos.

Eres autor de una obra clásica sobre fútbol.

Tengo ese librito que recoge lo que he ido publicando a lo largo de los años. Hace no mucho en un artículo explicaba que ya no es igual. Con eso no contaba, pensaba que una de las cosas que se me quedarían intocadas sería el fútbol, y no. Lo de Mourinho lo llevo muy mal. Cuando gana el Madrid me alegro momentáneamente, porque es la costumbre de toda la vida, pero al cabo de dos minutos pienso: “Sí, pero…”

¿Eso es sólo por Mourinho?

Sí, en gran medida. También por la política del club. En el fútbol hay un factor sentimental importante, y cuando a la gente del club no se le deja llegar al primer equipo… No porque los que vengan te parezcan mercenarios y esas tonterías que dice la gente, pero por no remitirnos a la Quinta del Buitre, hasta hace muy poco jugaban tres o cuatro como Casillas, Raúl, Guti… Ahora no queda casi nadie que venga de la cantera.

Y que sepa realmente qué es el Real Madrid.

Y que tenga una cierta conciencia sentimental más que histórica. Pero bueno, sobre todo lo de Mourinho me es muy difícil. El fútbol pertenece más al terreno de la ficción que a otra cosa, tiene mucho que ver con una novela o una película. Como además es algo que casi todo el mundo comienza a vivir en la infancia, y por eso es tan intenso y se mantiene a edades casi provectas, quien más quien menos quiere creer que los de su equipo son los buenos, los nobles, los que ganan con caballerosidad y pierden con elegancia, los que no hacen trampas… Los madridistas siempre hemos tenido esa idea, quizá equivocada desde el punto de vista de un culé o de un colchonero, de que el Madrid gana mereciéndolo o procura que sea así. De pronto, en las actuales circunstancias, te das cuenta de que es imposible pensar que los del Madrid son los buenos. Es tan evidente que son los malos… No lo digo por los jugadores, que son buenos jugadores y en su mayoría deben de ser buenos chicos, pero resulta evidente que Mourinho es el villano de la función.

¿Y esto no formará parte del guión?

Mourinho es muy mal actor, se le nota la falsedad en todo: cuando hace como que se alegra, cuando hace como que se cabrea… probablemente está todo muy estudiado y se le nota. ¿Por qué un club admite tener a un villano oficial como máximo representante cuando su tradición es, con razón o sin ella, la contraria? Por poner un ejemplo de ficción, es como si el Capitán Trueno en un momento dado de sus aventuras se hubiera convertido en un malvado, un chulo y en alguien que maltrata sin razón en lugar de defender a los débiles.

Con Valdano hablamos de una cosa que vi hace unos años en Beirut. Era una de esas semifinales de Champions entre el Barça y el Madrid. Tuvo que venir la policía a separar a dos libaneses que se pegaban por el partido. Valdano me decía que es un público planetario y que el seguidor tradicional se está convirtiendo en una parte menor del negocio, que viene de Asia y de las televisiones.

Sí, da esa impresión, pero al mismo nunca me ha interesado mucho lo que está fuera de la cancha.

Cuando se escribe de fútbol se escribe de lo que está fuera.

Sí, pero a partir de cosas que pasan en el campo. Si hablamos de los presidentes de los clubs, desde la óptica del espectador, son todos horrorosos. Si uno empieza a fijarse en los presidentes mal vamos, se acaba el entretenimiento. Hay que hacer caso omiso. Yo tengo muchos amigos que son del Atlético de Madrid y en los años de Jesús Gil les preguntaba cómo podían seguir siendo colchoneros. Y me decían: “Bueno…” Es cierto, esas cosas están al margen de lo que importa. Todos esos negocios asiáticos tampoco existirían si no siguiera habiendo la base de la gente de la ciudad. Al fin y al cabo los equipos son de las ciudades.

Tu antiguo compañero enfrentado, Manuel Vázquez Montalbán, reinventó al Barcelona, y ha tenido un éxito enorme, porque su reinvención ya se asume como realidad.

Él veía al Barça como un club melancólico, de moral quebradiza, frágil, representado por futbolistas como Martí Filosia, gente que se deprimía fácilmente… y desde hace bastantes años eso no es el Barça. Estaba un poco desesperado de que tuviera esas características y en cierta manera envidiaba la firmeza del Madrid.

Sí, pero hablamos de principios de los 70, que es cuando él empieza a desarrollar su teoría del Barça como ejército desarmado de Cataluña. Esa fragilidad y carácter quebradizo era también el de la oposición, el de muchos catalanes que sabían que Cataluña había sido franquista y existía algo así como un pecado que había que purgar. Y a partir de ahí se ha establecido como hecho que el Barça encarnó la oposición al franquismo. Le preguntas a un socio del Barça y te dirá: “Claro.”

Sí, a un socio del Barça sí.

Pero es que lo asume como cierto.

Ahí también habría mucho que decir. En un artículo que escribí, que se llamaba Real Madrid republicano, reivindicaba algo que no me inventé yo, porque lo decía gente que lo sabía por edad, como Eduardo Haro Tecglen, que además no era sospechoso de no ser de izquierdas, y es que el Real Madrid tenía fama de republicano y que después de la guerra, los perdedores preferían el Madrid. No digo que el Madrid haya sido de izquierdas, pero el Atlético era de Aviación, sus jugadores tenían privilegios dados por el franquismo…

Tuvo un momento puramente fascista.

Sí, claro. Y en esa época el Madrid era preferido por la gente liberal o de izquierdas que quedaba, que no era mucha. Luego el Madrid tuvo los éxitos que tuvo y en una dictadura; si Franco iba al palco, ¿qué iba a hacer la gente? La dictadura se aprovechó mucho del Madrid, del que se ha dicho que era el equipo del régimen, y lo dirán siempre los del Barça y los del Atlético, pero no fue así.

El régimen utilizaba a Barça y a Madrid para fomentar el entretenimiento. Cuando pudo ayudar al Barça lo ayudó, como con el Camp Nou.

Pero en fin, eso son cosas ya un poco pasadas. Es curioso porque en los últimos años ha habido una especie de trasvase de valores e incluso de psicología. El Madrid ha tenido unos cuantos años en que ha sido frágil y quebradizo.

Hay madridistas que se reconocen más en el Barça actual que en el Madrid.

En algunos aspectos sí. Los madridistas de siempre, los de cierta edad, vemos a Guardiola como propio del Madrid. Está más cerca de un Molowny, de un Del Bosque o de un Valdano de lo que lo está Mourinho, que no tiene nada que ver con esas figuras que para nosotros son el entrenador educado, como Pellegrini hasta hace poco. El pobre, no le dejaron llegar al segundo año, cuando creo que habría seguido mejorando, pese a que ya lo hizo bien el año que estuvo. Ese tipo de individuo es el que el Madrid clásicamente ha tenido. Guardiola le pega al Madrid. No creo que él lo piense así, pero bueno.

No creo.

Me refiero a la manera de ser. Es muy catalán, pero pertenece a la estirpe de Molowny, Del Bosque y Valdano: gente muy educada, comedida, que no ha querido destacar, que no se ha impuesto por encima de los jugadores… eso lo tiene Guardiola y no Mourinho.

Por cierto, ¿cómo va tu Reino de Redonda?

Bueno, va. Hace poco hemos dado el premio anual, que no sé cuánto más va a durar, porque la verdad es que en esta época de crisis… Es un dinero que sale de mi bolsillo. Llegaron a ser 6.500 euros y hemos ido bajando. Ahora está en 2.000 euros, mas el nombramiento como duque. Lo ha ganado un autor que no he leído, Philip Pullman.

No lo conozco.

Tiene una trilogía que se llama La materia oscura, medio fantástica. Es un hombre simpático. Cuando le informé del asunto… porque claro, cada vez que hay un ganador hay que informarle y siempre temo que no tenga ni idea de quién soy y se diga: “¿Pero qué locura es esta que me cuentan sobre un premio del reino de un chiflado?” Hasta ahora han contestado todos bien y han entendido el carácter del asunto, de broma y juego.

¿El rey de Redonda no abdica nunca?

Sí, el anterior abdicó a mi favor. Así que, aunque sólo sea por ese precedente, algún día tendré que empezar a pensar en alguien. Deberá ser escritor, pero puede proceder de cualquier país. Los anteriores habían sido más bien ingleses. De hecho, creo que en Internet, cuando se produjo la abdicación a mi favor del anterior, John Wynne-Tyson, hubo alguna reacción del tipo: “¡Lo que nos costó expulsar a los españoles del Caribe y ahora entregan Redonda a un español!” Esas cosas locas de la gente.

Fotografía: Gonzalo Merat / Vídeo: Javier Villabrille

Pepe Colubi: “La reflexión a través del humor me parece una actitud vital, filosófica”

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Pepe Colubi nació en 1966 en Madrid, ejerce de asturiano y para completar el tour nacional y atender a todas las sensibilidades nos encontramos con él en Barcelona. Es complicado encuadrarlo en alguna rama laboral pues él mismo se desmarca de cualquier calificativo, aunque por su labor como guionista, crítico o periodista en programas y medios como Ilustres Ignorantes, El Jueves, y muchos otros, y su faceta de escritor bien podría aplicársele el tópico “un profesional como la copa de un pino” así, en general. Profesional en muchas vertientes, no solo dentro del humor cerdo que acostumbra compartir en Ilustres Ignorantes o su cuenta de Twitter. Tanto que cuando nos reunimos con él en el hotel Barceló Raval, y enterado de que venimos directos de las oficinas de una productora pornográfica, se muestra dispuesto a superar la situación dejándose fotografiar mientras lame el ano de una escultura ecuestre, para regocijo de unos serios empresarios alemanes que allí orbitaban, entre cata de vino y expolio de riqueza patria, y no dudaron en unirse. Y además de todo esto, fue capaz de atendernos en la larga conversación que sigue.

Las notas que se escriben sobre ti te califican como periodista y escritor. ¿Qué te consideras más?

No lo digo por epatar, pero realmente no me considero nada. Todos los trabajos que he hecho en la vida han venido por casualidades no buscadas. Yo nunca pensé en ser periodista ni en escribir; hago muchas cosas porque hay que hacerlas, pero mi ansia y mi anhelo es no hacer nada.

No hacer nada de una manera activa.

Sí, yo relleno la Bonoloto con una fe casi ciega. En la Primitiva pongo mi edad. Empecé poniendo 18, que es cuando en España salió la Primitiva, ahora pongo 46… y se me acaban ya los números, porque son 49. Me quedan tres años para hacerme millonario. Empecé en la radio de casualidad, el primer libro fue un encargo, empecé a escribir en periódicos por mucha casualidad… de hecho, el primer reportaje que hice en un periódico fue porque quería ir a los campamentos del Polisario en Tinduf, en el Sáhara, y hacía falta un periodista para poder entrar en esa caravana de ayuda. Entonces me puse en contacto con un periódico asturiano y aceptaron. Y luego resultó que les gustó lo que hice. Pero no iba más allá, tengo memoria de pez, no tengo un plan… y así me va. Pero a raíz de eso que escribí me pidieron que les enviara algo más. En esos años lo que tenía hecho era un reportaje de opinión sobre la Teletienda, que todavía entraba por parabólica. Y entonces ese periódico me propuso escribir algo sobre la tele, de ahí vino ese primer libro. Como ya he dicho, no tengo un plan, por lo que me daría mucha cosa denominarme como escritor y, ni mucho menos, periodista. Me gustaría decir que soy periodista, pero no tengo el don. Toco mucho la guitarra, pero muy mal y jamás me pagarán por ello. Entonces… podemos decir escritor, pero lo matizo mucho porque luego ves gente con el pánico al folio en blanco, la necesidad de expresar, el trabajo constante… y ahí yo no encajo. Tengo la suerte inmensa de haber publicado libros y de tener más o menos una continuidad, pero no ha sido buscada, por eso no me atrevo a decirlo abiertamente.

Dices que el primer libro que publicaste fue de casualidad, pero para California 83, la novela, sí tenías una idea e intención. Estuviste cinco años con ella de un lado a otro.

Sí, pero también fue todo un poco casual. Hay un amigo, Enrique Bueres, que fue fundamental porque, como cuento en los agradecimientos de la novela, un día de mayo del año 2000 empecé a contar unas historietas que realmente me habían pasado en California, donde estuve en el año académico 1983-84. Y Enrique me dijo que eso podía ser una novela. Y, en ese proceso impetuoso mío, dejé pasar dos años hasta que empecé a escribir. Cuando acabé estuve cinco años enviándola y hablando con distintas editoriales. Finalmente, y de nuevo de una manera muy casual, me llamó Espasa para un encargo, que sería lo que luego salió como Pechos fuera, y aproveché para ofrecerles mi novela. Quiero dejar de decir la palabra casualidad, pero la editora de ficción, por pura casualidad, acabó leyéndola en el momento adecuado y se decidió a lanzarla. Todo es como parte de un plan imprevisible. El feedback que he recibido después de su publicación me ha hinchado el pecho. Por eso ahora debería seguir la senda de la novela, pero aquí estoy, viendo la vida pasar.

¿Quizá una segunda parte?

Pues desde que salió, en 2008, la idea está ahí. Si alguna vez me decido será la continuación de este personaje en España. Hace muy poco empecé una especie de intento, pero como todo lo mío: sin ningún plan ni estructura, todo lo antiescritor que se pueda ser, porque quería ver por dónde tira. De manera natural me sale continuar con el mismo personaje y, como veo que de manera constante —aunque minoritaria— los que han leído la novela me piden una continuación, podríamos decir que estuve en ello. El mismo personaje, igual de patoso, despistado y fantasioso pero en la España de los 90.

Y supongo que con menos problemas para conseguir cerveza.

Cerveza toda la que quiera. Los mismos problemas para follar, eso sí lo tengo claro.

En diez años la cosa debería haber mejorado.

Tendría más pericia, pero… bueno, la primera escena de la continuación es sexual. La segunda palabra de la novela es “chorromoco”. Por cierto, siempre que la cito aprovecho para reivindicar a Federico Corriente, que es el traductor de Irvine Welsh en Anagrama, porque lo considero el descubridor y difusor de la palabra “chorromoco”. Como hallazgo lingüístico me parece fascinante que mezcle el tipo de sustancia y el tipo de eyección, porque es chorro y es moco, para describir el semen. La primera palabra de este inicio es un artículo, y la segunda es “chorromoco”.

Se dice que en la ficción es muy importante el arranque: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento…” Creo que “chorromoco” tiene incluso un futuro mayor como inicio de novela.

Mira, tal y como lo dices me está apeteciendo quitar el artículo. “Chorromoco”, punto y ya seguir.

¿Sacaste algo en claro de estar en California en 1983, aparte de aprender inglés, conseguir alcohol e ir a un concierto de The Clash?

De hecho fui a dos. Hice más cosas de las que salen en la novela, igual que hay cosas en la novela que no me ocurrieron.

¿La “novela del chorromoco” será ficción o ahora también te ocurren cosas extrañas?

No lo tengo claro, porque escribir California 83 cuando decidí cómo era fue muy fácil. Tenía una estructura muy clara y una serie de acontecimientos que pude espaciar entre los diez meses, porque tampoco es cronológicamente exacta. Eso sí, cuando nombro algo está muy datado. Por ejemplo, el concierto de Police al que fui o al de The Clash. También fui a uno de David Bowie, pero ya me parecía demasiado para Pipi. El concierto de cierre de la gira Serious moonlight, brutal, pero fue a la semana de llegar a California, y era demasiado espabilado para Pipi. En los 90… pasaron muchas cosas musicales. Uno de los puntos vitales en el camino es el Nevermind de Nirvana o la irrupción de Rage Against The Machine. Pero luego tuve la suerte de que trabajé en el Festival de Cine de Gijón y conocí a mucha gente muy interesante que además trabajaba en rollos de música, por lo que es muchísima más información y mucho más difusa. Entonces, o abarco toda la década de los 90 o ficciono cosas que he vivido… Pero es que tampoco tengo claro ni en qué ciudad va a ocurrir. California 83 sucede en San José, pero es totalmente falso, las calles que nombro no existen. No se puede hacer un tour de la novela.

Ahí has perdido mercado.

De eso me di cuenta luego, pero da igual, era una forma de situarlo.

Ahora que has mencionado los 90 y Nirvana, vamos a hablar un poco de música. ¿No fueron los 90 el último momento de gran éxito comercial del rock?

Es que estamos hablando de la época preinternet. Igual que hay que hablar de otros movimientos pre-MTV y de qué manera el vídeo mató a la estrella de la radio. De hecho, la primera vez que oí a Nirvana fue en la MTV, el Smells like teen spirit. E hice algo que ahora suena obsoleto y viejuno, pero era la que podía hacer: fue a mi tienda de discos habitual y les pedí el Nervemind. Todavía no había llegado y a los pocos días me llamaron por teléfono para avisarme de que ya lo tenían. Esto ahora mismo suena prácticamente a Atapuerca, pero es que el consumo de música tiene que ver con la repercusión de cualquier movimiento. Respecto al grunge soy muy fan. En 1995 o 1996 tuvimos de invitado en el FICX a Doug Pray, que dirigió el documental Hype!, sobre el grunge. En su día me impresionó mucho y el tío me cayó de puta madre. Se dedica a desmitificar un poco. Claro, hablar ahora de mito con Kurt Cobain muerto y lo que pueda quedar de Soundgarden y todos estos… hay una distancia desde la que se puede hablar, pero en esa época… Por eso, hablar del grunge como último gran movimiento…

Más que el grunge me refiero a la década de los 90, porque aparte de Nirvana, Soundgarden, Pearl Jam y los grandes del grunge, también fue el momento de la gira del Use Your Illusion de Guns ‘n Roses o del negro de Metallica… grupos que llenaban estadios, los chavales se compraban las camisetas y se los querían follar, y que eran un fenómeno social. Ahora hay grupos de rock, pero vamos 50 a verlos…

Lo que echo en falta ahora es un recambio generacional de espectadores. Hay muchos factores, pero uno de ellos y que no se puede negar es la mala influencia de los “reality-shows” musicales. Hablo de gente muy joven. Recuerdo cuando yo tenía catorce o quince años,  teníamos otra forma de consumir porque era lo que había. No digo que sea ni mejor ni peor, pero te especializaba de otra manera. No me gusta llegar a axiomas ni sé llegar a verdades absolutas, pero cuando de pronto tienes acceso a los 13 LPs de un grupo de golpe… tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Y uno de los inconvenientes es que no lo valoras de la misma manera. No quiero sonar a batallitas, pero cuando alguien iba a Londres y le encargabas vinilos, a ese vinilo le dabas unas oportunidades que ahora no le das. Recuerdo LPs sobre los que pensaba que, como me habían costado 800 pesetas, tenía que tener algo y lo escuchaba y lo escuchaba hasta que lo desechaba, pero ya con un juicio crítico tremendo. Pero me da la impresión de que no hay un recambio generacional y los grupos que triunfan absolutamente duran muy poco. No sé si es bueno, malo o, simplemente, un nuevo hábito de consumo. Ahora las grupos que llenan son Muse, Coldplay, siguen siendo U2… me parecen fans muy válidos, pero creo que tienen otra manera de relación con la música. Antes la música era un ocio más absorbente, ahora está muy relacionada con otras cosas, y ahí hay una parte positiva. Por ejemplo: sale el nuevo videojuego de Call of duty y es una revelación absoluta. El Grand Theft Auto 5, por ejemplo, para mí también es música. A mí me gusta mucho mucho el reggae y me llama mucho la atención cómo hay gente que, sin darse cuenta, tiene una cultura de reggae gracias a la emisora de reggae del GTA. Pedro Vera, el dibujante, es muy amigo mío, y a él no le interesa el reggae en absoluto, pero un día le enseñé una portada de Scientist, que es un artista mítico de dub en los 80, porque quería enseñarle el dibujo que había. Le gustó la portada y no le hizo más caso, pero luego puse el disco y se quedó flipando. Me dijo que esas canciones él las oía en la emisora del GTA. No sabía quién era, pero conocías las canciones. Y eso dice mucho a favor de la investigación musical que han hecho en el GTA y del buen gusto que tienen.

Los videojuegos son ya superproducciones. Hay un grupo ruso que apenas conocería nadie, Kinó, pero una canción suya salía en el GTA y se hizo famosísima.

Yo no soy fan del GTA, pero comentándolo con Pedro y animados por unas cervezas me puse casi místico y resulta que ese LP me lo compré en 1983 en California y, unos años más tarde, el CD en Londres; y lo he escuchado hasta la saciedad. Yo lo consideraba muy minoritario, pero paralelamente había millones de jugadores de GTA que tenían las canciones perfectamente localizadas. Puede que no hubieran investigado de quién eran, pero las conocían y apreciaban tanto como yo. Por eso, volviendo al tema, el consumo de música ahora está mucho más difuso, es otro tipo. Estamos viendo cómo se venden menos discos. Es obvio, evidente y comprensible. Estamos en el proceso de adaptarnos a otro tipo de consumo musical.

Supongo que lo que más tocarás con la guitarra y pincharás es reggae.

Quiero dejar claro que soy un fraude en todo lo que hago. Cuando pincho discos me gusta decir que soy “pinjahdiscos” (Jah es el dios rasta). Y tengo otra faceta, si se puede decir así, que también es un fraude, que es que pincho brasileño. No es que sea una maravilla, pero si me llaman para pinchar otro tipo de música diré que no, aunque con gran dolor porque me gusta. Cuando pincho reggae suelen ser vinilos porque tengo una colección que me da para pinchar unas cuantas horas. No hago grandes virguerías, pero como hobby lo gozo muchísimo.

Es decir, que así como en el programa Ilustrres Ignorantes habláis de lo que no sabéis, en música te gusta pinchar solo lo que conoces.

Sí, pero sin grandes alardes. Para dar un ejemplo: pincho reggae y pongo muchísimo a Bob Marley. Hay gente muy purista que no lo aprobará porque le parecerá que está muy oído, pero a mí me sigue pareciendo grandioso. Luego, hago una cosa que está muy mal vista, y es que si alguien me pide una canción y la tengo, la pongo. Queda fatal, pero si alguien me pide una canción, yo la tengo y encaja con el momento, qué más quiero que esa persona disfrute. Además yo soy mucho de dar la vara a los disk-jockeys.

Empatizas con el que te la pide.

Sí, sí. Es más, si tengo la canción y me encaja soy capaz de quitar la que tengo ya preparada. Y si la que me lo pide está buena ya no te digo nada.

Ese tipo de cosas suelen influir.

Hombre… ¿y a quién no? No, fuera bromas: si es un feto malayo pero la canción encaja la pondré igualmente.

¿Los DJs te hacen caso cuando les pides cosas?

Tampoco me arriesgo mucho, porque más o menos sabes quién te escuchará. Si es un DJ de esos profesionales ni llegas a la cabina, pero no me quejo del caso que me hacen. Suelo enviar a amigas que estén buenas a que pidan ellas, y si lo pide una tía buena puede entrar hasta Camela.

Varias veces has dicho que donde más cómodo te sientes es en Ilustres Ignorantes. ¿Qué es lo que hace que sea así?

Que no se parece a nada. Tampoco tengo un currículo tremendo en televisión, pero he estado en Channel nº4, que era un programa “mainstream” en las tardes de Cuatro, he estado en Paramount comedy con Ricardo Castella, con el que también tenía libertad absoluta… pero en Ilustres hay varios elementos que lo convierten en algo insólito. Para empezar estoy con Cansado y Coronas. Si en los años 80, cuando veía con una admiración absoluta El orgullo del tercer mundo, me hubieran dicho que yo compartiría programa o incluso escenario como estamos haciendo con la gira, con Cansado, me hubiera tumbado para esperar ese momento, porque es una especie de cumbre en la vida. Pero es que encima estoy con Coronas, con el que llevo años trabajando en guiones, colaboraciones y mesas redondas… que entre los tres haya esta cosa tan hortera que se llama química, pero que la hay, y luego oyes hablar a Cansado, que tiene el culo pelado de experiencias televisivas y teatrales de todo tipo, y entiendes por qué a él le motiva tanto algunas cosas que compartes honestamente, como el buen rollo que tenemos, la preparación… llevamos cinco años haciendo Ilustres, y parte de la preparación son estos cinco años de rodaje que llevamos. Pero estamos hablando de un programa básicamente improvisado en el cual tenemos muy pocas pautas previas. Sabemos alguna pregunta, pero no todas las que va a hacer Coronas. Es muy importante el apoyo, porque puedes arriesgar muchísimo, cosa que no me ha pasado jamás en la tele. A veces hago chistes y luego, cuando los oigo, me dan ganas de pegarme un tartazo en la cara, pero es una prueba de ese relax que permite que te arriesgues sin ningún tipo de compromiso con un chiste arriesgado, elevado, absurdo, una broma privada o incluso malo porque ahí están Coronas o Cansado —o incluso los invitados— que en seguida van a coger el testigo y tirar hacia otro lado. No hay esa presión que puede tener un monologuista, aunque estoy hablando sin tener ni puta idea porque no hago monólogos. Pero esa presión del chiste que no funciona se me antoja como una pesadilla tremenda. En Ilustres además contamos con la libertad absoluta que nos da Canal +, que es un lujazo en la televisión actual. Por eso creo que es un buque insignia de Canal +, porque esto jamás podría estar en un canal generalista.

Viendo el programa es la sensación que uno se lleva. En un canal generalista has de pensar muy bien lo que vas a decir, mientras que en Ilustres parece que si se os ocurre algo lo dejáis ir.

O, en un generalista, quizá si te dejas llevar para el siguiente programa ya no te llaman, porque los límites están mucho más marcados. Pero ya no solo lo que puedas o no decir, tampoco vamos a vender que vivimos en un estado represor, sino simplemente el formato: cinco tíos sentados a una mesa hablando, sin SMS ni piezas fuera de la mesa, con tiempo para expresarse… es un formato que ya es llamativo que sea tan novedoso con toda la oferta de canales que hay. Resulta distinto y original.

Además del formato, el mismo humor. ¿Crees que cada vez está peor visto tocar ciertos temas o decir ciertas palabras? ¿Dónde crees que está el límite si es que lo hay? Parece que el rey, por ejemplo, ya no es tan intocable.

El caso del rey me encanta porque, aunque no es mérito de Ilustres, hay que recordar que hace unos años secuestraron una portada de El jueves. Todo ese proceso me pareció fabuloso. Yo estoy en la revista, y lo viví muy de cerca. Un detalle curiosísimo, que lo cuenta Manel Fontdevila —que es el autor del dibujo con guion de Guillermo—, es que la postura en la que el príncipe y Letizia están en la portada mucha gente la asociaba a un anal. Que ya es curioso, porque hay maneras de penetrar vaginalmente desde atrás. Eso de entrada. Y segundo, decían que era una postura vejatoria, y la explicación de Manel, que es el dibujante, me parece fantástica: es la única postura en la que puedo dibujar los dos rostros de frente. Y eso anula todas las pajas mentales que gente muy ofendida pudo hacerse. Es una simple cuestión práctica. Pero tampoco es mérito exclusivo de El jueves. Recuerdo que fue muy llamativo cuando en Crónicas marcianas Manel Fuentes comenzó a imitar al rey. Simplemente se ponía una banda e imitaba la voz. Pues eso fue un pequeño peldaño que nos sorprendió a todos. Era humor blanco, pero nos llamó la atención. Esto ahora se nos olvida porque el rey mismo ha dinamitado la poca credibilidad que tenía y todos los humoristas de España le agradecen que sea una persona tan sumamente torpe, engreída y cochambrosa. El rey parece una factoría de crear chistes para humoristas.

Parece que haya estado retenido durante un tiempo y ahora, de repente…

Pero ha sido un proceso muy natural. En España hay cosas que han ido muy despacio, y esta era una de ellas. Siempre se nombra con envidia el ejemplo de la monarquía inglesa, pero aquí hay una diferencia muy importante porque la monarquía inglesa en general es querida en Inglaterra, pero la de aquí cada vez menos. Además, el tipo de manipulación que propugnan desde la misma Casa Real, como el programa Audiencia abierta que hacen en Televisión Española los sábados por la mañana, es demencial. Es como un retroceso. Les hace más daño que el presunto beneficio que puedan sacar de un ejercicio de lameculismo tan llamativo, obsoleto y rancio.

Ni Peñafiel en sus tiempos.

Pero ahora Jaime Peñafiel, al fin y al cabo y a su manera, también les mete caña. Como está resentido con Letizia y con la reina es un palaciego incómodo. Son ellos mismos, con esa especie de escudo protector tan absurdo que han intentado crear a lo largo de los años alrededor de la figura del rey. Yo me imagino al propio rey dentro de ese escudo haciéndolo añicos con un pico: la cacería en Botsuana, las disculpas que pide, el ojo morado, las caídas frecuentes… y luego cosas más serias, como los tejemanejes económicos que hay detrás. Un rey que empezó con una mano delante y otra detrás y ahora tiene una fortuna respecto a la cual nadie se pone de acuerdo en cuántos miles de millones son, con asuntos muy turbios por ahí metidos y una píldora dorada por los empresarios más nefastos del país… no se sostiene por ningún lado. Es bueno recordar que hace no tanto tiempo, unos quince años, aunque por la constitución es una figura inviolable, había gente que se sujetaba mucho y tenía mucho cuidado con decir según qué cosas. Esa veda se ha abierto y, volviendo a la pregunta del límite, yo creo que los límites se los tiene que poner cada uno. Yo sé qué cosas no me hacen gracia, pero es que el humor funciona así. Siempre lo comparo con un portero de fútbol que chuta el balón. Él sabe cómo coge el balón y cómo lo patea, pero el balón cae muy lejos y puede caer entre jugadores enemigos igual que puede recogerlo un jugador de su propio equipo. Pero tú lanzas el balón: sabes lo que quieres decir, cómo lo dices y de qué te estás riendo. Twitter es un ejemplo magnífico. Haces un chiste que para ti está muy claro y definido y, de repente, es alucinante por dónde te sale la gente. Esto es algo muy obvio del lenguaje escrito, que es una fuente continua de errores de interpretación. Si nos pasa con los whatsapp con nuestros amigos o pareja y se monta una bola tremenda, en el humor es todavía más evidente. En Ilustres me pasa a menudo con los chistes guarros. Cuando se sacan de contexto son una cerdada sin más, pero mucha gente que ha visto el programa habitualmente sabe que cuando digo alguna cerdada evidente es, simplemente, eso: un chiste cerdo. Y no tiene más recorrido. Otras veces puede tener algo detrás, pero hay gente que a veces se escandaliza sin más. Y no he tenido ninguna queja, pero quizá hay gente que me identifica demasiado con eso.

Encadenar chistes cerdos para crear tensión escénica esperando el siguiente es un arte.

Lo mío no ha sido buscado ni es premeditado. Pero si te fijas en la televisión es curioso. Hablamos, por ejemplo, de las cadenas “mainstream”: se permite todo tipo de violencia, no hay límite: degollar, descuartizar, violar… se permite todo tipo de sangre y de violencia, se permite el sexo sugerido y las palabrotas están mal vistas. Una blasfemia no se permite. Un sexo sugerido y sin mostrar la polla en erección es posible, pero con la violencia no hay problemas. Por favor, que venga un sociólogo y saque conclusiones. Es decir, sí que hay un tabú que me resulta muy llamativo. Hace muchos años en un artículo yo proponía que, igual que hay Ciencias Sociales o Ciencias Naturales, se estudiaran las Ciencias Marrones. La escatología está presenta en la vida de todos cada día. Y si no está presente tienes un problema que puede ir desde el estreñimiento hasta dolencias más graves. Yo no digo que hablemos todo el rato de eso, pero me llama la atención que una mención escatológica o sexual, por educada o cortés que resulte… porque se puede ser cortés, puedes usar la palabra “secreción”…

O chorromoco.

O chorromoco, o zumo del amor si quieres ponerte cursi, o lo que sea. Pero sigue llamando la atención. Yo no tengo una teoría muy formada de por qué, pero a mí me viene muy bien, porque uno de los aciertos de Ilustres creo que es que hablamos de estos temas con naturalidad. Es decir, no hay voluntad de epatar, de llamar la atención o transgredir, es naturalidad. Y si dentro del acto sexual existe el flujo vaginal y el semen, pues nombrémoslo igual que hablamos de las mariposas en el estómago para hablar del amor. Para mí, una de las claves del éxito de Louis C.K., el monologuista, es que trata estos temas con absoluta naturalidad. Podemos hablar de las comidas en los aviones y del aparcamiento del Ikea, pero la polla también tiene un mundo muy natural y de andar por casa. Hay más gente tocándose la polla que en Ikea. Mucha más.

Ahí tenemos un aforismo.

Hostia, pues sí, me tengo que hacer una camiseta. Lo del chiste de la gente que no sabe salir de Ikea… hay mucha más gente que no sabe entrar en un coño.

Me he acordado de Bill Hicks, cuando en sus monólogos decía: “Tranquilos, va a haber chistes de pollas”.

Es que Bill Hicks era indispensable. Es todo ese punto de más que tiene la stand up americana. Está muy bien que haya una base costumbrista, pero cuando hablas de George Carlin o Bill Hicks y ves que tienen ese punto más que es reflexión a través del humor, me parece ya una actitud vital, filosófica. Y me pongo muy serio, me parece la manera de entender y vivir la vida, de saber que hay ciertas cosas que nos están intentando imponer. Todo lo que decía Carlin sobre la religión me parece axioma. Recientemente lo vi y puse en Twitter lo que decía Bill Hicks sobre las banderas, esa relación casi obsesiva del patriota con la bandera… y además lo hacen desde el humor. Y es que el humor es eso, es una manera de tamizarlo todo. Me gustaría que en los momentos realmente crudos de mi vida me siguiera saliendo la vena humorística, como así ha sido cuando he tenido alguno. Mira, te voy a contar uno: mi madre era muy fan de Muchachada Nui, y entre mis tres hermanos y yo decidimos poner encima de su féretro una chapa de Enjuto Mojamuto. Y en el tanatorio asistimos gozosos a la escena de la gente que se acercaba a presentar sus respetos y veía a Enjuto Mojamuto. Pues el “reconfort” que los cuatro hallamos en la idea de nuestra madre viendo ese momento fue una manera de aliviar el duelo, que era enorme, y no era más que una manera de suavizar a través del humor.

En España hay una gran cultura humorística desde hace siglos, pero está menospreciada frente a otros géneros. ¿Por qué es así?

Es que creo que la comedia está minusvalorada en todo el mundo. En los Oscar, por ejemplo, una película de coña no se lleva premio así lo maten. A mí me encantó Resacón en Las Vegas. Sin perder el horizonte de que la pareja y la familia tienen un valor, hay un canto a la juerga como actitud vital y necesaria absolutamente fascinante. Luego, todo el desarrollo de la película me gustó mucho. Y los títulos de crédito son ya míticos, son parte de la historia del cine. Y, por supuesto, no fue ni nominada. En los Globos de Oro sí rascaron algo, pero es otra cosa. Otro caso aplicado a la tele: House. Es un drama cuya mayor virtud parece ser la actitud cínica, distante y humorística de House. Pues para mí aún era más cabrón el doctor Becker, en la serie de Ted Danson. ¡Es que fumaba! Y eso es peor que la vicodina. Pero lo que pasaba es que era una sitcom. Entonces, automáticamente el mensaje se diluye. Ves a House sufriendo con su adicción mientras que Becker era positivo. Pues al ser sitcom parece que no cuenta. Y esto pasa continuamente con el ejercicio artístico de la comedia. Si sabes que es comedia parece que el mensaje pierde fuerza y valor. No voy a decir que hacer llorar me parezca fácil, pero sí es mucho más fácil que hacer reír de una manera sincera y honesta, no hablo de un tartazo en la cara. Veo muchísimo más mérito en cualquier capítulo de Rockefeller Plaza que en Mujeres desesperadas, que tiene ese tono de “dramedy”. Está pasando en Hollywood, pues en España también se aplica.

Me refería más a la literatura: la cultura anglosajona, por ejemplo, valora muchísimo a los escritores humorísticos, hablo del ámbito académico. Nosotros sin embargo los tenemos, parece, en un escalón inferior.

Un gran ejemplo de eso es Eduardo Mendoza. Las novelas de ese detective raro están consideradas por la crítica como obras menores. En cambio, parece que el Mendoza trascendente de La ciudad de los prodigios es el que cuenta. Pues lo siento mucho, pero para mí no, yo me quedo con el otro Mendoza. Y no es por hacer de menos a su parte más seria. A veces me parece que el propio Mendoza, que es tan humilde y educado, en su discurso habla de sus novelas cómicas en un sentido menor.

El propio Mendoza, en el prólogo de El misterio de la cripta embrujada, explica que aunque se lo pasó en grande escribiéndola fue una especie de descanso entre dos novelas serias.

Y esa es la impresión que da en muchas de las entrevistas promocionales. Mauricio y las elecciones primarias, por ejemplo, reconociendo que está muy bien escrita, no me interesa tanto como otras. La última humorística, sin embargo, reconociendo que la intriga al final se le va un poco, la manera de escribir y los hallazgos literarios y lingüísticos que tiene en cada frase, de qué manera le da la vuelta a una situación que ya es absurda de por sí… es una gozada. Puede que la trama argumental no te interese tanto pero la forma es impecable. Sin embargo, no está valorada, ni siquiera por el propio Mendoza. Y en televisión pasa lo mismo, de repente ha habido una eclosión de humor que se ha ido diluyendo y que ya va por géneros, sobre todo a las series. Pero acuérdate de que estaba Vaya semanita, Agitación + IVA, Corriente alterna, Splunge, El informal… esto se concentró en un período de unos diez años y, de pronto, parece que las cadenas creen que no hace falta humor. O el caso insólito y llamativo de Neox, que tiene en la nevera la tercera temporada de Museo coconut desde hace mucho tiempo y no la emite. Yo creo que había un remanente de espectadores que venían de la segunda de Coconut y hay un grupo de fans del “grupo de Albacete”, alrededor de Joaquín Reyesy compañía… En nuestra historia hay otra carencia importante que es la ausencia de sitcoms. Y ya no digo de producción propia, que es evidente, sino de importación. En su día triunfó Cheers. Es verdad que no había muchas más opciones de televisión, pero las grandes sitcoms americanas de los últimos años han pasado por España con más pena que gloria. Y me refiero a Seinfield, a FrasierFriends tuvo su momento, eso sí. Y no es que no haya hueco, me acuerdo de que a mediados de los 90 El príncipe de Bel-Air tenía millones de espectadores a las 2 de la tarde, esa franja tan rarísima donde también han funcionado Los Simpsons. Hay un público para consumir series americanas de 23 minutos. Antena 3 lo intentó muy vagamente con Seinfield en prime time.

Aquí en España se hizo el remake de Cheers.

Para que veas el trato que se le da a las series. Y cuando digo sitcom son 23 minutos, no el pecado que hicieron con Siete vidas, por ejemplo, que duraba 50 y eso, para los guionistas, es lo peor. Ala… Dina creo que duraba media hora, o 24 horas, con Pilar Bardem; en Cataluña estaba Plats bruts… pero no hay una tradición. Farmacia de guardia podría haber sido nuestro I love Lucy, era un buen punto de partida: una serie familiar, blanca… pero de allí se pasó directamente a Médico de familia. Cuando la estrenaron, a principio de los 90, al ver las promos, pensé que era un poco Padres forzosos, y con ese convencimiento vi el primer capítulo, pero comprobé que no era eso, que era un drama con tintes familiares con una duración excesiva. En la educación audiovisual tenemos ese hueco tremendo. Incluso en la producción. Estoy seguro de que los guionistas, actores y demás han visto y conocen sitcoms, pero desde el punto de vista de educación audiovisual del espectador… Tengo una teoría de que a mediados de los 90 alguien compró un contenedor de series para La 2 de Televisión Española. Durante un período muy gozoso de mi vida la madrugada de La 2 era todo sitcoms. Quizá había cuatro capítulos de cuatros sitcoms distintas cada madrugada. Creo que las compraron a pedo pero luego ningún ejecutivo o programador les encontró el hueco que merecían. En América Los Simpsons están en horario de prime time, y aquí están a las dos de la tarde.

Recuerdo que, si no simultáneamente a Farmacia de guardia, casi, estaba Los ladrones van a la oficina.

No sé si esa sí era de media hora, pero fíjate qué reparto. Era la polla. Creo que la reponen en Neox o Nova.

¿Qué sitcoms americanas estás siguiendo ahora?

Estoy encantado con la reposición de Frasier en La 2. Hasta tengo una alarma en el móvil, porque si estoy en casa me pilla currando. La interrumpieron en verano para emitir Curro Jiménez en su lugar…

Es muy de verano: o eso o Verano azul.

Y al poco se murió Sancho Gracia… no estoy relacionándolo, pero bueno. También fui muy feliz cuando hace dos años Neox emitía Scrubs, tres o cuatro capítulos diarios. Fue una manera de ponerme al día con la serie, que me parece fantástica. Acabé siendo muy fan. Ahora mismo lo soy de Rockefeller Plaza, por decir una que se esté emitiendo. Creo que llevan seis temporadas y hablan ya de acabar. Me parece espectacular. El personaje de Alec Baldwin me deja boquiabierto. Además tiene este componente añadido que me interesa de metatelevisión: los entresijos de un supuesto Saturday night live en el que Tina Fey es coordinadora de guion, como era en el SNL original, los cameos… me sorprende constantemente. Otra de la que soy muy fan y veo que me estoy quedando solo es Episodes, que está ahora emitiendo Canal + su segunda temporada. Es Matt LeBlanc, el de Friends, haciendo de sí mismo. También es metatelevisión. Son unos guionistas ingleses que tienen una serie de éxito en Inglaterra y un productor americano los contrata para que hagan la versión americana. La versión británica es un viejo profesor en un internado británico pero para la americana el productor les impone a Matt LeBlanc para que haga de profesor de un equipo de hockey. De hecho LeBlanc se llevó el Globo de oro. Me gusta pillar series. También pongo DVDs, pero me gusta pillarlas en directo, por eso estoy muy atento a Neox o Fox, que ahora está con Cómo conocí a vuestra madre o The big bang theory, de la que creo que ya estoy en el punto de que no me gusta.

¿Culpa de Sheldon?

Sí, Sheldon en la vida real sería insoportable. Es la ventaja de las sitcoms respecto a otros géneros, da igual que te pierdas quince capítulos que puedes retomarlo en cualquier momento. Por eso cada vez me cuesta más engancharme a un drama actual.

Volviendo al asunto: ¿en que te apoyas para hacer humor?

Insisto en que no me considero humorista y no lo digo para epatar o hacerme el guay.

¿Entonces es involuntario?

Tiene mucho que ver con la actitud vital. A mí siempre me sale un comentario humorístico, irónico, cínico o absurdo. Por eso me identifico mucho con Chandler [el personaje interpretado por Matthew Perry en Friends]. Chandler es un poco irritante en la vida real. Tiene un humor que viene del siglo XIX, es el humor por la contraposición con lo normal. En la revista MAD, revista satírica norteamericana, durante años hubo una sección que era algo así como “Respuestas idiotas a preguntas obvias”. Y ese es el humor de Chandler. Recuerdo un ejemplo en la revista MAD en el que había un avión en vuelo y una cola para el baño. Llegaba una persona y le preguntaba al último si eso era la cola para el baño, a lo que este respondía que no, que los que estaban de pie era porque tenían una fobia que les impedía volar mirando hacia delante. Pues eso es Chandler: “No sé si cocinar cordero o pato. Pues los corderos son más miedosos porque si no la película habría sido El silencio de los patos”. Hace gracia, pero en la vida real es irritante. Cuando alguien te hace una pregunta que es obvia y tópica pero que tiene un sentido porque es una manera retórica de hacer avanzar la conversación y tú sales por peteneras es porque te hace gracia, pero solo a ti. Yo esto lo uso mucho. En la serie Sigue soñando, que es también de Kaufman y Crane, hay una escena que me encanta y que resume mi infancia: el hijo de Martin Tupper está en casa y se pone la cazadora y se carga la mochila y el padre le pregunta si se va. Y el niño le contesta que no, que acaba de llegar y lo está haciendo todo al revés. Pues eso era mi infancia: un continuo gilipollas contestando siempre lo que no tocaba. Por cierto, se me está yendo la olla… ¿a qué venía esto?

A tus referentes.

Cierto. Por eso, hablando de esta actitud vital, hay una generación anterior de humoristas que dividían su faceta de humorista de su faceta cotidiana. Lo típico que conoces a un humorista y es muy serio. Hay una nueva generación —Javier Coronas, Raúl Cimas… los humoristas de nuestra generación— que tienen una actitud vital de coña y que la aplican a su trabajo con la suerte de poder vivir de ello. En mi caso no tengo un referente claro. Sí sé a quién me gustaría parecerme. Me gustaría tener la profundidad de Carlin o Hicks, pero lo mío es mucho más espontáneo y absurdo. En cualquier tema, por serio que sea, hablo con un tono irónico. Me gusta más decir irónico que humorístico, porque no siempre busca la risa algo que se dice en ese tono, a veces busca la reflexión. Yo escribo mucho, libros y artículos, y siempre intento lograr esa distancia irónica. Si tuviera que citar un referente quizá citaría a Mendoza más que a Jerry Seinfield, que también tiene su miga. Hablando de Seinfield, lo que está haciendo ahora me parece… Seinfield siempre había sido el que peor me caía de los cuatro en la serie. Me parecía el más fácil y obvio, el apoyo para que los otros se lucieran, pero ahora me ha cambiado totalmente el chip. Hace una cosa que se llama Comedians in car getting coffee, que cuelga gratis en Internet y de las que debe de llevar ocho o nueve entregas. Es una entrevista muy bien montada en la que él va en un coche de su colección a buscar a un cómico y van a tomar un café; y mientras van hablando de la vida. Son quince o veinte minutos, pero es alucinante. El capítulo que le dedicó a Kramer ya lo he visto varias veces y no deja de asombrarme, porque en 17 minutos hablan de todo: del rodaje de Seinfield, de una crisis que tuvo Kramer hace unos años cuando empezó a lanzar insultos racistas hacia unos espectadores negros que le reventaron el show… Hay otro capítulo con Alec Baldwin, otro con Rick Gervais, con Larry David… El formato ni siquiera es original, ya lo hacía un cómico inglés, pero te permite descubrir cositas muy divertidas y, a la vez, interesantes. Y ese es el tipo de humor que me interesa más. O el humor que descubrió Rick Gervais con The office, ese humor incómodo, anticómico, esa risa por vergüenza ajena… y fíjate, en España lo emitió Cuatro, en verano y a las dos de la mañana. Además el primer capítulo lo vi sin referentes, sin saber quién era Gervais, y dije: “¡Pero si esto es la polla!” Pasó sin pena ni gloria pero es un referente para los humoristas de todo el mundo. Es un tipo de humor que no es tan obvio ni evidente, es más incomodidad, pero del que puedes sacar mucha más enseñanza que de un tartazo en la cara, del que también soy defensor. Me puedo pasar horas viendo vídeos caseros de banquetes de boda. Me parece tan llamativo que haya gente que haya estado meses preparando el momento más importante de su vida y, de pronto, queden inmortalizados resbalando en un baile mientras se agarran a las cortinas y se rompen el vestido…. tiene una gran fuerza de parodia y vergüenza ajena. Reconozco que a veces los busco por Youtube.

Hablando del humor y el absurdo, y volviendo a Ilustres Ignorantes, se ve claramente que el estilo de humor de cada uno se acopla con el de los otros. ¿Cómo crees que encaja el tuyo con el de Coronas y el de Cansado?

Para el espectador menos atento Coronas hace una labor invisible, pero es muy importante. De entrada, repartir juego. Está pendiente de muchas cosas, y en el directo se encarga de que todo el mundo hable más o menos por igual de tiempo, si quieren o no. Evidentemente yo no hablo lo mismo que Cansado, pero no es algo que esté preparado, yo soy más de hachazo y Cansado tiene un humor que desarrolla.

Esa especie de erudición absurda tan suya.

Exactamente. Pero además notas que realmente hay una erudición detrás. Él es un gran estudioso de la historia y juega a juegos de guerra con soldaditos, que requieren una gran preparación histórica. Y además tiene una curiosidad insaciable. Y todo eso lo aplica. Además tiene unas tablas, una manera de contar, un tempo, unos giros radicales que, aunque yo quisiera, no sabría, porque es un don, un arte. A mí me sale más el comentario breve y, cuanto más pueda condensarlo, mejor.

Humor minimalista.

O quizá es pura vagancia, para no extenderme. Si alguna vez el cuerpo me pide extenderme yo noto que no es mi medio natural. Y tengo la suerte de que esto haya encajado así, porque nos compensamos genial. Luego está Coronas, que mete sus puntualizaciones y hace sus juegos de palabras; ya no solo con nosotros dos, con los invitados también. Coronas es como el bosón de Higgs que está uniendo a un electrón —mi caso— con el núcleo del átomo, que es Cansado. No sé de dónde he sacado esta comparación, pero ahora que lo pienso está bien. El núcleo del átomo creo que es Cansado.

Aunque solo sea por el peso atómico del tiempo que pasa hilvanando esos discursos.

Incluso hay esta regla no escrita de que la primera respuesta la da Cansado. Javi plantea la pregunta y le pide la opinión a Javier. Y es como un fractal, abre temas para aburrir. Cansado tiene más ojo analítico que yo porque lleva más años y porque tiene mejor interiorizado el método. Él se da cuenta de que no hay competencia, siempre estamos a favor. Incluso los invitados que vienen, que suele ser gente que ya conoce el programa o que son afines, hay una especie de respeto entre todos. Lo que decía antes de una broma que puede fallar. Las dos primeras temporadas, que grabábamos en un estudio por la mañana, se notaba, en mi caso sobre todo, lo que Coronas llama “capitanas”. En Aragón se llama así a los matojos secos que bajan rodando por Los Monegros. Yo era un experto en capitanas, había chistes que ya no solo el público del estudio sino la propia mesa me miraba como diciendo “What the fuck?” Y ahí no me quedaba más que encoger los dedos dentro de los zapatos y que pase. Eso me vino muy bien como proceso para que ahora sea totalmente inmune. Ahora me da igual, no tengo filtro ni para bien ni para mal, lo suelto y más de una vez ocurre que no funciona. Pero siempre noto que entre los tres se ha creado buen rollo. Que no siempre tiene que haberlo entre humoristas, me acuerdo de la película Muertos de risa, de Álex de la Iglesia. Y aquí todos vamos a favor, incluso reforzados por la experiencia que está siendo la gira. Llevamos alrededor de año y medio haciendo una gira muy puntual y hacemos quizá un bolo al mes, pero esa experiencia ha reforzado esa especie de lazo entre nosotros que hace que cada uno estemos muy cómodo con el papel que juega.

¿Es fácil integrar a los invitados en esa dinámica?

Nosotros contamos con que el invitado haya visto el programa y eso siempre ayuda. También invitamos siempre a gente afín, que nos caiga bien y que esté un poco por la labor. Supongo que habrá gente que diga que no, pero a poco que veas los 23 minutos de un programa pillas el timing. Te llevas sorpresas fantásticas. Recuerdo a Pedro Vera. Era una incógnita, porque no es una persona acostumbrada a estar frente a las cámaras. Resultó que es un gran seguidor del programa y pilló perfectamente el timing. Además los chistes que dijo eran buenísimos. Y fue un descubrimiento de tal magnitud que va a ser nuestro invitado para el bolo que hacemos próximamente en Murcia. Creo que no es tan difícil encajar. Puede crear algo de respeto, porque cualquiera que vea el programa verá a tres tíos que van de la mano y que están muy engrasados, pero también, y nos ha pasado con todos los que han pasado por allí, todos los invitados acaban sintiéndose cómodos porque todos remamos a favor de obra, y ese es el papel de un programa amable que no busca quedar por encima de nadie.

Lo que comentabas antes de que Cansado es el primero en responder ayuda a que se cree la tensión que entonces permite tu comentario.

Sí, es que si la primera respuesta fuera el hachazo… De hecho, si yo fuera el primero en contestar me vería obligado a desarrollar un poco más, sería más incómodo. Lo de Cansado es muy meritorio, es como ver un buen gol, que parece fácil, pero no; él lo hace parecer fácil, pero está creando una expectación. Recuerdo uno que era sobre qué inventarías que no esté en el mercado. Se tiró un buen rato y dijo que en su familia todos eran calvos, así a su manera, con esas iteraciones: “En mi familia son todos calvos, ¿eh?, pero todos, no hay nadie que no sea calvo, nacemos con pelo y tal pero en seguida nos quedamos calvos, yo no sé si pasa en otras familias pero en la mía todos calvos…” y que no inventaría un crecepelo para sus hijos, sino que todo el mundo fuera calvo. Te prepara para una cosa y de repente te abre otra puerta. Es un mérito fantástico, por eso lleva tantos años haciéndolo con Faemino.

Dijiste en Twitter que cuando llegaras a cierto número de seguidores ibas a ser chica en un bukkake. 

Cada vez que voy a alcanzar un número redondo hago una promesa. También dije que iba a follarme un cerdo delante de las cámaras de Telecinco y, en el último, dije que me iba a vestir. Pero como en Twitter no hay notarios ni nadie que te exija hacer una webcam con eso, lo voy haciendo en privado.

Hablando de cámaras, has escrito que la televisión ya tocó fondo.

Yo escribí Planeta rosa, que es sobre el mundo del corazón, y el libro acababa con dos premisas contrapuestas y explicaba que ambas eran validas. Una era que había tocado fondo y otra que no. Y en ambos casos explicaba por qué. De una manera muy poco rigurosa, pero daba dos opciones para que cada lector escogiera la que más le gustara. Y esto lo mantengo. No soy tan negativo con la visión de la tele. Hay una frase que me indigna mucho, y es esa de que pones la tele y no dan nada. Es mentira. Todavía tenemos la idea esa de que como la televisión no se paga, en cualquier momento que enciendas la tele tiene que haber algo que te guste, a diferencia de cuando eliges un libro, un videojuego, un partido de fútbol o una película en el cine, que te lo piensas y escoges. Pues no funciona así y hay que cambiar ese chip. La mala tele es muy subjetiva. Cada uno tiene la opción de elegir y ver la tele que le guste o de no verla. Cuando hablas de un programa abiertamente malo y pernicioso, con la alegría que se usa la palabra “telebasura”… por ejemplo Sálvame, que es el blanco de todas las críticas. Pongamos que tiene tres millones de espectadores. Eso significa que 42 millones de españoles no lo ven. Me encanta este juego del espejo porque no sé por qué se le da tanta importancia a tres millones de personas frente a 42 millones que no lo están viendo. Me gustaría que funcionara mejor un canal como Canal +, TNT o Neox, que hace tanto caso a la sitcom extranjera pero no es así. Hay una audiencia cautiva de la tele generalista que tiene que ver eso porque no tiene tele de pago o porque no le interesan otros programas, pero yo defiendo que haya una tele para todo el mundo. Y todo el mundo incluye que haya gente que quiera ver prensa del corazón. Otro motivo para el optimismo, si quieres llamarlo así, es que hay muchos más realities que han fracasado que los que han triunfado. Un reality que haya triunfado de verdad porque se mantenga es Gran hermano. Es el único. Ahora ponte a mirar la lista de realities fracasados incluso en la primera temporada: Escuela de actores, El bus

Pero Confianza ciega fracasó y era muy grande.

Confianza ciega yo lo considero un reality de culto.

Nube es un personaje mítico.

Por cierto, que allí trabajaba Borja Cobeaga, seguro que tiene muchas anécdotas que contar. Incluso hay otros realities que han fracasado al cabo del tiempo, como La casa de tu vida, El número uno… Cuando salió Gran hermano recuerdo a muchos agoreros diciendo que era el fin de la tele. A mí no me interesa para nada el uso que las cadenas hacen de los realities. Es decir, toda la invasión de Gran hermano cuando se está emitiendo: Ana Rosa Quintana por la mañana, Tania Llasera por la noche, los de Sálvame por la tarde… están todos hablando de Gran hermano. Y eso no es que sea bueno o malo, es que es cansino. A mí no me interesa, y no lo veo, pero el formato en sí lo veo válido. Y más cuando tantísimos realities han fracasado por el camino. Yo soy mucho más optimista, creo que por poco dinero tienes una opción muy amplia de canales. Además yo defiendo mucho el zapping como manera de ver la tele. Es decir, todo el tiempo que tardo en ver qué hay en cada canal para mí ya es una manera de ver tele. Muy fragmentada, pero me parece válida. Aunque para eso hay que vivir solo. Bueno, y para tocar la guitarra todo el día también. Y para masturbarte en el sofá.

Fotografía: Alberto Gamazo

Libros para leer, libros para pensar, libros para mirar

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Fotografía: Ginny (CC).

Jot Down para FNAC

Leer

No son pocos quienes, ante ciertos fenómenos editoriales de dudosa calidad, afirman eso tan manido de «al menos, consiguen que la gente lea». Bueno, leer es fenomenal, desde luego, pero como dicen otros que tampoco son pocos: «para leer eso, mejor no leer nada». No estoy de acuerdo con ninguna de las dos sentencias; tal y como yo lo veo, para leer algo malo, mejor leer algo bueno.

Parece una obviedad porque es una obviedad, pero claro, no siempre nos apetece escudriñar profundas introspecciones psicológicas ni adentrarnos en textos hercúleos que cambien nuestra percepción de la existencia. A veces solo queremos leer. Sin más. Divertirnos, entretenernos, acompañar a personajes que no somos nosotros en aventuras que no vivimos nosotros. Con frecuencia se ha catalogado a la literatura escapista de género menor, pero qué quieren que les diga, escapar es tan necesario en la vida como poder tomarse un vermú a la una de la tarde de una tarde de primavera. Solo hay que elegir el escape correcto.

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Fotografía: vanderfrog (CC).

Piensen en la Odisea, en Tirant lo Blanch o en La isla del tesoro. Quizá Homero, Joanot Martorell o Robert Louis Stevenson pretendían algo distinto, pero sus obras no dejan de ser pura diversión, puro escapismo. Del bueno. Y no hay que fijarse solo en los clásicos; hay cientos, miles de libros contemporáneos cuya misión esencial es el disfrute despreocupado del lector. Llevarle de viaje por el tiempo entre escritores románticos y magos egipcios, como hace Tim Powers en Las puertas de Anubis; quitarle años de encima hasta volver a ser un niño del extrarradio, como hace Elvira Lindo en Manolito Gafotas; o llevarle de paseo por la Barcelona de 1992 con asombrados ojos marcianos, como hace Eduardo Mendoza en Sin noticias de Gurb. Pero si buscan algo aún más reciente, adéntrense en el Área X que Jeff VanderMeer nos abre en su trilogía Southern Reach. En Aniquilación, Autoridad y Aceptación descubrirán un territorio abandonado por la civilización, solitario y boscoso, casi selvático, sujeto a leyes ajenas al ser humano y a la propia lógica de la naturaleza. Un paisaje que no debería existir;  tan intrínsecamente extraño pero tan magnético que, por mucho que les estremezca, no podrán resistirse a la necesidad de regresar. Aunque ya hayan cerrado la última página.

Pensar

Pensar es lo más importante de nuestra especie. Lo que nos distingue y lo que nos define. Ya lo decía el filósofo: «Pensar es un placer, genial, sensual. Pensando espero al hombre a quien yo quiero, tras los cristales de alegres ventanales». O algo así, que tampoco soy yo un experto en grandes honduras del intelecto. Para eso siempre pueden acudir a los tochos fundamentales de la literatura universal y que ellos les activen las neuronas. Qué se yo, En busca del tiempo perdido de Proust, La insoportable levedad del ser de Kundera, Ensayo sobre la ceguera de Saramago o ¡Hala Madrid! Sobran los motivos de Tomás Roncero.

Ahora bien, hay días donde queremos descubrir algo que nos haga pensar casi sin darnos cuenta porque, vaya, no siempre tenemos el cerebro para farolillos pero nos resistimos al deleite de lo insustancial. Ahí es donde la mejor ficción especulativa llega a nuestro rescate.

Literaturlärm (CC).

Fotografía: Literaturlärm (CC).

¿Que son ustedes personas muy concienciadas con las desigualdades sociales pero ya tienen desgastado El capital? Lean Los desposeídos de Ursula K. Le Guin y conviértanse en un nativo de la luna anarquista de Anarres, donde hasta el verbo «poseer» ha desaparecido, y comprueben la extrema diferencia con el capitalismo exhibicionista del planeta Urras. Por el contrario, ¿es usted una persona que cree firmemente en la inalienable libertad e individualidad del hombre pero Ayn Rand le parece una petarda insufrible? Coja una novela de Philip K. Dick. Ubik, El hombre en el castillo, Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, SIVAINVI… Prácticamente cualquiera, en serio. Porque todas describen, de forma explícita o soterrada, las lucha de los protagonistas contra un Estado realmente totalitario, pese a sus apariencias. De hecho, su totalitarismo es tan extremo que ha modificado hasta la propia estructura de la realidad. ¿Quieren reflexionar sobre los problemas de género pero la tercera ola del feminismo les da un poco de respeto? Abran Justicia Auxiliar y embárquense gracias a Ann Leckie en una sociedad futura donde la inteligencia artificial está formada por miles y hasta cientos de miles de humanos operando en mente colmena y donde cada uno de ellos pertenece a una nave espacial y son, en sí mismos, la propia nave. Pero sobre todo, comprueben lo incrustado que está el género masculino en la literatura de ciencia ficción, en la literatura general y hasta en los propios mecanismos del lenguaje y el pensamiento. Porque en esa sociedad hiperevolucionada, los géneros han perdido toda importancia y, de hecho, la lengua no los distingue. Tal es así que, aunque mantienen los mismos dos sexos de la humanidad convencional, en su idioma no existen los pronombres masculinos, solo los femeninos. Al cabo de unas cuantas páginas se darán cuenta de que su cerebro ha entrado en un curioso conflicto cada vez que denominan «ella» a un personaje que ustedes saben que es un hombre. Y quizá entenderán la cantidad de veces que, a lo largo de la historia de la literatura, han dado por hecho que, sin especificarlo, el protagonista era un hombre.

Mirar

Todo empezó con el libro de las mutaciones, el I Ching. No con los resultados del oráculo chino, sino con la manera en que los caracteres se colocaban en las páginas. Tan importante era el contenido como la estructura gráfica: distintos tamaños, distintas presiones del pincel, distintas posiciones; conformando así una verdadera expresión pictórica. Casi tres mil años después, entre 1913 y 1916, Guillaume Apollinaire publicó sus Caligramas. Las letras y las palabras se despegaban de la rigidez del renglón para flotar libremente en trazos, a veces figurativos y a veces puramente plásticos. En los años treinta se les encuadró en la denominada «poesía concreta», porque aislaba al poema como entidad per se. Esto es, las ataduras clásicas como el ritmo o la rima perdían gran parte de su envergadura en favor de la comprensión del poema como objeto único y, por tanto, de la investigación visual o espacial que propusiese.

Pero si los Caligramas buscaban desatarse de reglas explorando libremente, el colectivo OuLiPo hizo justo lo contrario: se autoimpusieron límites. Fundado en París en 1960 por Raymond Queneau, el grupo llamó a esta técnica Littérature à contraintes. Escritura con restricciones. Podían ser fonemas, palabras, ecuaciones matemáticas o incluso el movimiento del caballo en el ajedrez.  

El mejor ejemplo de este método puede ser El secuestro, donde George Perec concibe un tormentoso cuento de misterio en el que es el propio lector quien debe resolverlo. En principio no es muy distinto de otros: se nos exponen indicios, se nos introduce en el enredo y se nos dirige por un confuso bosque de señuelos. Creemos conocer lo que sucede, pero volvemos por nuestro recorrido sin comprender que no es nuestro, sino el que Perec pone conscientemente en nuestros pies. Y entonces, de repente, nos detenemos de leer.

Emi Yáñez (CC).

Fotografía: Emi Yáñez (CC).

Y comenzamos a mirar. Y a remirar, arriba y abajo, por cada una de las doscientas ochenta páginas que tiene la novela en su estupenda traducción en español. En ese momento nos damos cuenta de cuál es la ausencia que siente el protagonista, Tonio Vocel. De qué es lo que le han secuestrado y de quién es el autor del rapto. Si miran el párrafo anterior, que apenas es una obtusa imitación de Perec, quizá lo vean. Falta una letra. Y créanme que me ha costado un triunfo componer un párrafo de noventa palabras omitiendo una vocal; pues el escritor galo escribe una novela de trescientas veinte páginas sin usar en ningún momento la «e»: la vocal más frecuente en francés. Por eso la traducción necesitó hasta diez manos —las de Marisol Arbués, Mercè Burrel, Marc Parayre, Hermes Salceda y Regina Vega—  y por eso es tan formidable. Porque además, rizando el rizo, sustituyeron la «e» por la letra de mayor empleo en lengua castellana. La «a».

Y si quieren seguir explorando en la literatura para mirar, lo mejor que pueden hacer es encontrarse con Mark Z. Danielewski, quien lleva desde que publicó House of Leaves en el año 2000 convirtiendo la lectura en una experiencia absoluta. Como dijimos en esta misma revista, los libros del escritor neoyorquino no se leen de adelante a atrás, sino desde todas las direcciones; hay que girarlos, doblarlos y hasta salirse de ellos. Bailar en círculos a su alrededor como en Only Revolutions o sumergirse en la policromía textual de The Fifty Year Sword.

MIGUEL BUSTOS

Como todos los años, abril es el mes del libro en la FNAC. Para 2016 cuentan con el ilustrador Miguel Bustos, quien les ha diseñado tres bandoleras promocionales que resumen los tres conceptos sobre los que se asienta la campaña de este año: Leer, pensar, mirar.

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El silencio os sienta tan bien

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Thomas Pynchon. Fotografía: DP.

Thomas Pynchon. Fotografía: DP.

En estos tiempos de literatura selfie, en los que autores de pequeño y largo recorrido procuran estar presentes en todos los mentideros digitales y alargan el cuello cuanto pueden para ser vistos en cada foto, en cada evento o eventillo, la noticia de que un autor novel como Joseph Andras rechace todo un premio Goncourt y declare valorar su independencia lo suficiente para alejarse de los focos debe contemplarse como un salto a contracorriente al alcance de muy pocos. En este momento, la polémica del plantón de este joven al Goncourt está en su momento más vivo ¡qué envidia la cultura en Francia, en donde a la gente parece realmente importarle la cuestión y llueven ríos de tinta sobre el hecho!, con hipótesis que van desde la inexistencia del tal Andras, acompañadas de la suposición de que se trata del seudónimo de un autor de carrera, hasta las que incluso apuntan que pudiera tratarse de todo un colectivo quien ha resuelto la magnífica obra que lleva por título De nos frères blessés. Este tipo de historias nos fascinan porque nos sabemos incapaces de hacer algo así. No podríamos tenerlo todo en nuestras manos (una fama literaria, unos lectores entregados, un talento de esa naturaleza) y negarnos a vivirlo, o al menos a vivirlo de esa forma. Pero el hecho que más me interesa, y el que detona este artículo, es la elección voluntaria del silencio y la reclusión por parte del escritor, algo que ha llegado a ser una tradición más de las letras.

Hay reputaciones literarias forjadas desde el ruido y la ubicuidad, con escritores que luchan por estar en todas partes y ofrecen un flujo constante de textos. Un ejemplo al respecto sería esa insistente e incontenible Amélie Nothomb, a quien las páginas parecen fluir sin descanso, como si escribir hubiera llegado a ser para ella una especie de segunda respiración. Nothomb es eso, cantidad. Pero también hay leyendas literarias forjadas a partir del silencio. La condición evidente para que ese silencio sea efectivo, tenga un significado en sí mismo y sobre todo una consecuencia duradera es que previamente haya un gran texto. Teniendo en cuenta esas normas, la princesa de las escritoras silentes sería Harper Lee, quien debuta allá por el año 1960 con una novela como Matar a un ruiseñor, apabullante, evocadora, global, eterna, y después calla para siempre. Cincuenta años sin ofrecer un texto y rechazando cualquier tipo de entrevista o aparición pública con notas manuscritas de una refinada dulzura, como si se tratasen de una página más de su única novela que merece llamarse así.

El interés fundamental de los escritores que se apartan voluntariamente del mundo es que, por magia de su reclusión, el autor se convierte en una ficción en sí mismo. La falta absoluta de información provoca que la mente de sus admiradores trabaje para ficcionalizar lo que les falta: por qué se aparta de todo, qué hace cada mañana, qué le impide producir, por qué se niega a dar más textos al mundo… Los escritores que desaparecen se vuelven personajes de ficción, y eso para adictos a la lectura es una auténtica droga, pues el deseo mitómano no cesa de completar las zonas oscuras del personaje. Precisamente por eso odiamos cuando ese silencio se rompe, sobre todo si lo que lo interrumpe no merece la pena. Para la memoria de muchos lectores, Harper Lee no murió el pasado febrero sino un año antes, en el preciso momento en el que se publica Ve y pon un centinela, un texto destinado al fracaso no por ser una especie de engendro editorial que lo era sino por una cuestión más profunda: rompía la ficción más importante referida a la escritora americana, la de su silencio. Ve y pon un centinela es un libro perversamente desafortunado no por lo que su contenido pueda ofrecer o dejar de ofrecer, sino porque ha roto la ficción de Harper Lee, y con ello no me refiero a la de Matar a un Ruiseñor, que resiste todo. Podemos volver a sentir su magia con solo abrir una de sus páginas. Lo que Ve y pon un centinela interrumpió fue la construcción que todos sus lectores nos habíamos hecho de una Harper Lee anciana y huraña que seguía envejeciendo sola, aferrada a un solo libro y preparada para morir con poco más de doscientas páginas a sus espaldas.

Como me gustan las clasificaciones simples y por tanto arriesgadas, diré que hay dos tipos de escritores recluidos: por una parte, el autor abrumado por la fama, cercado por el éxito o mareado por el vértigo de la actualidad, que opta por un ostracismo voluntario. De otra parte, los escritores que se esconden de sí mismos y a un tiempo del resto del mundo, detenidos por el miedo que les produce sospechar que les va a resultar imposible igualar y aún acercarse a lo ya conseguido. Hay una tradición de escritores congelados por su pasada genialidad. Por supuesto, este es el apartado en la que nadie quiere estar y sin duda la más discutible, ya que muchos seguidores de tal o cual escritor se niegan a incluir a su ídolo en el lecho de la improductividad, aunque parezca evidente que ese puede ser su caso.

Emily Dickinson ca. 1846. Fotografía: DP.

Emily Dickinson ca. 1846. Fotografía: DP.

Emily Dickinson sería un feliz ejemplo del primer grupo: vivió recluida de una manera más o menos intermitente durante gran parte de su vida, pero no cesó de aumentar su producción con una poesía tan valiosa que se elevaba directamente a la historia de la literatura en lengua inglesa. Marcel Proust, encerrado muchos de sus últimos años en habitaciones acolchadas y con una vida social tan escasa como un régimen de visitas carcelario, aquilataba cada frase de su En busca del tiempo perdido. Para estos escritores, la vida fuera de su obra había llegado a tener bastante menos sentido que la contenida en su producción, de manera que podemos decir que hicieron de la escritura su vida de una manera bastante literal. Aunque es cierto que ambos autores se vieron arrastrados en su decisión de aislamiento por cuestiones vitales, simplificando podemos decir que en algún momento sintieron la necesidad de elegir entre la vida o el arte, y prefirieron lo segundo.

Plenamente contemporáneo, el misterio Elena Ferrante no cesa de producir buenas novelas, al tiempo que se especula si es hombre, mujer o aparición. Pero mi favorito de entre los escritores ocultos, de cualquier forma, es el simpar Thomas Pynchon. El americano es todo un humorista del silencio personal, al tiempo que un maestro del ruido público. Algunas de sus apariciones estelares, como estar en Los Simpson sin estar en Los Simpson o enviar a un actor vodevilesco a recoger el National Book Award, le convierten en el escritor oculto más listo de todos, porque toma lo bueno del ruido mediático la exponencialidad de nuestra curiosidad y el morbo de la desinformación al tiempo que evita la invasión de su privacidad. Su foto de recluta en la marina es un icono de nuestra cultura a la altura de cualquier Warhol.

En el lado amargo de la cuestión, se encuentran los silencios improductivos. Ya hemos hablado del encierro yermo de Harper Lee, pero también podríamos recordar el de J. D. Salinger, o el de Juan Rulfo, aunque este último nunca afirmara que hubiese dejado de escribir, y siempre hablase de aquella novela llamada de una manera muy apropiada La cordillera. Tras monumentos literarios como El guardián entre el centeno o Pedro Páramo, ambos se sumieron en una especie de tragedia prolongada y silenciosa. Salinger no ofreció nada tras elegir vivir recluido durante sesenta años, saliendo de su finca lo justo para conseguir una mujer nueva. También nos regaló alguna imagen totémica. La fotografía del americano amenazando al cámara el día en que su rancho es pasto de las llamas posee una especie de lirismo violento difícil de olvidar, como si se hubiese convertido en una especie de epílogo a El guardián entre el centeno.

Cuesta emitir un juicio acerca de si una decisión como la de no escribir después de haber producido una gran obra por el vértigo que provoca la incapacidad de volver a coronar la cima puede ser tomado como una muestra de honestidad máxima y una demostración de tener los pies en la tierra o si por el contrario se trata de una tremenda cobardía. Tampoco es fácil opinar acerca de si decide mejor el otro tipo de escritor, el que tras un comienzo fulgurante lucha de una manera algo vergonzante según qué libro para intentar reencontrar el brillo que una vez tuvieron sus textos. Cela dio la impresión de pelear toda la vida contra La colmena, oscilando entre la cercanía de la cima caso de Mazurca para dos muertos y el abismo más profundo, con episodio de plagio incluido. El Eduardo Mendoza serio dejando a un lado aceitunas y tocadores de señora también conoce lo fría que puede ser la sombra de las imprescindibles La verdad sobre el caso Savolta o La ciudad de los prodigios.

Una de las verdades universales de la industria cultural es que el público siempre quiere más. Le fascina el silencio de los artistas como divertimento, pero simplemente se niega a entender que un autor pueda haber dejado de tener la habilidad, o el ánimo, o el interés de seguir produciendo. Cuando Philip Roth hizo pública su voluntad de dejar de escribir, la red se llenó de protestas de admiradores que se acercaban mucho al insulto y la amenaza. Cualquiera de esas personas entenderían que otro profesional descansara a partir de cierta edad, pero su Philip Roth no podía hacerlo. Al final, en el universo de la literatura, todo es ficción. Por eso empezaba diciendo que lo que realmente buscamos en la biografía de un autor es continuación o final a la construcción que hemos creado en torno a ellos, porque los lectores entendemos de una manera poco consciente pero no por ello menos intensa que su trabajo nos pertenece. Y su silencio, también.

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La mejor novela española de los últimos cincuenta años

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Juan García Hortelano, Carlos Barral, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Isabel Mirete, Salvador Clotas y J. M. Castellet, 1979. Fotografía cortesía de Planeta de Libros.

Juan García Hortelano, Carlos Barral, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Isabel Mirete, Salvador Clotas y J. M. Castellet, 1970. Fotografía cortesía de Planeta de Libros.

1. Los rivales

Dar premios es fácil, lo complicado es que nos pongamos de acuerdo en los elegidos —como los trabajadores de la tienda de discos de Alta fidelidad, que componían listas en torno a los criterios más disparatados— y, si bien no existen razones para que los libros, los discos, las pelis, compitan entre sí, aunque no exista tal cosa como «La mejor novela española de los últimos cincuenta años», supongo que hacen falta de vez en cuando carteles, anuncios de neón, campanadas. Quién teme al premio feroz, me pregunté una vez, cuando en principio solo parece haber ventajas en los concursos: ganan los premiados, los medios tienen un estupendo evento informativo, la editorial consigue la carta de la promoción, los lectores escuchan nuevos nombres. Los únicos que pierden, claro, son los no premiados, qué tontería más obvia, pues esta falta de reconocimiento público se convierte en ocasiones en causa de ostracismo editorial, criba de lectores o, peor aún, un progresivo silencio literario según pasan los años.

A la hora de seleccionar el título de este artículo, yo ya había decidido mucho tiempo antes, sin pasar por ningún complejo sistema de selección, cuál era, a mi juicio, la mejor novela española de los últimos cincuenta años («española» se usa aquí solamente con su valor de gentilicio, por supuesto). Hice trampas, pues. Mi objetivo no es la tiranía de los nombres —la jerarquía en la literatura es absurda—, sino conseguir su atención sobre esta novela, que hablemos de por qué es excepcional y merece más lectores, aunque hayan pasado cuarenta y cuatro años desde su publicación. No hace falta consenso, al fin y al cabo: esto no es una lección de anatomía, solo juegos de palabras.

Para aligerar la trifulca, para que este texto no fuera un repaso al canon de los últimos cuarenta años, por el que aún tiene que pasar tiempo, me he centrado en los grandes títulos de los sesenta (solo a partir de 1966) y setenta, el periodo de la gran eclosión de la narrativa española a mi juicio, impulsada por el boom editorial de la narrativa latinoamericana, y las décadas de la gran transformación social y cultural de la Península.

Empecemos con los santones. Tiempo de silencio de Luis Martín Santos, quizá la novela más radical estilísticamente publicada en los sesenta en España, se queda fuera del debate porque su primera edición es de 1961; Cela publicó durante esas décadas dos de sus novelas más reconocidas, San Camilo, 1936 (1969) y Oficio de tinieblas 5 (1973); Miguel Delibes, mucho más prolífico, publicó entre otras la famosa Cinco horas con Mario (1966; Las ratas es de 1962). Cualquiera de estas merecería el título, supongo, pero ya hemos dicho que a los consagrados no les hace falta más publicidad gratuita, así que, ¿para qué seguir? Además, creo ya haber insinuado lo suficiente que este premio obedece a mi falible criterio, y la verdad es que ni Cela, que es un prodigioso maestro de la lengua castellana, ni Delibes, un narrador nato con un prodigioso oído para el castellano, están entre mis clásicos personales. A cada cual, lo suyo, que decía Sciascia.

Una de las que puntúan más alto de aquellos años para mí es Parte de una historia (1967), de Ignacio Aldecoa, la última novela de su autor antes de su muerte en 1969. Me sorprende que no sea más conocida: prodigioso relato ambientado en una isla de pescadores cercana a Isla Mayor (trasunto ficticio de Lanzarote), está escrita en una prosa cuidadísima, afilada como un cuchillo, que no cae nunca en topicazos retóricos ni en simplicidades. Más famoso como cuentista, Aldecoa demostró con Parte de una historia que dominaba el género de la novela (corta) con una soltura apabullante. Lo que acaso se viera en algún momento como defecto (es una especie de diario de viaje y, por tanto, se sale del realismo social imperante) se ha convertido en una de sus grandes virtudes: una novela sobre el destino inevitable (el individual y también el colectivo) contada con atmósferas de trazos opresivos y nítidos.

La novela galardonada más previsible sería Si te dicen que caí (1970), de Juan Marsé, quizá la mejor novela de los últimos cincuenta años si esto fuera la lista de un jurado académico y no la de un solo lector. Después de haber publicado varias novelas magníficas, Marsé decide dejarse la piel en esta y darlo todo. Aquí, con una prosa en su plenitud, está concentrado el microcosmos de su literatura: la necesidad de la invención y del juego conjugada con la recuperación de la memoria, a menudo también recreada y ficticia; los personajes desamparados, los buscavidas, los que pelean por saber quiénes son; y, sobre todo, un narrador portentoso que fabula entre los recuerdos y la ficción, entre la ilusión de la fuga y la realidad más descarnada de la posguerra. A Marsé, en cualquier caso, no le faltan lectores ni reconocimiento, labrado con un largo historial narrativo, así que sigo pensando que el premio le hace falta más al otro.

Imagino que también debería entrar en la disputa cualquiera de las novelas de Benet de este periodo, Volverás a Región (1967) y Una meditación (1970), aunque yo tengo debilidad por esta última, con esa frase de una musicalidad hipnótica con la que empieza: «De entre todas las quintas de la vega del Torce, al norte de Región, la de mi abuelo, con ser de las más modestas, era una de las mejor emplazadas». Maravillosa descomposición del hilo narrativo, con una voz que juega a la digresión constante y a las oraciones interminables, Una meditación es una piedra de sol de nuestra lengua, menos reconocida de lo que se merece, pese a que a mi juicio pierde por KO contra la ganadora si se valoran otros factores que debe tener una gran novela, como olfato para rebuscar en la basura y ahondar en el corazón de los humanos. A Benet, el grand style, como él siempre reivindicó, le pierde, para bien y para mal.

De las que he leído de Francisco Umbral, otra bestia parda de los setenta, la que más me impresionó con diferencia fue Mortal y rosa (1975), un bellísimo artefacto a medio camino entre el diario, el libro de apuntes y el ensayo literario. Curioso que sea el libro que mejor ha sobrevivido al prolífico Umbral, un estilo más que un narrador, quizá porque las páginas escritas a raíz de la muerte de su hijo pequeño están escritas con una rabia contra la literatura que trasciende la retórica y el jugueteo verbal que tanto encandilaba a Umbral. Además, un libro a veces se cruza en nuestra biografía, tiene el peso de una amistad o de un suceso, y adquiere un valor de lupa desde la que mirar los placeres y los días; en mi caso me pasó con Mortal y rosa, así que no soy, no puedo ser, neutral con él.

¿Y Goytisolo? El eterno desplazado, el más secreto, pese a ser un inmenso dotado para los vericuetos de la lengua, Goytisolo lleva años haciendo una obra rigurosa, encarnada en la libertad de la poesía más que en la narración. De los setenta es nada menos que la trilogía del mal, que incluye esa belleza llamada Reivindicación del conde Don Julián (1970), de la que solo recuerdo, sin embargo, la espesura de los signos y un viaje, bastante solipsista, hacia uno mismo. Altamente recomendable para lectores escogidos. No es mi caso, me temo.

Por cierto, que en 1975 se publicó La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza, de la que alguien ha dicho que es la gran novela de los últimos cuarenta años. Yo, en cambio, que leí en la adolescencia El misterio de la cripta embrujada (1978), y guardo esa lectura como un tiempo de felicidad absoluta, me he quedado a medias con La verdad varias veces. Prometo volver.

Y, en fin, seguro que hay muchos otros, todos grandes, que ahora no me vienen a la cabeza o que a lo mejor no he leído, que es lo más probable, pero, después de todo, esto ya estaba decidido de antemano: de estos años prodigiosos para la literatura española, la más grande, la más ambiciosa, la que sacó todo el talento que llevaba su autor dentro, es El gran momento de Mary Tribune, de Juan García Hortelano. No me digan que no estaba cantado.

2. Juan

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Juan García Hortelano, el editor Jaime Salinas y Mario Benedetti, 1982. Fotografía cortesía de Alfaguara.

El premio Biblioteca Breve por su novela Nuevas amistades (1959) permitió que el nombre de un jovencísimo autor madrileño, funcionario de la Administración, comenzara a sonar en los círculos literarios y editoriales. ¿Quién era aquel tipo bajito, tan serio y formal, del que dijo Carlos Barral aquello de «le hemos dado el premio a un guardia civil»? Pese a los dichos, la literatura es menos un oficio que una revancha y ahí apareció Juan García Hortelano para demostrar que merece la pena partirse la cara hasta el final.

Primero vino el trabajo concienzudo. Cuando se le concede el Biblioteca Breve a su primera novela publicada, Hortelano ya tenía varias terminadas en el cajón, una de las cuales incluso fue finalista del Premio Nadal, todas inscritas dentro de eso que llamamos «realismo social», por lo que era difícil predecir lo que vendría trece años después. De hecho, Nuevas amistades es una buena novela, un paisaje humano de la sempiterna lucha entre la realidad y el deseo, acentuada si acaso por el ahogo vital de la posguerra, pero no es una obra maestra ni por asomo. Relato de método, heredera talentosa de las técnicas del realismo literario imperante (que Ferlosio había sublimado en El Jarama en 1956), en Nuevas amistades ya se nota la ternura y empatía de su tono, lejos de los personajes usados como símbolos ideológicos de otros autores. Desde luego, esa mirada introspectiva suya va a caracterizar su obra, y el lastre costumbrista de algunas páginas va a desaparecer completamente en el último tercio de Nuevas amistades, a mi juicio el mejor, cuando la voz está enfocada en un espacio dramático muy concreto —los jóvenes encerrados en una casa de campo matando el tiempo mientras en una de las habitaciones una chica, convaleciente por culpa de un aborto ilegal, tal vez muera— y lo narra minuciosamente, sin prisas, con pasión por los detalles más vivos.

Solo tres años después, Hortelano sorprendería con su soberbia Tormenta de verano, que se alzó con el Premio Prix Formentor, una especie de gran lanzamiento editorial impulsado por varios editores europeos. Es impresionante la rapidez con la que Hortelano dio un salto adelante en su narrativa: narrada en primera persona (una decisión fundamental), Tormenta de verano se vuelve una introspección sobre la vida de la pequeña burguesía, igual que Nuevas amistades, solo que en esta ocasión se narra desde dentro, sin juicios externos, y su protagonista deambula entre la vida en la urbanización privada en la costa en la que está pasando el verano (donde se mueve con su familia y amigos) y las escapadas al pueblo costero, que le atrae con sus peligros y tentaciones. De nuevo, como en su primera novela, los conflictos individuales, los líos amorosos de los personajes, sus derrotas personales, su desorientación y su incapacidad para escapar de sus ataduras sociales, son más importantes que el cuadro ideológico.

Y de repente, tras alcanzar fama y lectores, Hortelano entró en un silencio editorial de casi una década. Publicó en el entreacto, es cierto, un excepcional volumen de relatos, Gente de Madrid, en 1967, en el que ya da muestras de que está experimentando con voces y estilos, que no se conforma con las técnicas desplegadas en sus novelas; al tiempo comenzó a circular el rumor de que estaba trabajando en una gran novela, en un texto largo con el que imprimir un nuevo tour de force a su narrativa.

Pasan los años y aquel texto no sale a la luz. A Hortelano no parecía inquietarle su desaparición de la escena pública, y seguramente ese es el único secreto, el tiempo que le dedicó, el que explica que en 1972, nueve años después de Tormenta de verano, Juan García Hortelano publicara una tragicomedia de casi ochocientas páginas narrada por un protagonista vividor, mordaz y alcohólico, y escrita con una prosa deslumbrante, plagada de ironías y juegos de palabras, trabajada hasta la extenuación. En lugar de los dramones literarios de su generación, Hortelano había conseguido con El gran momento de Mary Tribune convertir el desencanto en una orgía divertidísima de la lengua.

3. El gran momento (spoilers incluidos)

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Imagen: Círculo de Lectores.

La primera parte de El gran momento de Mary Tribune comienza con un in medias res resacoso: los amigos del narrador han llegado a su casa para el aperitivo del sábado; no saben que en una de las habitaciones duerme Mary, una norteamericana que conoció a última hora de la noche. Al fin consigue echarlos a todos y quedarse a solas con la extranjera. Comienza entonces, espoleado por la aparición de esta mujer singular, un viaje de varias semanas a la rutina del protagonista, rebosante de alcohol con su cuadrilla de amigos o a solas, salidas nocturnas, ligoteos, escapadas intempestivas, desilusiones, apariciones en el trabajo tedioso en el Ministerio y los encuentros y desencuentros con Mary y otras mujeres varias, desde su otra amante (la mujer de uno de los amigos de la pandilla) hasta las que se se van cruzando en sus noches y días. Esta primera parte de la novela deben de ser, más o menos, unas quinientas páginas, pero tan marcadas por el humor y un estilo ingenioso y juguetón que no aburren jamás, o al menos al que esto escribe. Leer Mary Tribune se parece mucho a hacer compañía a su protagonista, con la narración exhaustiva de sus despertares, desayunos, baños, conversaciones desopilantes y demás, por lo que es una especie de diario en el que la repetición de los actos cotidianos se combate con el fulgor verbal de su narrador. La magia de la literatura se llama eso.

La segunda parte de la novela (que se publicó en otro volumen en su primera edición) transcurre tras una elipsis temporal de varios meses y un salto también en el espacio, porque su protagonista ha trasladado su residencia a una casa en la sierra madrileña, donde ahora convive con otra mujer. Esta parte, unas doscientas páginas para narrar apenas dos días, tiene un tono distinto a la primera: si esta traducía en un estilo torrencial y a veces delirante la afición de su protagonista por el alcohol, a la segunda parte le corresponde un tono mucho más sosegado y melancólico, como le toca a un narrador empeñado en dejar la bebida y enderezar su vida. De fondo, en ese paisaje rural de invierno en que trascurre la acción, aparece la sombra de Mary, que desapareció de la vida del narrador tras unas cuantos desencuentros dolorosos. Que el enamoramiento, o simplemente el deseo, es el punto de fuga para el desencanto de su protagonista es una de las claves de la novela, desde luego.

Al final, Hortelano escribió, no sé si con una intención deliberada o, como pasa con algunas novelas, por resultado de una historia que se le fue imponiendo, un texto sobre personajes que pululan por un Madrid «absurdo, brillante y hambriento», que decía Valle, solo que con un hambre no de alimentos sino de sentido, de vida con un fin o una ruta, perdidos como están en un mundo sin aspiraciones. Individuos desorientados, felicidades minúsculas, ansia por vivir, placeres cuyo límite se agota en un solo día. Lo que ni Marsé, ni Benet, ni Umbral habían hecho, Hortelano lo consiguió: contar con una prosa ácida el viaje a ninguna parte de una España resignada, no porque no queramos tener memoria (que también), sino porque el presente concedido es insulso. Dulce la sal, que decía Mario González Suárez.

Misteriosamente, y aunque El gran momento de Mary Tribune tuvo cierto éxito comercial en su momento, dejó de sonar con los años, y más aún tras la muerte de Hortelano en 1992, quien prácticamente había dejado ya la ficción (aunque su último libro es de 1990, una novela erótica publicada con seudónimo, Muñeca y Macho, ocho años después de Gramática parda). Mi hipótesis que explica esta indiferencia de la crítica y los lectores reside, más que en la extensión de su novela, en aquello que decía alguien, creo que Nabokov, de la ridiculez de los «grandes temas», los cuales siguen pesando a la hora de confeccionar el canon literario: El gran momento de Mary Tribune es una farsa sobre un mujeriego borrachín, un enfoque difícilmente asumible por parte de cierto establishment y sus acólitos. Una pena, la verdad. Cualquier tema, en manos habilidosas, como demostró Hortelano, es carne para la gran literatura, pues El gran momento de Mary Tribune es uno de esos libros que, más que leer, se vive. Se puede decir de pocos.

Hace un año busqué un ejemplar de Nuevas amistades para llevármelo a Panamá. Imposible. Ya no se reedita. Tampoco los cuentos completos o Gramática parda.

Ni siquiera El gran momento de Mary Tribune.

Ahí fue cuando comencé a pensar en escribir este artículo.

La entrada La mejor novela española de los últimos cincuenta años aparece primero en Jot Down Cultural Magazine.

Izaskun Arretxe: «L’univers de llibreries de Catalunya és un ecosistema meravellós»

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Fotografía: Jorge Quiñoa

(Versión en castellano)

Izaskun Arretxe va arribar al món editorial de casualitat. En principi ella volia ser medievalista, però la bona sort —i una recepcionista— la va fer canviar d’opinió. Ha estat la meva editora i ja són moltes les converses que hem tingut sobre el català, el castellà a casa, la naturalitat dels bilingües i el món literari. Ens reunim a l’Institut Ramon Llull. Hi treballa des de fa uns mesos. Hem de triar un lloc per fer l’entrevista: és un palau, impressiona, però quan fa mesos que et reuneixes a la mateixa estància, t’hi acabes acostumant. La confiança que ens tenim fa que la conversa sigui rescatada de les anteriors que hem tingut, però la Izaskun és una dona amb les idees molt clares, no es traeix en cap moment i el seu discurs no trontolla. No ensopega, no dubta, és una persona intel·ligent que ja ha reflexionat sobre les coses que cal reflexionar: no es penedeix de res del que ha dit, un cop hem acabat l’entrevista. Totes dues som castellanoparlants a casa, però hem acabat al món de l’edició i la cultura catalana. El castellà, això sí, té un espai íntim a la nostra vida més quotidiana, i al pensament.

Penses en castellà?

Jo les coses profundes, profundes de veritat, les de verdad, les penso en castellà.

I quan t’enfades amb els teus fills, per exemple?

En aquest nivell, no tan profund, en català. Però les de veritat, les poques dues o tres coses de veritat, me les explico en castellà.

Jo tenia una professora que quan s’enfadava, ho deia en castellà.

I les paraulotes?

Tot això ho tinc en català. He viscut en català i les dic en català, són només pensaments profunds. I quan vull fer pensaments profunds però no em vull implicar molt, ho penso en anglès, em parlo en anglès, perquè quan vivia a Austràlia em vaig acostumar molt a parlar de coses molt profundes en anglès. Era com si parlés una altra, no era jo. I llavors hi ha vegades que em dic que això ho vull entendre bé i no m’atreveixo ni a dir-m’ho a mi mateixa… me la dic en anglès, que és com si no me les digués jo.

Izaskun Arretxe. El segon cognom no me’l sé…

Irigoien.

Irigoien… tens els vuit. Hi ha moltes coses que encara no sé. Com parlaves a casa teva, i com has acabat sent editora en català?

Jo crec que he acabat sent editora en català perquè els meus pares eren bascos. Els meus pares són bascos d’expressió castellana, ells no parlen euskera. Són d’una segona generació que no parlen euskera. Els seus pares i avis el parlaven, però a l’anar del camp a la ciutat, es va fer la pèrdua de llengua, que al País Basc era molt acusat, això. Desruralitzar-se era perdre la llengua. Però ells tenien aquesta sensibilitat, malgrat no tenir la llengua. Sempre dic que els meus pares van ser uns emigrants de país normal, com si nosaltres fóssim un país normal. Quan ells van venir, van fer com si aquí el català fos una normalitat, i per tant ells van venir a viure a un lloc i els seus fills els havien d’escolaritzar a una escola on es parlés en català i es visqués en català, amb tota naturalitat.

Per què van venir?

Per qüestions de feina. El meu pare va venir aquí a treballar. Ells ho van fer tranquil·lament, i no era fàcil en aquell moment, perquè encara… sóc molt gran, jo [riu], era el franquisme.

I tot i així els hi va semblar un país normal?

No els hi semblava, però van actuar com si ho fos. Què van fer? Van buscar una escola catalana, perquè era el que havien de fer si venien a viure aquí. Tot i que era difícil, la van trobar. I ells no parlaven euskera ni català.

I l’euskera… no el sabien?

No el sabien, no.

És una cosa que em sorprèn. Hi ha molta gent amb sensibilitat al País Basc, però alhora no tothom coneix la llengua.

Perquè la identitat nacional no està vinculada a la llengua. I aquí, fins fa molt poc, estava molt vinculada a la llengua. Ara ja no ho està tant, per fortuna, també. Però allà no. Allà hi ha la qüestió de la identitat nacional i la qüestió de la llengua, i no necessàriament van unides.

Des de fora ens semblen radicals en alguns aspectes, i en canvi en la llengua…

Els germans de la meva mare, per exemple, han après euskera de grans, els seus fills ja han anat a la ikastola, i després d’aquest salt lingüístic, els seus fills ja parlen als seus propis fills en euskera amb naturalitat. Han fet una recuperació lingüística amb una generació, o dues, que no el tenien. L’han recuperat, diguéssim. Una mica artificial, però l’han recuperat.

Vas començar a Anagrama?

Vaig començar a Quaderns Crema.

Hi ha molts secrets que encara no sé…

[Riu] Vaig començar a Quaderns Crema perquè jo venia d’Austràlia. Vaig estar quatre anys a Austràlia estudiant les poesies d’Ausiàs March, una cosa molt marciana, perquè tenien molts diners i estava fent de research assistant allà, i ensenyant català. Feia de lectora quan encara no existia l’Institut Ramon Llull. I quan vaig tornar, volia fer la tesi però necessitava diners per viure, i vaig pensar: aniré a una editorial. Però mai en la meva vida havia posat els peus en una editorial. Jo no volia ser editora, no tenia vocació d’editora, perquè no hi havien màsters… no hi havia res.

No era estudiable.

No era estudiable, i jo no sabia com es podia ser editora. L’únic que sabia era que havia fet Filologia Catalana, que m’encantaven els llibres i volia ser medievalista.

Medievalista?

Jo estava estudiant Ausiàs March i volia fer una tesi sobre un tema relacionat amb l’Edat Mitjana, la literatura i l’amor hereos.

No ho hagués dit mai.

I de fet havia estudiat literatura i m’havia especialitzat en literatura medieval. I llavors vaig començar la tesi amb la doctora Lola Badia, les qüestions prèvies a la tesi, els cursos de doctorat, etc., i necessitava recursos per menjar, i vaig pensar: aniré a una editorial. I vaig imprimir el meu currículum i vaig fer una cervesa amb una amiga meva. Li vaig dir: demà enviaré tots aquests currículums a les editorials de Barcelona, que les he trobat en un llistat. I em va dir: desengáñate, Izaskun, mañana no tienes nada que hacer, coge esos currículums y llévalos uno a uno. I vaig pensar: té raó, no tinc res a fer. Vaig agafar els currículums i els vaig anar portant a les editorials, i l’última on vaig anar a parar va ser Quaderns Crema. Me’n recordo que anava molt despentinada, cansada, tothom em mirava malament i amb poc interès… i vaig entrar allà i vaig començar a parlar amb una recepcionista. La recepcionista era molt simpàtica i vam començar a xerrar. Jo estava cansada, ja no volia feina, només volia anar a casa. I llavors aquella tarda el Jaume Vallcorba em va trucar: em va dir si podia anar-hi aquella mateixa tarda a fer una entrevista. I jo vaig anar-hi i ell va fer la pregunta que va salvar la meva vida, perquè si no potser ara seria recepcionista. Em va preguntar: tu què vols fer en una editorial? Jo mai de la vida havia posat els peus en una editorial, i li vaig començar a parlar de literatura medieval.

Del que tu sabies.

Del que jo sabia. I ell em va dir: doncs la feina que tinc no és per tu, perquè tinc una vacant a la recepcionista, que és aquesta noia amb qui has parlat aquest matí, però tu no pots ser recepcionista, no ho seràs, i per tant ho sento molt, però vés-te’n a casa teva. I jo me’n vaig anar a casa meva i l’endemà em va tornar a trucar, i em va dir: pots venir un altre cop? Era un divendres. Vaig anar allà i em va dir: és que quan li he explicat aquesta història a l’Ernest Folch, que era l’editor que hi havia en aquell moment, l’Ernest m’ha dit: ah, saps què, és que jo també me’n vaig. I llavors he pensat: aquesta feina sí que la pot fer aquesta noia que ha vingut aquest matí.

I tu sense experiència ni vocació.

No havia posat mai els peus en una editorial. I llavors em diu: aquesta tarda anem a Romanyà de Valls, que hi ha una impremta allà i començaràs a veure com és el sector editorial. Tenia un Mercedes, un cotxe d’aquests gegants, i ens en anem l’Ernest Folch, el Vallcorba i jo a Romanyà de Valls amb aquell cotxe. Al matí no tenia feina i a la tarda estava a una impremta. I ell el dilluns se n’anava quinze dies, o tres setmanes, a Argentina, Xile i no sé on, i era l’estiu. L’Ernest marxava al cap de quinze dies o tres setmanes… el primer dia vaig arribar i li vaig dir: mira, Ernest, és que jo no sé res del món editorial. I va dir: ara estarem quinze dies que no hi és el Vallcorba i t’ho ensenyaré tot. I vaig fer durant quinze dies el màster més potent que s’hagi pogut fer. Recordo que va agafar un llibre i va dir: això és un llibre, això són les guardes, això són els crèdits.

Començar de zero.

De zero. Ell va marxar, jo em vaig quedar, i va durar poquet, perquè no era fàcil treballar amb el Vallcorba [riu]. Va durar poquet perquè em van oferir una altra feina. I llavors Anagrama buscava algú, li van preguntar a l’Ernest si coneixia algú, no directament a l’Ernest però una cadena de persones fins que l’Herralde em va trucar un dia i em va dir: pots venir? Jo hi vaig anar…

Vas passar de voler ser medievalista a treballar a una de les editorials més potents que hi havia en aquell moment.

Sí. A Anagrama portava producció i edició de cobertes, el catàleg, etc. No feia feina d’editora, però de cop va ser entrar per la porta gran a veure com era la cuina de, sens dubte, si no la millor, una de les millors editorials del món. Va ser espectacular, i l’Herralde va ser molt generós amb mi.

Com era treballar amb l’Herralde?

Jo vaig entrar-hi que tenia 27 o 28 anys, i per mi va ser un màster bestial. Treballar amb l’Herralde ha estat un dels grans privilegis de la meva vida, perquè és una de les persones més intel·ligents que conec. És ràpid, té sentit de l’humor… hi ha gent que diu que no és un home fàcil, per mi ho va ser. Era un home exigent, és un home molt exigent, però jo vaig aprendre moltíssim i amb mi va ser generós de principi a fi. Vaig entendre una cosa que crec que després m’ha ajudat molt en el món editorial, que és que perquè les coses surtin bé, s’han de fer amb molta cura no només del text, que per descomptat, sinó de tot el que envolta el text, i s’ha de fer amb molta passió. Has d’anar defensant cada minut allò que fas, si no, no funciona. I això… ell viu per això, i és un mestratge que procuro no oblidar en el dia a dia, no és una cosa que ell tingui imposada i digui: mira, ara ho faré. No, no, viu així. I així s’han de fer les coses. Potser el món està anant en una altra direcció, però el respecte pel contingut, el treball del contingut i la passió per tota la resta és el que fa que tot funcioni.

Apassionar-te també per una coberta, la tipografia…

I ell feia una cosa, que em feia molta gràcia: sempre que podia, en qualsevol conversa, fos del que fos, treia els seus llibres [riu]. Ell estava parlant de cuina amb algú en algun sarao, i acabaven sortint algun dels seus títols. Perquè ell sempre estava defensant els seus títols… sempre ho fa, parlo en passat però encara ara. No baixava la guàrdia ni un minut. I veure com es cuina tot… per mi, una cosa màgica era que d’un manuscrit arribessis a un llibre. Tot aquest procés que jo desconeixia, el coneixia una mica de Quaderns Crema, però hi vaig ser molt poc temps, amb tota la seva complexitat i riquesa, allò va ser un enamorament. Em vaig enamorar de l’ofici.

Vas començar l’ofici amb el Vallcorba i l’Herralde. Després d’això només pots ser editora de la teva pròpia editorial.

I sobretot… amb el Vallcorba hi vaig estar menys temps, perquè de seguida va sortir el tema d’Anagrama. Amb l’Herralde vaig estar sis anys. A mi no m’agrada gaire que em manin, en general. [Riu] Però en el cas de l’Herralde, no tenia mai aquesta sensació… és un home que mana molt, eh, però jo no tenia la sensació que ell em manava. Jo tenia la sensació que ell tenia raó.

Ho feia molt bé, llavors!

En sap molt, sí. La sensació no era: es fa això perquè jo ho dic. Es fa això perquè això que et dic té sentit. No vol dir que sempre tingués raó. Hi havia dies que sorties de l’oficina emprenyada, però la sensació aquesta que estàs aprenent i que hi ha un mestre allà, aquesta la tenia molt vívida. Jo no vaig sentir mai que tenia un amo, per dir-ho d’alguna manera, i ell és molt amo del seu hort, però la sensació sempre va ser que hi havia una persona que en sabia infinitament més que jo, que a més a més m’estava transmetent coneixement. I això per mi és un tresor.

Ara Llibres forma part d’una cooperativa. Com funciona? Què vol dir que una editorial formi part d’una cooperativa, i què hi ha amb Ara Llibres que no és estrictament l’editorial?

Una de les coses que a mi més m’agrada d’Ara Llibres, a part del projecte editorial, evidentment, és el fet que sigui una cooperativa. Crec que és important i crec que de vegades nosaltres mateixos no li hem donat el valor que té. Ho hem assumit tant com una forma d’organització pròpia que no ho hem explicat suficient. Una mica la idea és que al segle XX, i al segle XXI també, hi ha moltes editorials que són d’una persona que té l’editorial, un model d’editorials unipersonals. Quan ara mateix conviuen amb un model de grans grups, i per tant tens l’editorial d’una persona i cada vegada més grans grups editorials, com pot ser Planeta o Random. I a això cal sumar els nous players: Amazon, Google, etc. I nosaltres dèiem: volem que això sigui diferent, que l’univers dels llibres no només siguin editorials molt petites i grans grups, i això només pot ser diferent en una tradició que Catalunya té molt arrelada, que és la tradició de fer coses col·lectivament des de la societat civil. Que hi hagi un grup de gent suficientment important que es pugui expressar fora d’aquests dos models, i que faci de contrapès als grans grups, però amb múscul. I vam pensar: fem-ho nosaltres. I vam fer Ara Llibres i vam formar el grup cooperatiu Som. I per tant, que la propietat sigui de tots. Això vol dir que les decisions siguin de tots, i que la informació sigui de tots i que els resultats econòmics siguin també per a tots. I els drets i els deures. Això vol dir que a Ara Llibres les coses es decideixen de forma assembleària? No. Això vol dir que hem hagut d’aprendre a ser empresaris? Sí. Funciona així, els propietaris són els treballadors, i l’organització del dia a dia és una organització molt similar a la que podria tenir una empresa que no fos cooperativa. És a dir, hi ha unes persones que porten la gerència, unes persones que porten la direcció editorial, uns editors, cap de premsa… cadascú té molt explicitada i molt delimitada la seva feina. Però llavors hi ha un moment al mes, que és quan es reuneix el consell rector, l’equivalent al consell d’administració, on les grans decisions estratègiques es decideixen, i on la informació es comparteix. I això, per mi, canvia completament el tipus d’empresa que tu fas. Ens ha costat molt aprendre-ho, perquè tu tens dos barrets. Hi ha dies que tens el barret d’editor, i hi ha un dia que tens el barret d’empresari. I editor empresari potser s’assembla més, però hi ha una persona que és administrativa, i en el dia a dia opera com a administrativa, però hi ha un dia al mes que és també propietària, i per tant de vegades ha de prendre decisions que com a treballadora no prendria. I fer aquest aprenentatge ha estat costós, i molt dur, però a la llarga el model és molt més just.

També treballes d’una altra manera si tot d’alguna manera és teu?

Absolutament. Primer, que hi ha un projecte que es pensa en el seu nivell més estratègic per part de tothom, i per tant no només ho decideix una persona, que determina que vol anar cap aquí o cap allà, i això ho fa més teu. Es pensa des de tothom i s’executa des de tothom. I tot això per mi ho fa molt més fort, perquè al final la potència que té una persona per defensar un projecte col·lectiu en el qual se sent representada és enorme. Nosaltres a Ara Llibres sempre dèiem: no tenim vocació d’editorial petita, ha de ser una editorial com més gran millor, perquè com més gent pugui participar de la propietat, més fort serà el projecte, més divers serà el projecte, i més ric serà el projecte. Per tant: ambició total per créixer. Amb un model determinat, però per créixer. No a qualsevol preu, evidentment, però a mi m’agradaria veure que Ara Llibres és una editorial potentíssima amb molts recursos de tot tipus, i de molta gent.

Això vol dir que tothom que treballa a Ara Llibres és soci?

Això vol dir que després d’un període de temps, que està fixat en dos, a tothom se’l convida a ser propietari. Això té un aspecte que m’agrada molt, i és que pels socis que ja hi són, quan entra un soci nou, la propietat queda dividida encara més, tu tens menys propietat, i en canvi tu el que vols és que entrin molts socis. Tu saps que com més socis entrin, menys propietat tindràs tu, perquè la propietat es distribueix de manera equitativa, però tu vols que entrin socis, i trobo que això també ho fa un projecte molt potent. Pel que fa a Som, el grup cooperatiu del qual participa Ara Llibre, parteix de la següent base: el segle XX és el segle de les indústries pesades, el segle XXI ha de ser el segle dels continguts. I per tant a més d’una editorial hi ha d’haver més coses, perquè la indústria dels continguts és molt més àmplia, i es va crear una productora, que és BataBat, la revista Sàpiens, el Descobrir Catalunya, la cooperativa que ens dóna serveis a la resta de les empreses, es va integrar el diari Contrapunt, etc..

Llavors tu també tens una part de la productora, de les revistes…?

No. Cada soci és soci de la seva cooperativa, que és la cooperativa on treballa. Llavors hi ha una supracooperativa, que és una cooperativa de segon grau, que és una cooperativa que no factura, per dir-ho d’alguna manera, que el que fa és que les línies estratègiques de totes les cooperatives estiguin alineades i fa més fort el projecte sencer, amb més múscul. Perquè és diferent anar a un banc sent només Ara Llibres, que anar a un banc i tenir darrere diverses empreses. No només per això, no només per qüestions pràctiques, sinó perquè si el que volem és ser més grans, si el que volem és que el projecte sigui cooperatiu i tingui incidència social, hem d’atacar des de diversos fronts. I poder treballar els continguts des de diferents perspectives, l’audiovisual, la de les revistes, la dels llibres, etc., ens feia molt més forts, i per tant molt més rics. I per mi, que això vagi bé i que es faci gran és una gran esperança pel món dels continguts.

Esteu fent també una feina social, doncs?

Per mi, absolutament. També hi ha una repercussió social, més enllà de l’aportació cultural.

L’èxit podria ser no només que Ara Llibres acabi creixent, sinó que hi hagués més editorials que apostessin per aquesta organització.

I més gent que s’organitzi d’una manera que em sembla més justa i més productiva, i més rica… sobretot més rica, perquè la suma de gent ha de ser positiva necessàriament. I per tant, com més gent s’hi sumi, més forta i més diversa serà. Estem anant cap a un món que la diversitat té poc valor, la diversitat no és una cosa que es potenciï. Jo crec en una manera d’organitzar-se en cooperativa que no és senzilla, perquè no naixem apresos, se n’ha d’aprendre molt, has d’aprendre moltes coses, però al final dóna aquesta diversitat. L’ha de donar, perquè els propietaris no són una persona, són un conjunt de persones, i com més gran sigui, més serà el reflex d’una societat.

Tu formes part de la societat i deixes de ser l’editora, però no et desvincules de la societat.

En la meva excedència, ara, sóc simplement sòcia en excedència.

Hi vas, a la reunió mensual?

Al consell d’administració, consells rectors, que són on es marquen línies estratègiques, però no es treballa el dia a dia. És a dir, jo tinc el meu dol, per dir-ho d’alguna manera, de no participar en absolut del dia a dia, perquè al consell rector de la cooperativa mai es discuteixen títols o autors.

Que és el que t’agrada a tu.

És el que jo feia i m’encanta. Allà el que treballes són altres temes: si a l’empresa hem de fer més títols, si hem de treballar aquests mercats, què passa amb la distribució, quina part del pressupost es dedica a la promoció… coses molt més pràctiques, de funcionament d’empresa. I quina estratègia a mig i llarg termini s’ha de tenir. No entres mai al dia a dia, perquè no és la feina de la cooperativa, la cooperativa no decideix aquestes coses. Ara hi ha un director editorial, el Joan Carles, i ell decidirà totes aquestes coses. Com em van explicar molt bé el dia que vaig entrar,  el Consell rector no et qüestiona mai el que tu fas al dia a dia, els teus superiors sí, però la cooperativa com a tal no… ara, el Consell rector ratifica si en conjunt no estàs fent bé la teva feina i si s’han de prendre mesures, que poden incloure un acomiadament en els casos més extrems. I això està bé. Per mi el bon equilibri d’aquest sistema cooperatiu que nosaltres tenim, que no és necessàriament el de tothom, és que permet una operativitat també. No podem estar decidint tot entre tots, en el nostre cas, perquè no seria òptim. I és un entorn dur, és un mercat dur, i necessitem que sigui òptim.

En guanyar Eduardo Mendoza el Premi Cervantes, tornem a parlar dels escriptors catalans que escriuen en castellà, un tema que nosaltres hem xerrat sovint i que vull que en parlem ara. De què serveix traduir el català i el castellà simultàniament? Són realment dos mercats diferents o es barregen?

La certesa absoluta segur que no la tinc. Per què hem de sortir junts? Hem de sortir junts sobretot perquè el català no pot sortir després. Per què? Perquè en aquests moments, tothom, diria que el 100% de la població, pot llegir en castellà, i per tant si primer surt l’oferta en castellà, i la gent té ganes d’accedir a aquell llibre, de llegir-lo, ho farà en castellà i el mercat català és massa petit per permetre-s’ho.

No s’esperarà.

No. No s’esperarà perquè penso que no comprem ara tant els llibres per qüestions lingüístico-patriòtiques.

I faig país.

Ara crec que hi ha una altra naturalitat. Tothom llegeix en castellà, i si primer surt la traducció en castellà, quan surt la catalana ha perdut una gran quantitat de lectors, enorme, i per tant ens és útil anar junts. També ens és útil anar junts perquè ens potenciem els uns als altres i arribem més lluny. Tot i que hi ha una part del mercat que és confluent, hi ha una part del mercat que no ho és, i per tant hem de treballar-lo de maneres diverses. És molt diferent treballar un llibre a Catalunya que fora de Catalunya. L’univers de llibreries de Catalunya és un ecosistema, per mi, meravellós, que no és replicable a la resta d’Espanya. La llibreria mitjana i petita té un pes en la venda de llibres, en la facturació i sobretot en la prescripció, molt gran, més gran que a la resta de la península, que treballen molt més amb les grans cadenes de llibreries. I això condiciona també la manera com es treballen els llibres, especialment quan són en català. Aquí s’ha de fer molta més microcirurgia i no entendre això és treballar els llibres d’una manera no òptima.

Quan les petites i mitjanes editorials espanyoles venen a presentar, se’n van a les grans llibreries, i és un error. No hi va ningú, si no és un autor mediàtic o amb coneguts a la ciutat.

Hi ha un ecosistema que s’ha d’entendre, i que s’ha de treballar en petit i distribuït per tot el territori, no només a Barcelona. I després no només són les llibreries, els mitjans també. Els mitjans nacionals catalans són diferents, per tant has de pensar específicament com els treballes.

I als diaris amb edicions en castellà i català, tot i tenir l’oficina a Barcelona, sovint tenen redactors diferents.

Absolutament. I després la premsa comarcal, teles comarcals, els mitjans locals, etc. És molt més de microcirurgia. L’espai és més petit, i això permet també que hi hagi, si l’autor és d’aquí, molt de moviment presencial. Jo ho visc com una oportunitat, un degoteig que pot allargar en el temps la vigència d’un llibre, en aquesta època de dictadura de la novetat, que inclou biblioteques… la feina que estan fent les bibliotecàries aquí és increïble. Biblioteques, llibreries, presentacions, clubs de lectura. I això és diferent que a la resta de l’estat. Segurament no és diferent pels grans blockbusters, o els grans èxits, però sí per una cosa que a mi em preocupa molt, que ho he de dir en anglès perquè no sé ni com ho diem en català, que és la midlist. Pels llibres que no són èxits esclatants, que no surten mai a la llista dels més venuts, però funcionen, tenen una massa critica de lectors. Que aquesta mena de llibres existeixi, és absolutament fonamental per la riquesa cultural d’un país, perquè en garanteix la diversitat i perquè d’aquests llibres també sortiran els gran autors de futur. Si deixem erma aquesta franja, no podrem fer créixer ningú, no hi haurà grans autors. I no hi haurà llibres bons de públic no tan majoritari. Jo crec que perquè funcioni aquesta midlist entendre bé el nostre mercat és fonamental. Els grans blockbusters funcionaran igual, els tindrà tothom, estaran a totes les llibreries, tant si són en castellà com si són en català , però pels llibres que no són d’aquesta primera línia de venda, cal fer una feina molt més petita, i és una feina diferent.

Pel que fa a les edicions en castellà i català alhora, caldria parlar també del tema del preu, hem de posar un preu igual al del castellà, perquè si no hi ha un desavantatge competitiu; aquest preu igual al castellà per nosaltres és més difícil, perquè les tirades són més curtes. Pagues els mateixos fixes, pagues el mateix per la traducció, pagues el mateix per la correcció, pagues el mateix per la coberta, però la teva tirada i la teva venda és necessàriament inferior. I en canvi, el PVP no el decideixes tu. El decideix el mercat espanyol.

La Laura Huerga en va parlar: el castellà se’t menja.

Se’t menja i a més a més tu no tens el poder de decisió. Quina empresa no pot decidir el preu del seu producte?

Per què has de pagar el  mateix que l’editorial en castellà?

Perquè un traductor… no li pots dir que com que és en català, et pagaré menys, perquè la feina és la mateixa.

I menysprees el català, és clar.

La feina és la mateixa. O un corrector. I en canvi la tirada és més curta. I després per mi hi ha una altra dictadura… és forta, la paraula, però és una cosa que em preocupa gairebé més que la del preu, que és la dictadura dels calendaris editorials. L’editorial en castellà acaba decidint en quin moment publiques aquell llibre, perquè si tu l’has de publicar quan la publiquen en castellà… amb algunes editorials hi ha més flexibilitat i pacteu quan, però amb moltes editorials la realitat no és aquesta. Et diu tal editorial: ho farem en aquell moment, i tu has d’adaptar-te, o si no fes-ho quan vulguis, però saps que no pots sortir després. Això, que sembla una cosa que no té importància, té una importància cabdal, per dos motius, perquè els nostres calendaris del llibre de l’any són diferents, i perquè com que es publiquen en una mateixa editorial llibres que en castellà surten en editorials diferents es produeixen contrasentits com el que em va passar a mi fa poc temps: tenir cinc traduccions potentíssimes, totes el mateix mes.

I després de Sant Jordi?

Era abans de Sant Jordi, però això tampoc ho feia bo. Perquè a més a mi no m’interessaven per Sant Jordi, perquè per Sant Jordi nosaltres estàvem treballant un altre tipus de llibre diferent. En qualsevol cas, el que per a mi és un problema és que no ho estàvem decidint nosaltres. Ho decidia una altra empresa.

La teva logística de premsa no pot suportar cinc llibres potents…

I si decidim nosaltres que els volem treure tots junts perquè ens hem tornat boges, endavant les atxes, però és que no ho hem decidit nosaltres, ho ha decidit un altre mercat. Un altre mercat m’està dient a mi com he de vendre els meus llibres. I a més a més, d’una manera il·lògica. Això sí que em sembla posar-nos en segona posició. No poder decidir sobre el nostre propi producte… no passa a cap empresa. Us imagineu que Coca-Cola depengués de Pepsi per treure un nou producte?

I per exemple amb Libros del Asteroide és més fàcil perquè compartiu el tipus d’editorial i la complicitat ho facilita?

Hi ha editorials i hi ha editorials. Com sempre, el món es farà molt gran, molt tecnificat, molt no sé què, però al final les persones treballen amb persones, i això continua sent la llei que mou el món. Fins i tot en un grup molt gran. Tu et pots trobar un editor que tingui cintura, que t’entengui… per mi no és tant de grans o petits, sinó de persones i persones. Menystenim molt el poder de l’individu. Moltíssim. Si em preguntes si passa amb totes les editorials, o si passa amb totes les grans… tendeix a passar més amb les editorials grans, perquè tenen la força d’imposar més coses, però no sempre.

Als grans grups ni tan sols els segells poden decidir gaire…

Per això amb les grans costa més que tingui cintura, però al final moltes vegades depèn de la persona que tens al davant. Tu em dius: amb Asteroide a mi m’ha resultat fàcil fer coses conjuntament? Facilíssim. Repetiria en qualsevol moment. És perquè són més petits que algunes editorials i per tant entenen més les nostres problemàtiques? Segur. Però també perquè el Solano i jo ens vam entendre bé en aquell moment, i perquè ell és una persona que entén les coses. També m’ha passat amb editorials grans. Amb el llibre del Ramón Gener amb Random… ens vam entendre perfectament, i són Random. I en canvi les persones que estaven allà, eren persones que no et menystenien, que t’escoltaven, que podien entendre les teves problemàtiques. I per tant intentaven planificar conjuntament. I després, amb petites i amb grans, i aquí sí que no et diré noms, hi ha hagut vegades que ha sigut ordeno y mando. Sóc el castellà i surto, i t’aguantes.

Anar acompanyat d’una bona editorial en castellà també guia al lector que pugui conèixer millor un mercat que l’altre. Si veuen que vas amb Asteroide i llegeixen en català, et presenta bé i et compren.

Nosaltres com editors, quan rebíem un original, fèiem dues preguntes molt prosaiques a l’agent internacional: una pregunta que em sembla espantosa, si el llibre és molt llarg, perquè les traduccions en català, amb la poca venda que tenen, és molt difícil que no suposin pèrdues, molt difícil, i per tant fèiem aquesta pregunta terrible… que gairebé la primera cosa que preguntis d’un llibre és quantes pàgines té, pensant que per favor en tingui menys de 300, és patètic… al marge de si és una obra mestra o no, ho trobo molt trist i molt simptomàtic, però aquesta és una altra conversa; i l’altra cosa que preguntàvem era qui ho fa en castellà. Perquè els companys de viatge són importants. I no només per si t’hi podràs entendre o no, sinó per com plantejaran el llibre, com el cuidaran, per com prescriuran el llibre, per com els seus agents prescriuran el llibre.

I quins còmplices tenen.

Absolutament. És molt important. Perquè quan dic que les persones són molt importants, els segells també són molt importants. El segell que hi ha darrere de la persona també et dóna molta informació.

Un dels problemes que poden trobar les petites i mitjanes editorials és que els grans grups hagin incorporat també segells en català, bloquejant els drets en català (i fins i tot sense publicar-los després). Per exemple: Random podria dir de quedar-se Toni Morrison en castellà a Lumen i en català a Rosa dels Vents, i comprar els drets per una quantitat que no et puguis permetre com Ara Llibres. Això passa?

A mi no m’ha passat.

La Laura Huerga ho va comentar un dia i tothom semblava acceptar que això passa sovint.

Ho he sentit a dir moltes vegades. A mi no m’ha passat… diria que mai, de voler una cosa, que l’hagi comprat algú en català i castellà, i que no hagi acabat sortint en català. No vull dir que no passi, estic segura que passa, però en la meva experiència personal a mi això no m’ha passat. El que sí que trobo molt preocupant és: pel mateix preu, posi-me’n dos. Quan les editorials estan comprant alhora català i castellà sense donar un valor al català. Perquè què passa al final: imagina’t que una cosa la pagues, m’invento el preu, quatre mil pel castellà i mil pel català, en una correlació normal de forces. I dius: mira, et faig una oferta que són 4.000+1.000, imaginem-nos. I l’agent et diu: molt bé, perfecte, endavant. Però l’oferta paquet acabarà per no ser 4.000+1.000, seran 4.000 pels dos, no hi haurà el valor del català. I si tu no pagues per una cosa deixa de tenir valor per tu. Però no només em preocupa això, sinó que després, quan tu compres els dos d’aquesta manera, el català esdevingui subsidiari. Ho has comprat perquè com que podia comprar els dos, algun en vendré en català o m’asseguro que ningú l’està venent en català i m’està esgarrapant algunes vendes. Aquella part de passió, de coneixement, de treballar-t’ho, de creure-t’ho, d’anar a buscar un mercat concret… no ho faràs. Perquè no estàs comprant allò perquè realment vols allò i te n’ocuparàs. Estàs comprant un paquet perquè creus que d’allò en trauràs un rendiment, però no hi ha un treball específic sobre aquella edició en català. Quan deia que quan ho fan dues editorials per a mi és ric, ho és perquè al final dues persones sumen més que una persona. Si hi ha una editorial que treballa el seu mercat en castellà d’una manera determinada, i hi ha una editorial que ho fa en català… però fins i tot si s’haguessin de treballar de maneres iguals, quan ho treballen dos suma. Però quan ho fan tot en la mateixa campanya… primer, no s’hauria de fer una mateixa campanya, i segon, qui acaba patint? Dos mai és amb igualtat. Desenganyem-nos. Acaba patint i acaba sent relegada l’edició en català. Evidentment.

Ara tens altres lluites, però. Què fas a l’Institut Ramon Llull?

Faig una cosa molt maca, que és que la literatura en català pugui traspassar fronteres, i per tant pugui ser gaudida més enllà de la gent que és capaç de llegir-la en català. I això, si no és un regal, que baje Dios y lo vea. És preciós. Això és a grans trets el que faig.

Quan dius que la literatura en català traspassi fronteres… ja ho hem parlat molts cops, però la gran frontera que ha de traspassar la literatura catalana és Espanya.

Sí. A mi això em preocupa molt, perquè de manera natural la primera frontera que hauria de traspassar la literatura catalana hauria de ser la del castellà, per proximitat històrica i cultural, per passat comú, i en canvi moltes vegades és un handicap. Jo crec que en els últims anys s’ha fet encara més gran, però això dura de sempre. Quan jo estava a Anagrama, l’Herralde va fer un gran esforç sempre per traduir Montcada, traduir Monzó, traduir Sagarra, traduir Pàmies… ell anava traduint, i evidentment alguns llibres funcionaven, però no en la mesura que ho haurien d’haver fet si no fossin escrits originalment en català, penso. Al mercat espanyol, no tant el llatinoamericà, li costa molt.

I al llatinoamericà vols dir que no costa?

No, vull dir que el que seria més natural, que és l’espanyol, li costa moltíssim perquè té més prejudicis. Jo crec que el mercat llatinoamericà, si no hi hem arribat més és perquè ha costat treballar-lo, ja que la porta d’entrada natural seria la traducció en castellà de la península, perquè penso que allà no hi ha els mateixos prejudicis. En canvi, el nostre mercat natural, és que a Segòvia algú llegís la Llucia Ramis o el Jordi Nopca, o tanta altra gent que després veus com s’està traduint en altres idiomes amb molta naturalitat… i costa. No vol dir que tot costi molt. Hi ha llibres que funcionen, el Cabré funciona. I no hem d’oblidar que la primera llengua de traducció del català és el castellà, però crec que s’hauria de traduir més.

Però el Cabré funciona allà on va. És l’excepció.

Absolutament.

Llibres comercials n’hi ha que funcionen a totes dues bandes. Però hi ha autors que aquí venen molt, i que fora de Catalunya no arriben proporcionalment. Sílvia Soler, Màrius Serra…

No hi ha una proporcionalitat entre els lectors que llegeixen en català aquí i els lectors que troben en un mercat com el castellà.

Però aquí sí que llegim Almudena Grandes, Mendoza o Vila-Matas.

Sí. Aquí no hi ha un problema amb la literatura en castellà, però a la resta d’Espanya costa molt.

Primer que els tradueixin.

I que amb naturalitat funcionin, perquè haurien de funcionar, perquè són dues cultures que estan absolutament imbricades. Forma part d’un prejudici, òbviament. És un problema que no és literari, és un problema que va més enllà dels temes literaris. Jo sempre penso, i més des de que estic aquí, que hem de fer un esforç per intentar revertir aquesta situació, tot i que per nosaltres, des de l’Institut Ramon Llull, no és fàcil, perquè quan hi ha un component que no és literari, se’t fa més difícil trobar elements. Però que ho hem de fer, perquè no pot ser que sent una cultura tan pròxima no estigui més pròxima culturalment, em sembla increïble.

Tu, com editora, has treballat sempre com una gran empresa, amb equilibris. Has publicat tot tipus de libres: vermut, cuina, Kilian Jornet i Toni Morrison.  Quan presentes el catàleg, ho fas tot amb la mateixa passió perquè tots els has triat tu.

Sí, però la mateixa passió no vol dir que ho presentis tot per igual. És a dir, que expliquis tot de la mateixa manera. Jo crec que és molt important creure tot el que fas, però les coses les fas per diferents raons, com a la vida mateixa. Per mi és diferent defensar una Toni Morrison, un Colm Tóibín que defensar un Kilian Jornet. Jo l’adoro, el Kilian… O defensar un Ramón Gener, o una Natza Farré.

A la Natza no las pogut defensar, finalment…

No l’he pogut defensar, que m’ha fet molta pena. Però m’agrada molt que li estigui anant molt bé. És un gran llibre. En qualsevol cas, ho expliques amb passió, però en cada cas és diferent. No dius: tot això és meravellós, tot això és literari, tot això té una qualitat de… no, no. Jo el que vull és que si fas un llibre de cuina, que sigui el millor llibre de cuina que podem fer. I si fem un llibre del Kilian Jornet, que fem el millor llibre sobre la superació, sobre el repte, sobre la llibertat que puguis fer. A mi una cosa que m’encantava és anar a explicar als comercials els nostres llibres. Fins i tot en narrativa no pots explicar de la mateixa manera el Marc Pastor, la Milena Busquets, en Fonalleras o a tu, o la Lolita Bosch. En cada cas els has d’explicar d’una manera. I quan et dic això, quan vas a explicar cuina, no vas a explicar el mateix. Això no vol dir que no ho facis amb carinyo ni apassionadament. Simplement has de saber què és el que estàs oferint en cada cas és diferent. També t’he de dir que el fet d’intentar abastar tantes coses, com hem fet nosaltres, que de la mateixa manera que hem publicar un llibre de no ficció polític o un Francesc Torralba, ens ha costat de vegades perquè ens entengui bé la llibreria. I això va ser un problema que vam tenir. Va ser un repte per nosaltres, dir: no hem explicat bé el nostre projecte a les llibreries. I vaig fer aquella ruta, Amsterdam Tour, que per a mi va ser importantíssim.

T’ho volia preguntar.

Era molt important, perquè hi havia molta gent que no acabava d’entendre aquesta dispersió.

En canvi sí que ho entenen amb els diferents segells d’un mateix grup.

Sí, el que passa és que nosaltres no ens havíem explicat bé. Aquí el problema no era dels llibreters, era nostre. Al final, quan expliques les coses, s’entendrà més o menys, i evidentment això ho has de demostrar llibre a llibre, però jo crec que la dispersió, que era una dispersió per als altres i no per a nosaltres que l’enteníem, nosaltres no vam ser capaços d’explicar-la. No ho havíem fet, no se’ns havia entès bé. No era culpa del receptor.

El purisme lingüístic. De vegades em pregunto per què el meu pare no ha parlat ni una paraula de català entenent-lo i podent-lo parlar, i crec que el pudor a parlar-lo malament fa que molta gent prefereixi no parlar-ne gens. Per exemple, Arrimades parla català i ens en fotem d’ella.

O amb el Montilla.

Això fa mal al català, aquesta tensió? És una barrera?

El que passa és que jo crec que aquesta barrera ja s’ha superat i en el món editorial es nota molt. Fa uns anys, potser molts, potser vint, semblava que en català només es podia publicar determinat tipus de llibre considerat literari. I és evident que s’ha de treballar per mantenir un català literari i una producció editorial literària, però, com a totes les llengües i cultures del món, hi ha llibres literaris i llibres que no ho són.

 

Això seria simptomàtic, en el cas del català, de la naturalitat de la llengua.

Absolutament. En català, fins fa molts anys, només hi havia això. Jo crec que s’ha obert molt aquest ventall. Si tu vas a una llibreria, abans només trobaves literatura en català. I ara trobes molt de tot. I això, que és la gran polèmica sobre si el Sant Jordi, què és el Sant Jordi…, però per a mi és un símptoma de normalitat. Hem de poder consumir porno en català.

Ja tenim el titular.

No, no. No diguis això. [Riu] Em matarà la Natza. Revistes del cor en català. Sense oblidar que cal un català literari. No hem de banalitzar tant les coses que tot valgui perquè és en català, perquè és igual, tant se val si s’escriu bé o malament… no, hi han diferents registres, com a totes les llengües, i hi ha d’haver un registre literari, hi ha d’haver un registre correcte. També per treballar-lo literàriament i fer-lo incorrecte si cal, però hi ha de ser. I després hi ha d’haver-hi tota la resta. Hem de viure amb naturalitat en tots els aspectes de la vida en català. Però això jo crec que està passant. i quan entres a la llibreria es veu molt que el català ja hi és molt. Segur que no suficientment. Es pot parlar de moltes coses en català.

Va sortir un article parlant dels autors joves (Forns, Adam, Espasa, Nopca) preguntant si estaven modernitzant el català.

Jo crec que això és un símptoma també de normalitat. La llengua no pot estar a una torre d’ivori. Hi ha d’haver una llengua formal, amb uns paràmetres de correcció establerts, i també autors que, a partir d’aquesta llengua correcta, la treballin literàriament i la facin evolucionar. La llengua és una cosa viva, no estàtica. Fins i tot que la utilitzin de manera incorrecta voluntàriament, si és amb voluntat estilística.

Creus que Quim Monzó ens ha fet aquesta transició cap a un català més modern?

Absolutament. Especialment quan ell va començar a escriure, ell i alguns altres també, però sobretot ell, Ferran Torrent en el seu moment, Pàmies una mica més tard, van demostrar que es podia fer literatura moderna en català.

Sembla una tonteria, però…

Sí, sembla una xorrada, però això tenia molt de valor en aquell moment. I per tant som hereus d’això. Gràcies a Déu que va existir això.

Com a editora has publicat llibres que han estat marcat políticament. És a dir: Colau, Junqueras, Puigdemont… Cal mullar-se quan edites?

No has d’estar d’acord amb tot el que edites. Això és imprescindible, perquè si no ets un sectari. Però també hi ha uns límits del que tu et ve de gust editar. Has de defensar unes determinades coses, que no vol dir continguts d’un llibre. És difícil el límit, però jo no subscric moltes de les coses dels llibres que he publicat. Però sí que, primer, no eren llibres que m’ofenien en el seu conjunt; he de dir que com editora si un llibre m’hagués ofès moltíssim, fins i tot si em semblés publicable, hagués triat de no publicar-lo, perquè després l’he de defensar, i per tant sempre hi ha aquesta part. No que et casis amb el seu contingut, que això no és així, sinó que no t’ofengui. És un límit molt ampli. Ara, el que per a mi és important és que les persones a qui he publicat tinguin coses a dir i les puguin dir d’una manera articulada i que no existeix ja a la llibreria, i per tant que aportin una visió que pugui ser interessant per als lectors. M’ha passat només una vegada, i tampoc no diré de qui, rebre una proposta de llibre, que el llibre no necessàriament estava malament, però que m’ofenia… i vaig pensar que no calia.

No diràs qui.

No. [Riu] M’ofenia.

Polític?

Era un llibre polític, sí. Però això… hem d’estar molt al límit, perquè si no hi ha moltes coses que a mi em semblen interessants, perspectives que em semblen interessants, i amb les quals jo potser no hi combrego, ni en una gran part, però que em sembla que necessiten ser explicades. És molt divertida, aquesta part de l’edició. Molt maco estar emetent, és una part d’Ara Llibres que a mi m’interessava molt, també, i que és dir: ostres, qui està dient coses? I anar-los a buscar.

Les editorials independents en castellà rescaten molta literatura oblidada, autors que no van tenir prestigi a la seva època, i diria que en català no s’està fent tant. Com també està descuidant la traducció d’autors importants. Ara Club Editor i L’Altra estan fent una gran feina fent traducció nova de Ginzburg i McCullers, però queda molt per fer encara. Per què durant tants anys d’això no ens hem ocupat?

Jo crec que això passa perquè som una industria molt feble. És a dir, passa perquè és més difícil en català que un llibre funcioni, perquè el mercat és més petit, i per tant ens hem dedicat a anar, sobretot en moments de crisi, que ha afectat moltíssim al català, a fer coses més segures, i a la novetat. Li ha afectat molt perquè ja era una industria feble, i perquè si una tirada d’un llibre abans era de 3.000 de mitjana, i ara és de 1.500, això vol dir que perquè un llibre funcioni, has de fer molts miracles. I certs experiments ja no te’ls pots permetre, i ara que sembla que hauríem de sortir d’això, hauríem de fer-los. Amb això no ens trec les culpes col·lectivament, segurament tampoc ens hi hem dedicat. Però crec que la raó va per aquí. I després passa una altra cosa que a mi m’amoïna molt, i que no tinc l’explicació, no tinc la resposta a això. I és: nosaltres, quan miràvem NIELSEN, que no és gaire bo pel català perquè no reflecteix bé aquest entramat de llibreries mitjanes…

Perquè no hi apareixen, perquè fan l’aproximació?

Sí, i el territori no funciona sempre així. I el pes de les grans cadenes de llibreries és menor que en altres mercats, i per tant les extrapolacions no sempre funcionen, però t’ajuda a veure coses. Vèiem una cosa que a mi em resulta molt sorprenent, i és que no hi ha venda de fons del llibre de no ficció. Quan un llibre de no ficció s’atura, n’hem venut molts i arriba un moment que el llibre s’atura, i tu veus que el llibre en castellà, aquell mateix títol, cada any va fent. Poquets, però va seguint. I en català, s’atura en sec. Jo no sé per què és, i amb la ficció passa una mica el mateix. Dius: ostres, aquest llibre, que en castellà tu el vas veient que ja és un llibre antic, que igual té sis, set o vuit anys, però que encara va gotejant, a tu no et goteja ni de la manera proporcional. Per què a nosaltres se’ns asseca el mercat i ja no hi ha una lògica, i en el mercat en castellà, com a mínim en les nostres interpretacions de NIELSEN, això no passava? No sé per què és, però és una cosa molt preocupant, perquè una de les coses que era meravellosa de l’Herralde, era la quantitat de re-edicions que feia. Quan jo hi era, igual re-editava vint o vint-i-dos o vint-i-quatre títols cada mes. Saps el que és això? És una burrada. Vol dir que el pes del fons és enorme. Ell tenia un fons molt ric, però aquests mateixos llibres en la seva edició en català, estic segura que no anaven venent de la mateixa manera ni proporcionalment. Per què? No ho sé, i seria molt sa pel sector, perquè el que et permet funcionar bé és tenir un bon equilibri entre novetat i fons.

L’equilibri impossible.

És l’equilibri desitjable. [Riu] Però és molt difícil. La dictadura de la novetat és terrible.

No només publiques llibres que reps, sinó que tu també en proposes.

En no ficció.

Per exemple, la Natza Farré. A qui li proposaries un llibre ara?

[Riu] No t’ho puc dir! Però hi penso molt. Últimament he pensat molts. Després te’ls dic.

Encara que no siguis editora, doncs, segueixes pensant com si ho fossis.

Vas veient coses…

Des de fora, proposes als editors d’Ara Llibres autors o llibres per publicar a l’editorial? O t’esperes a tornar-hi?

No. No m’espero. Saps què passa? No m’agradaria interferir gaire. No és fàcil substituir algú. Ells han de fer el seu espai, de vegades no és fàcil. I crec que està bé que no interfereixi, perquè no és fàcil canviar d’editor i construir-te el teu propi món, dintre d’una coherència. Per això moltes vegades em mossego la llengua i no sé a qui dir-li. [Riu]

Per què un llibre com el de la Milena Busquets, escrit en castellà, ha de ser traduït al català?

El cas de la Milena és un cas molt especial. A mi m’importa bastant la mirada. Quan defenso que hi hagi un món de lectors en català, no és perquè hi ha autors que escriguin en català i ja està. Que molt bé, és la meva llengua d’adopció, per dir-ho d’alguna manera, i em sembla ric. Però no només això, és que en una llengua hi ha una mirada. I perdre la llengua és perdre aquesta mirada. Nosaltres no traduíem novel·les en castellà pel mercat català, perquè no li vèiem el sentit podent-les llegir en l’original. Quan em van passar el manuscrit de la Milena, que me’l va passar Pontas, me’l va passar primer la Marina i després l’Anna, recordo perfectament que l’estava llegint i pensava que aquesta mirada estava escrita en castellà però hi havia aquesta mirada, i per tant em semblava estrany que no es fes en català. Em va semblar antinatural el que normalment em sembla natural, i és que no hi fos en català. Però vaig pensar amb un gran ull comercial, que seria un fracàs en català. [Riu] Em vaig enamorar de la novel·la, i va haver un punt de bogeria de dir: això no funcionarà en català, funcionarà molt bé en castellà però no en català, perquè tothom se’l llegirà en original, però no em grinyola traduir-lo al català perquè hi ha una mirada, i a més a més m’agrada molt aquesta novel·la i m’agradaria que la féssim. Vam presentar una proposta. Va ser una història maca, perquè al final crec que a l’Anna i a la Milena les va convèncer també les ganes que teníem de fer-ho, com ho plantejàvem, més enllà de la pròpia proposta estrictament de condicions econòmiques, i això va ser un vot de confiança… i vaig pensar que llavors havíem de donar el do de pit, ho havíem de fer bé. I recordo que estava jo a Donosti, al festival de cine, i em va enviar un WhatsApp la Marina i em va dir: és una bogeria, ho està comprant tothom. Perquè era quan encara no l’havia comprat ningú. I jo anava pensant: ostres, a veure si en vendrem algun en català. I llavors la cosa es va anar fent gran, i en el moment que van sortir els dos llibres, i vaig veure com la Milena, que és òbviament catalana el defensava en els mitjans en català, vaig pensar: això funcionarà. Va funcionar molt més bé, per descomptat, del que jo havia previst en el primer moment pel català. Jo pensava que en castellà en vendria moltíssim, com així ha estat, perquè no podia ser d’una altra manera.

La Feria del Libro de Madrid té una cosa que Sant Jordi no: com que són més dies, el lector que s’hi acosta no és només el lector que vol una signatura i persegueix els autors, sinó que és un lector que passeja i descobreix. A Sant Jordi signes però no vens, i a Madrid vens llibres signats.

Jo sóc fan de Sant Jordi. No puc dir una altra cosa. És veritat que el fet que Sant Jordi estigui tan concentrat en un dia té un punt prehistòric, fins i tot. Els editors ens passem un mes abans mirant les notícies del temps com si fóssim pagesos de la pera, amb tot el carinyo del món, però és que nosaltres no vivim de la terra. I és una cosa tan… té un punt que fa gràcia. [Riu] I si és diumenge, i si plourà, i si farà vent, i he sentit…

I si hi ha Barça aquell dia.

Que estigui tot concentrat en un sol dia té un punt absolutament boig. Perquè depens d’una sèrie d’elements que a més a més no tens una oportunitat per rectificar. La campanya de Nadal… tu ho pots veure. A Sant Jordi no tens temps de reacció. El pitjor que et pot passar a Sant Jordi és trencar estocs. És a dir, que un llibre que no preveies que funcionés tan bé, resulta que per raons x, ho peta, i tothom el vol. Això és terrible. Però per no trencar estocs, l’única possibilitat que tens és sobre-produir, i després tens unes devolucions que fan que llibres que podrien ser viables, deixin de ser-ho, perquè has produït per sobre de les teves possibilitats. Només cal imaginar-se que totes les llibreries de Catalunya tenen els mateixos llibres dintre de la llibreria, i després tenen una parada fora plena de llibres que quan s’acaba Sant Jordi, continuen plenes de llibres, i aquells llibres es tornen. Això, des d’un punt de vista de lògica de mercat, és molt dur. Jo crec que seria molt millor si poguéssim allargar-ho uns quants dies més, però és veritat que Sant Jordi és Sant Jordi, i per tant és difícil fer canvis a un esdeveniment tan meravellós que funciona tan bé. Els editors en parlen, els llibreters en parlen… de quina manera podem fer que el llibre sigui la culminació, però hi hagi un escalfament. Que ja hi és, eh… però d’una manera més intensa, perquè és que si no, és una bogeria fiar-ho tot a un dia. Però… no deixa de ser màgic. Si ho miro des de la meva mentalitat infantil, de nena, és maquíssim. És magnífic. Ara, si ho miro des de qualsevol altra perspectiva, què estem fent allà mirant si cauran dues gotes a Olot? Per favor, que portem un any sencer treballant aquest manuscrit, parlant amb l’autor i pensant com el farem, quina coberta li posarem, com farem la promoció, i resulta que plou a Olot, i aquell autor era d’Olot… [Riu] Què estem fent? Si aconseguíssim que la gent llegís… és a dir, el gran tema és aquest. Però deixat una mica de banda el gran tema, després hi ha altres temes. Si aconseguíssim que no tot fos tan estacional en aquests moments concrets, arribar a una certa desestacionaltizació. Ara per a mi la Setmana del Llibre en Català és un gran moment per fer una rentrée en català. Si aconseguim això seria molt sa. No tot és Sant Jordi. És la festa que és, és meravellosa, és singular, no existeix res igual enlloc de món. Per tant, això està allà. Si pogués durar un dies més, seria bo. I després busquem altres moments. La Setmana del Llibre en Català…

L’Off Sant Jordi.

Exacte. Intentem que no tot sigui Sant Jordi.

I que no tot sigui Barcelona.

I sobretot fem que la gent llegeixi tot l’any.

Ho dius amb veu de pena.

És que al final, Sant Jordi, que és una festa meravellosa, és una festa en què hi ha un gran consum de llibres. Quants d’aquests llibres es llegeixen? Com editora estic encantada que s’inventin els Sant Jordis que vulguin. El consum de llibres és bo també per la indústria, és necessari, és bo, m’agrada, però…

Com autor, és desesperant veure les cues que hi ha per personatges.

Sí, però jo crec que ens ho hem de prendre amb molt de relax, això. El problema que jo veig de fons és que pretenem que en el Sant Jordi s’arreglin totes les mancances que tenim nosaltres, i la mancança principal és que som gent que llegeix poc. Si fóssim gent que llegeix molt, i després un dia de Sant Jordi et trobes a Frank de la Jungla signant llibres, no seria un problema, perquè és una gran festa. No de la literatura, sinó del llibre, i per tant som-hi. Ara, és clar, tots posem totes les esperances allà, perquè com que la resta de l’any no llegim, quan podem ens hi agafem. Jo crec que hauríem d’anar solucionant el problema de fons, que no tinc la recepta.

Què opines dels cursos d’escriptura creativa? Perquè vau publicar un llibre de la Maria Escalas, que vau descobrir gràcies a l’Ateneu, si no m’equivoco. Són útils, els cursos?

Jo crec que els cursos d’escriptura creativa són útils però crec que som un país una mica estrany. Moltes vegades he tingut la sensació que s’escriu més que es llegeix. La quantitat de manuscrits que arribàvem a rebre… si tota aquesta gent que ens estan enviant manuscrits, hagués entès una cosa que per mi és important, que és que alhora que escrius, llegeixis… perquè la lectura també t’ajudarà en el teu procés d’escriptura, estaria molt contenta. Però moltes vegades tenia la sensació que hi ha molta gent que escriu i no és lectora. I això em resulta increïble.

A un curs que vaig impartir, el primer dia de classe vaig preguntar quins llibres llegien i molts alumnes deien que no, que no tenien temps ni de llegir el diari.

És la sensació que tenia, llavors. Si són una estafa els cursos de creació… no. Perquè si surt una Maria Escalas, estic satisfeta. Explicava l’editor de El senyor dels anells  que de tota la seva vida lectora, mai va trobar cap altre manuscrit enviat espontàniament que li semblés interessant de publicar. Però va trobar-hi El senyor dels anells, això justifica tot. Què tenen les escoles d’escriptura, per a mi, de bo? Primer, que està molt bé que si la gent vol tenir un hobby que sigui escriure. També ens serveix una mica de filtre, i crec que això per a un editor és interessant. T’arriben molts manuscrits sense filtre, i t’arriba cada cosa… Tant els agents literaris, en un altre ordre de coses i amb molta més intensitat, com les escoles d’escriptura, fan una mica aquesta feina. Ara, que de tot el que es produeix a les escoles d’escriptura, crec que hi ha poques coses realment que siguin publicables amb garanties… I n’hi ha moltes, d’escoles. La de l’Ateneu és la segona del món! Després de Nova York, la segona escola d’escriptura amb més alumnes és l’Ateneu. M’ho va dir la Muriel Villanueva, que era professora d’allà. És insòlit, això. Si són una estafa? Home, entre això i anar a jugar a marcianitos, em sembla un hobby molt més maco. Ara, si això és realment útil… serà útil en alguns casos. Ara, en el cas de la Maria, per exemple, és un cas preciós. L’escola d’escriptura li serveix com un lloc on canalitzar una cosa que no sap molt bé com fer sola. Et dóna una pauta.

Marta Orriols també.

Ja l’he llegida. M’ha agradat molt, perquè té una veu molt personal, perquè els contes no són fàcils, i ella a tots els hi treu la punta. Si som capaços que surtin unes quantes persones com la Maria o com la Marta, perfecte. Ja ho justifica. Hi ha moltíssima gent i el que surt no sempre és publicable. És escribible, però no és publicable.

De quin llibre et sents més orgullosa, com editora?

Jo del llibre que més orgullosa em sento, per motius literaris i també no literaris, segurament és Un cel de plom. És un llibre que per a mi ha estat…

El vau proposar vosaltres?

No. Ens el va proposar l’Anna Soler Pont. Un estiu que jo estava de vacances a Eivissa i li va proposar a la Marina. La Marina Penalva estava treballant a Ara Llibres en aquell moment. Li va dir: tinc això, només és un capítol, però m’has de dir alguna cosa de seguida. I és sobre la Neus Català. L’ha escrit la Carme Martí, que era una persona a qui jo no coneixia. Havia escrit un llibre de relats orals, i no la coneixia. Em va dir: t’ho has de llegir avui perquè li hem de dir alguna cosa. Jo vaig pensar: Neus Català, de sortida m’interessa, però per a mi va ser molt maco perquè el que vaig llegir em va deixar garratibada, però no només pel contingut, sinó per la força literària. La Carme és una escriptora de primera línia, i per tant trobar una història com la de Neus Català, que s’havia de reivindicar… una dona que encara era viva i que li podíem fer aquest regal, que a més a més era una restitució a tot el que li havia passat… i que a més a més això fos una magnífica novel·la. I per mi ho va ser perquè a més a més ens va fer confiança, Pontas, perquè nosaltres en aquell moment havíem publicat poques coses de ficció. Era un llibre important, i nosaltres estàvem segures que ho podíem fer bé, però no necessàriament ho sabia tothom, això. [Riu] La novel·la no l’havia acabada d’escriure, la Carme. Tenia aquells capítols, que eren molt potents, i per tant vam decidir que ho faríem, vam fer el contracte i llavors es va acabar la novel·la, i la novel·la era meravellosa. És una gran novel·la, la Carme Martí és una gran autora i és una història que s’havia d’explicar. Que un país com el nostre, amb una persona com la Neus Català, no pot ser que no tingui aquest llibre. I a més a més, que va ser un gran èxit de públic lector. És a dir, va trobar i continuar trobant lectors. És un dels pocs casos que et diria que sí que hi ha fons, sí que hi ha degoteig. Va funcionar a nivell de trobar lectors, i lectors apassionants. Això a mi em va fer molt feliç. Després hi ha molts altres llibres que per motius diferents m’han fet molt feliç. Em va fer molt feliç publicar-te a tu, per exemple [somriure còmplice].

Això no ho puc deixar.

[Riu] I molts llibres que m’han fet molt feliç per diferents raons. I llibres dels quals em sento molt orgullosa i no han funcionat. Pensava: quin podria ser un llibre que t’agradaria que hagués funcionat i que no ha funcionat? El Nicolàs Valle, que és reporter de TV3, durant molts anys enviat especial a conflicte bèl·lics, va fer un llibre, que es deia Secrets de guerra, que és un llibre preciós. Molt potent. És un llibre que parla de guerres, perquè ell les ha viscut, diguéssim, com a reporter en primera persona. Però no és el típic llibre de reporter de guerra. És un llibre molt profund, que parla de guerra, però sobretot parla de nosaltres. És un llibre que va passar no et diré sense pena ni glòria perquè no és veritat, però no va trobar els lectors que jo continuo pensant que necessita. Em sento molt orgullosa d’haver-lo publicat. Em sap greu, perquè penso que alguna cosa vaig fer malament perquè un llibre tan bo no trobés els lectors. En alguna cosa em vaig equivocar.

 

És veritat, que la majoria d’editors en realitat el que voldrien fer és escriure?

Jo no. Claríssimament. No he tingut mai aquesta pulsió. Jo ho trobo una carència meva. Sempre he trobat en algun llibre el que jo sentia. El que jo volia explicar-me. Sempre ho he trobat. D’una manera o d’una altra. Potser perquè sóc una persona simple, no ho sé. No m’ha passat mai, sentir una cosa i no trobar-m’hi en les pàgines d’un altre. I per tant no he sentit mai la necessitat d’explicar-ho. D’una manera molt profunda, mai he volgut escriure. Només m’he escrit coses a mi mateixa quan jo sabia que jo havia de sortir d’algun forat, havia de cicatritzar alguna cosa. Però mai de la meva vida amb cap voluntat estilística. Sempre amb una voluntat vomitiva, per dir-ho d’alguna manera. Terapèutica però absolutament personal. No he tingut mai aquesta necessitat. No sé si és una cosa bona o dolenta.

Boníssima.

Sempre m’he trobat en els altres.

Fa unes setmanes va sortir un llibre del Sebastià Portell i el van entrevistar al programa Estat de Gràcia, i a la tarda el van presentar a La Calders i va ser un èxit. L’endemà, la Isabel Sucunza va deixar molt clar que sense els mitjans no podem promocionar bé els llibres, i que si tothom fa la seva feina, ens en sortim. Què han de fer polítics, mitjans o qui sigui que no formi part de la cultura per potenciar això i que les coses funcionin?

El que crec és que hem de posar la cultura al centre. És una cosa molt senzilla. Molt obvi. Tinc moltes vegades la sensació que parlem de cultura quan tenim un problema i diem: ara hem de parlar de cultura. No, la cultura forma una part consubstancial importantíssima. Jo no ho veig reflectit en la classe política. No ho veig. No els veig parlar de llibres, no els veig llegir llibres. No dic que siguin els únics, dic que això reflecteix també un estat de les coses. Acabes parlant de les coses només perquè toca fer-ho. Cal que tots ens impregnem d’això. I per tant, evidentment, més presència als mitjans. És obvi. Hi ha una part, que si no hi és d’una manera natural perquè no li hem donat com a societat la importància que ha de tenir, haurem de forçar-ho, i per tant hi ha de ser. Una vegada em preguntaven si jo volia més programes de llibres, i jo deia que el que volia era més llibres al programes. És evident que també vull programes de llibres. D’una banda, programes de llibres.

I si us plau, amb l’Anna Guitart.

A tots! [Riuen] Sí, perquè hem de fer això, hem de tenir programes de llibres, i després tothom hauria de parlar de llibres. Li fan una entrevista a algú, a un polític, o algú amb projecció pública… preguntar-li: i tu què estàs llegint? Fa por aquesta pregunta perquè fa por que l’altre no tingui la resposta. Això ho hem d’incorporar de manera natural. I després programes de llibres… com? Hem de fer programes de llibres que siguin atractius. Que siguin atractius no vol dir que tinguin molta llum i colors. Jo quan veig a l’Anna i la sento parlar de llibres, jo m’enganxo. La començo a sentir parlar de llibres i em quedo clavada, m’agrada. Si deixem de posar-la a una hora que no sabem quina és, per començar, que no sabem ni a quina hora sortirà, i la posem en un lloc que nosaltres li estem donant importància… col·loquem-la en prime time a TV3. És que li estem donant importància i per tant la gent anirà a mirar-ho.

No és només el programa, sinó el missatge que estàs donant amb l’horari.

Estàs dient moltíssimes coses respecte l’horari. Si publiques un llibre  al mes de gener o al juny, estàs donant missatges. No necessàriament és pitjor abans de Sant Jordi o després, però tu envies un missatge. I per tant, el moment en què poses un programa diu molt. Els mitjans han de fer els llibres més naturals en els seus programes, i després per mi una cosa que em resulta insòlita: han d’aprofitar molt una cosa que tenim en aquest país, potser n’hi han d’altres, però que per a mi és impagable: la prescripció dels nostres professionals. Tenim un exèrcit de llibreteres, bibliotecàries, periodistes culturals que són una joia, i que se saben expressar, i que tenen les seves capelles, i que tenen seguidors. I hem d’aprendre també que tenim tot això i tenim una oportunitat única. Única, que no teníem abans, que són les noves tecnologies. Les possibilitats que ens donen determinades maneres noves de comunicar-nos. Aprofitem tot això, perquè tenim carències, però tenim allà un tresor. Que aquesta gent faci arribar aquests missatges en els mitjans convencionals, evidentment, perquè al final continuen sent de masses; i en els no convencionals, perquè també passa ara que de cop una cosa funciona i ningú sap per què. I resulta que la Sucunza ha dit no sé què, la Fe, a l’Altell han comentat no sé quants, i la Júlia a Can Roca ha dit la seva. Aprofitem això, i situem-ho al centre. Hem de començar per donar-li la importància que té. Però no li dono importància perquè m’han dit que és important. Li dono importància perquè és cabdal. Sí que aquí penso que socialment no ens ho creiem. Si ens ho creguéssim…

Això em va molt bé per acabar l’entrevista, perquè a Jot Down sempre acabem les entrevistes demanant un llibre i una pel·lícula a tothom, independentment del seu ofici.

A Trump li van demanar un llibre i es veu que va dir un títol que era lectura obligatòria a l’institut quan ell hi anava. Ara no recordo el títol. Això és imperdonable. Llibres: te’n puc dir dos?

Sí…

Et diria un, però és d’un escriptor home, i em fa il·lusió que hi hagi una escriptora dona. Per mi, La carretera, de Cormac McCarthy és un llibre que és una catedral, i és un llibre sobre l’abandó. És un llibre sobre saber abandonar, que és una cosa que a mi personalment m’interessa. No sobre que t’abandonin, sinó sobre saber-ho fer. I un altre llibre que em va colpir moltíssim és el de la Delphine de Vigan, Rien ne s’oppose à la nuit, Res no s’oposa a la nit. És un llibre sobre les ferides.

Molt alegres tots dos.

M’agrada molt llegir llibres alegres, però els pocs llibres que jo considero per a mi transformadors, els que em transformen a mi, els que em fan ser una persona diferent… n’hi ha molts que m’agraden molt i que no fan aquesta funció, però els que ho fan són terribles. I de pel·lis per recomanar… quan era jove sempre deia Rumble fish, perquè és una pel·li de Coppola que m’agrada molt, que parla sobre la família i sobre la fragilitat, com és de difícil ser fràgil quan tots som fràgils… però si miro més a prop, una pel·li que m’ha agradat molt és Boyhood. El Richard Linklater sempre m’apassiona, perquè fa veure que no passa res, i passa tot. És la transcendència de la vida, de quan sembla que no passa res. L’enorme transcendència que tenen determinades coses que no sembla que siguin transcendents. Això també ho explica sempre molt bé Ian McEwan. D’un detall acaba transformant-ho tot perquè els detalls de la vida de vegades tenen aquest poder. I això és molt guapo.

Izaskun Arretxe: «El universo de librerías de Cataluña es un ecosistema maravilloso»

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Fotografía: Jorge Quiñoa

(Versió en català)

Izaskun Arretxe llegó al mundo editorial de casualidad. En principio ella quería ser medievalista, pero la buena suerte —y una recepcionista— la hizo cambiar de opinión. Ha sido mi editora y ya son muchas las conversaciones que hemos tenido acerca del catalán, el castellano en casa, la naturalidad de los bilingües y el mundo literario. Nos reunimos en el Institut Ramon Llull, en el que trabaja desde hace algunos meses. Tenemos que elegir un lugar para la entrevista: es un palacio, impresiona, pero cuando llevas meses reuniéndote en la misma sala, te acabas acostumbrando. La confianza que nos tenemos hace que la conversación se rescate de las anteriores que hemos mantenido, pero Izaskun es una mujer con las ideas muy claras, no se traiciona en ningún momento y su discurso no se tambalea. No tropieza, no duda, es una persona inteligente que ya ha reflexionado sobre las cosas que hay que reflexionar: no se arrepiente de nada de lo que ha dicho al acabar la entrevista. Ambas somos castellanoparlantes en casa, pero hemos acabado en el mundo de la edición y la cultura catalana. El castellano, eso sí, tiene un espacio íntimo en nuestra vida más cotidiana y en el pensamiento.

¿Piensas en castellano?

Yo, las cosas profundas, profundas de verdad, las pienso en castellano.

¿Y cuando te enfadas con tus hijos, por ejemplo?

A ese nivel, no tan profundo, en catalán. Pero las de verdad, las pocas dos o tres cosas de verdad, me las cuento en castellano.

Yo tenía una profesora que, cuando se enfadaba, lo hacía en castellano. ¿Y las palabrotas?

Todo eso lo tengo en catalán. He vivido en catalán y las digo en catalán, son solo pensamientos profundos. Y cuando quiero tener pensamientos profundos pero no quiero implicarme mucho, lo pienso en inglés, me hablo en inglés, porque cuando vivía en Australia me acostumbré mucho a hablar de cosas muy profundas en inglés. Era como si hablara otra, no era yo. Y entonces hay veces que me digo que eso quiero entenderlo bien y no me atrevo a decírmelo ni a mí misma… me las digo en inglés, que es como si no me las dijera yo.

Izaskun Arretxe. El segundo apellido no lo sé…

Irigoien.

Irigoien… tienes los ocho. Hay muchas cosas que aún no sé. ¿Cómo hablabas en tu casa, y cómo has acabado siendo editora en catalán?

Yo creo que he acabado siendo editora en catalán porque mis padres eran vascos. Mis padres son vascos de expresión castellana, ellos no hablan euskera. Son de una segunda generación que no habla euskera. Sus padres y abuelos lo hablaban, pero al ir del campo a la ciudad, se perdió la lengua, y en el País Vasco lo acusaron mucho. Desruralizarse era perder la lengua. Pero ellos tenían la sensibilidad, pese a no tener la lengua. Siempre digo que mis padres fueron unos emigrantes de país normal, como si nosotros fuéramos un país normal. Cuando ellos vinieron, hicieron como si aquí el catalán fuera una normalidad, y por tanto ellos vinieron a vivir a un lugar y a sus hijos debían escolarizarlos en una escuela en la que se hablara catalán y se viviera en catalán, con toda naturalidad.

¿Por qué vinieron?

Por cuestiones de trabajo. Mi padre vino aquí a trabajar. Tranquilamente, y no era fácil entonces, porque aún… soy mayor, ¿eh? [ríe], estábamos en el franquismo.

¿Y, pese a todo, les pareció un país normal?

No se lo parecía, pero actuaron como si lo fuera. ¿Qué hicieron? Buscaron una escuela catalana, porque era lo que tenían que hacer si venían aquí a vivir. Aunque era difícil, la encontraron. Y ellos no hablaban euskera ni catalán.

Y el euskera… ¿no lo hablaban nada?

No, nada.

Es algo que me sorprende. Hay mucha gente con esa sensibilidad en el País Vasco, pero no todo el mundo conoce la lengua.

Porque la identidad nacional no está vinculada a la lengua. Y aquí, hasta hace muy poco, estaba muy vinculada a la lengua. Ahora ya no lo está tanto, por fortuna, también. Pero allí no. Allí está la cuestión de la identidad nacional y la cuestión de la lengua, y no necesariamente van unidas.

Desde fuera se les intuye radicales en algunos aspectos, y en cambio con la lengua…

Los hermanos de mi madre, por ejemplo, han aprendido euskera de mayores, sus hijos ya han ido a la ikastola, y después de ese salto lingüístico, sus hijos ya hablan con sus hijos en euskera con naturalidad. Han hecho una recuperación lingüística con una generación, o dos. Lo han recuperado, dijéramos. Un poco artificial, pero lo han recuperado.

¿Empezaste en Anagrama?

Empecé en Quaderns Crema.

Hay muchos secretos que aún no sé…

[Ríe]. Empecé en Quaderns Crema porque venía de Australia. Estuve cuatro años en Australia estudiando la poesía de Ausiàs March, algo muy marciano, porque tenían mucho dinero y estuve haciendo de research assistant allí, y enseñando catalán. Hacía de lectora cuando aún no existía el Institut Ramon Llull. Y cuando volví quería hacer la tesis, pero necesitaba dinero para vivir, y pensé: iré a una editorial. Pero nunca en mi vida había puesto los pies en una editorial. Yo no quería ser editora, no tenía vocación de editora, porque no había máster… no había nada.

No era estudiable.

No era estudiable, y yo no sabía cómo se podía ser editora. Lo único que sabía era que había hecho Filología Catalana, que me encantaban los libros y que quería ser medievalista.

¿Medievalista?

Yo estaba estudiando Ausiàs March y quería hacer una tesis sobre un tema relacionado con la Edad Media, la literatura y el amor hereos.

No lo hubiera dicho nunca.

Y, de hecho, había estudiado literatura y me había especializado en literatura medieval. Y entonces empecé la tesis con la doctora Lola Badia, las cuestiones previas a la tesis, los cursos del doctorado, etc., y necesitaba recursos para comer, y pensé: iré a una editorial. Imprimí mi currículum y tomé una cerveza con una amiga mía. Le dije: «Mañana mandaré todos estos currículums a las editoriales de Barcelona, las he encontrado en un listado». Y me dijo: «Desengáñate, Izaskun, mañana no tienes nada que hacer, coge esos currículums y llévalos uno a uno». Y pensé: «Tiene razón, no tengo nada que hacer». Cogí los currículums y los fui llevando a las editoriales, y la última a la que llegué fue Quaderns Crema. Recuerdo que iba muy despeinada, cansada, todo el mundo me miraba mal y con poco interés… y entré allí y empecé a hablar con una recepcionista. La recepcionista era muy simpática y empezamos a hablar. Yo estaba cansada, ya no quería trabajo, solo quería irme a casa. Y, entonces, aquella tarde Jaume Vallcorba me llamó: me dijo que si podía ir aquella misma tarde a hacer una entrevista. Y yo fui y él hizo la pregunta que salvó mi vida, porque, si no, quizá ahora sería recepcionista. Me preguntó: «¿Tú qué quieres hacer en una editorial?». Yo jamás en la vida había puesto los pies en una editorial, y le empecé a hablar de literatura medieval.

De lo que sabías.

De lo que sabía. Y él me dijo: «Pues el trabajo que tengo no es para ti, porque tengo una vacante en recepción, que es esa chica con la que has hablado esta mañana, pero tú no puedes ser recepcionista, no lo serás, y por tanto lo siento mucho, pero vuelve a casa». Y yo me fui a mi casa y al día siguiente me volvió a llamar, y me dijo: «¿Puedes venir otra vez?». Era un viernes. Fui y me dijo: «Es que cuando le he contado la historia a Ernest Folch —que era el editor que había entonces—, Ernest me ha dicho: “Ah, ¿sabes qué? Que yo también me voy”. Y entonces he pensado: este trabajo sí que puede hacerlo la chica que ha venido esta mañana».

Y tú sin experiencia ni vocación…

No había puesto los pies en una editorial nunca. Y entonces me dice: «Esta tarde vamos a Romanyà de Valls, que hay una imprenta allí y empezarás a ver cómo es el sector editorial». Tenía un Mercedes, un coche gigante, y nos fuimos Ernest Folch, Vallcorba y yo a Romanyà de Valls con aquel coche. Por la mañana no tenía trabajo y por la tarde estaba en una imprenta. Y él el lunes se iba quince días, o tres semanas, a Argentina, Chile y no sé qué más, y era verano. Ernest se iba a los quince días o tres semanas… el primer día llegué y le dije: «Mira, Ernest, es que yo no sé nada del mundo editorial». Y dijo: «Ahora pasaremos quince días sin Vallcorba y te lo enseñaré todo». Hice durante quince días el máster más potente que se haya podido hacer. Recuerdo que cogió un libro y dijo: «Esto es un libro, estas son las guardas, eso son los créditos».

Empezar de cero.

De cero. Él se fue, yo me quedé, y duró poquito, porque no era fácil trabajar con Vallcorba [ríe]. Duró poquito porque me ofrecieron otro trabajo. Y entonces Anagrama buscaba a alguien, le preguntaron a Ernest si conocía a alguien, no directamente a Ernest, pero una cadena de personas, hasta que Herralde me llamó un día y me dijo: «¿Puedes venir?». Y fui…

Pasaste de querer ser medievalista a trabajar en una de las editoriales más potentes que había en aquel momento.

Sí. En Anagrama llevaba producción y edición de cubiertas, el catálogo, etc. No trabajaba de editora, pero de pronto fue entrar por la puerta grande a ver cómo era la cocina de, sin duda, si no la mejor, una de las mejores editoriales del mundo. Fue espectacular, y Herralde fue muy generoso conmigo.

¿Cómo era trabajar con Herralde?

Yo entré cuando tenía veintisiete o veintiocho años, y para mí fue un máster bestial. Trabajar con Herralde ha sido uno de los grandes privilegios de mi vida, porque es una de las personas más inteligentes que conozco. Es rápido, tiene sentido del humor… hay gente que dice que no es un hombre fácil, para mí lo fue. Era un hombre exigente, es un hombre muy exigente, pero yo aprendí muchísimo y conmigo fue generoso de principio a fin. Entendí algo que creo que después me ha ayudado mucho en el mundo editorial, que es que, para que las cosas salgan bien, se debe cuidar no solo el texto, que por supuesto, sino todo lo que envuelve al texto, y se tiene que hacer con mucha pasión. Tienes que ir defendiendo cada minuto lo que haces, si no, no funciona. Y eso… él vive para eso, y es un aprendizaje que procuro no olvidar en el día a día, no es algo que él tenga impuesto y diga: mira, ahora lo hago. No, no, vive así. Y así tienen que hacerse las cosas. Quizá el mundo está yendo en otra dirección, pero el respeto por el contenido, el trabajo del contenido y la pasión por el resto es lo que hace que todo funcione.

Apasionarte también por una cubierta, la tipografía…

Y él hacía algo que me hacía mucha gracia: siempre que podía, en cualquier conversación, fuera de lo que fuera, sacaba sus libros [ríe]. Él estaba hablando de cocina con alguien en algún sarao, y acababa saliendo alguno de sus títulos. Porque siempre estaba defendiendo sus títulos… siempre lo hace, hablo en pasado pero todavía es así. No bajaba la guardia ni un minuto. Y ver cómo se cocina todo… para mí, una cosa mágica era que de un manuscrito llegaras a un libro. Todo ese proceso que yo desconocía —lo conocía un poco de Quaderns Crema, pero estuve muy poco tiempo—, con toda su complejidad y riqueza, aquello fue un flechazo. Me enamoré del oficio.

Empezaste en el oficio con Vallcorba y Herralde. Después de eso solo puedes ser editora de tu propia editorial.

Con Vallcorba estuve menos tiempo, porque enseguida salió lo de Anagrama. Con Herralde estuve seis años. A mí no me gusta mucho que me manden, en general [ríe]. Pero en el caso de Herralde, no tenía nunca esa sensación… es un hombre que manda mucho, ¿eh?, pero yo no tenía la sensación de que él me mandaba. Yo tenía la sensación de que él tenía razón.

¡Lo hacía muy bien, entonces!

Sabe mucho, sí. La sensación no era: «se hace porque yo lo digo». Se hace así porque lo que te digo tiene sentido. No quiere decir que siempre tuviera razón. Había días que salías de la oficina enfadada, pero la sensación de que estás aprendiendo y de que hay un maestro allí la tenía muy vívida. Yo no sentí nunca que tenía un amo, por decirlo de algún modo, y él es muy amo de su parcela, pero la sensación siempre fue de que había una persona que sabía infinitamente más que yo, y que además me estaba transmitiendo conocimiento. Y eso para mí es un tesoro.

Ara Llibres forma parte de una cooperativa. ¿Cómo funciona? ¿Qué quiere decir que una editorial forme parte de una cooperativa, y qué hace que Ara Llibres que no sea estrictamente una editorial?

Una de las cosas que a mí más me gusta de Ara Llibres, aparte del proyecto editorial, evidentemente, es el hecho de que sea una cooperativa. Creo que es importante y creo que a veces nosotros mismos no le hemos dado el valor que tiene. Lo hemos asumido tanto como una forma de organización propia que no lo hemos explicado suficiente. La idea es que en el siglo XX, y en el siglo XXI también, hay muchas editoriales que son de una persona que tiene una editorial, un modelo de editoriales unipersonales. Cuando ahora mismo conviven con un modelo de grandes grupos, y por tanto tienes la editorial de una persona y cada vez más grandes grupos editoriales, como puede ser Planeta o Random. Y a eso hay que sumar los nuevos players, Amazon, Google, etc. Y nosotros decíamos: queremos que sea diferente, que el universo de los libros no solo sean editoriales muy pequeñas y grandes grupos, y eso solo puede ser diferente en una tradición que Cataluña tiene muy arraigada, que es la tradición de hacer cosas colectivamente desde la sociedad civil. Que haya un grupo de gente suficientemente importante que se pueda expresar fuera de esos dos modelos, y que haga de contrapeso a los grandes grupos, pero con músculo. Y pensamos: hagámoslo nosotros. E hicimos Ara Llibres y formamos el grupo cooperativo Som. Y, por tanto, que la propiedad sea de todos. Eso quiere decir que las decisiones son de todos, y que la información es de todos y que los resultados económicos son también para todos. Y los derechos y los deberes. ¿Eso quiere decir que en Ara Llibres las cosas se deciden de forma asamblearia? No. ¿Eso quiere decir que hemos tenido que aprender a ser empresarios? Sí. Funciona así, los propietarios son los trabajadores, y la organización del día a día es muy similar a la que podría tener una empresa que no fuera cooperativa. Es decir, hay unas personas que llevan la gerencia, unas personas que llevan la dirección editorial, unos editores, jefe de prensa… cada uno tiene muy explícita y muy delimitada su tarea. Pero, entonces, hay un momento al mes, que es cuando se reúne el consejo rector, el equivalente al consejo de administración, en que las grandes decisiones estratégicas se deciden y en que la información se comparte. Y por eso, para mí, cambia completamente el tipo de empresa que haces. Nos ha costado mucho aprenderlo, porque tú tienes dos sombreros. Hay días en que tienes el sombrero de editor, y hay un día en que tienes el sombrero de empresario. Y editor y empresario quizá se parecen, pero hay una persona que es administrativa, y en el día a día opera como administrativa, pero hay un día al mes en que también es propietaria, y por tanto a veces tiene que tomar decisiones que como trabajadora no tomaría. Y el aprendizaje ha sido duro, pero a la larga es el modelo más justo.

¿Trabajas de otra manera si todo de algún modo es tuyo?

Absolutamente. Primero, que hay un proyecto que se piensa en su nivel más estratégico por parte de todos y, por tanto, no solo lo decide una persona que determina hacia dónde quiere ir, y eso lo hace más tuyo. Se piensa desde todo el mundo y se ejecuta desde todo el mundo. Y todo eso para mí lo hace mucho más fuerte, porque al final la potencia que tiene una persona para defender un proyecto colectivo en el que se siente representada es enorme. Nosotros en Ara Llibres siempre decíamos: no tenemos vocación de editorial pequeña, tiene que ser una editorial cuanto más grande mejor, porque cuanta más gente pueda participar de la propiedad, más fuerte, más diverso y más rico será el proyecto. Por tanto: ambición total por crecer. Con un modelo determinado, pero para crecer. No a cualquier precio, evidentemente, pero a mí me gustaría ver que Ara Llibres es una editorial potentísima con muchos recursos de todo tipo y de mucha gente.

¿Eso quiere decir que todo el mundo que trabaja en Ara Llibres es socio?

Eso quiere decir que después de un periodo de tiempo, que está fijado en dos años, a todo el mundo se le invita a ser propietario. Eso conlleva un aspecto que me gusta mucho, y es que para los socios que ya están, cuando entra un socio nuevo, la propiedad queda dividida aún más, tú tienes menos propiedad, y en cambio tú lo que quieres es que entren muchos socios. Sabes que cuantos más socios entren, menos propiedad tendrás tú, porque la propiedad se distribuye de manera equitativa, pero tú quieres que entren socios, y me parece que eso también lo hace un proyecto muy potente. En lo que se refiere a Som, el grupo cooperativo del que participa Ara Llibres, parte de la siguiente base: el siglo XX es el siglo de las industrias pesadas, el siglo XXI tiene que ser el siglo de los contenidos. Y por tanto además de una editorial tiene que haber más cosas, porque la industria de los contenidos es muy amplia, y se creó una productora, que es BataBat, la revista Sàpiens, el Descobrir Catalunya, la cooperativa que nos da servicios al resto de las empresas, se integró en el periódico Contrapunt, etc.

Entonces, ¿tú también tienes una parte de la productora, de las revistas…?

No. Cada socio es socio de su cooperativa, que es la cooperativa en la que trabaja. Entonces hay una supracooperativa, que es una cooperativa de segundo grado, que es una cooperativa que no factura, por decirlo de alguna manera, que lo que hace es que las líneas estratégicas de todas las cooperativas estén alineadas y hace más fuerte el proyecto entero, con más músculo. Porque no es lo mismo ir a un banco siendo solo Ara Llibres que ir a un banco y tener detrás varias empresas. No solo por eso, no solo por cuestiones prácticas, sino porque si lo que queremos es ser más grandes, si lo que queremos es que el proyecto sea cooperativo y tenga incidencia social, tenemos que atacar desde distintos frentes. Y poder trabajar los contenidos desde diferentes perspectivas, la audiovisual, la de las revistas, la de los libros, etc., nos hacía mucho más fuertes, y por tanto mucho más ricos. Y para mí, que eso vaya bien y que se haga grande es una gran esperanza para el mundo de los contenidos.

¿Estáis, entonces, haciendo también un trabajo social?

Para mí, absolutamente. También hay una repercusión social, más allá de la aportación cultural.

El éxito podría ser no solo que Ara Llibres acabe creciendo, sino que hubiera más editoriales que apostaran por esta organización.

Y más gente que se organice de una manera que me parece más justa y más productiva, y más rica… sobre todo más rica, porque la suma de gente tiene que ser positiva necesariamente. Y, por tanto, cuanta más gente se sume, más fuerte y diversa será. Estamos yendo hacia un mundo en que la diversidad tiene poco valor, la diversidad no es algo que se potencie. Yo creo en una manera de organizarse en cooperativa que no es sencilla, porque no nacemos aprendidos, se tiene que aprender mucho, tienes que aprender muchas cosas, pero al final da esa diversidad. La tiene que dar, porque los propietarios no son una persona, son un conjunto, y cuanto más grande sea, más será el reflejo de una sociedad.

Tú formas parte de la sociedad y dejas de ser la editora, pero no te desvinculas de la sociedad.

En mi excedencia, ahora, soy simplemente socia en excedencia.

¿Vas a la reunión mensual?

Al consejo de administración, consejos rectores, que es donde se marcan líneas estratégicas, pero no se trabaja el día a día. Es decir, yo tengo mi duelo, por decirlo de alguna manera, al no participar en absoluto del día a día, porque el consejo rector de la cooperativa nunca discute títulos o autores.

Que es lo que a ti te gusta.

Es lo que yo hacía y me encanta. Allí lo que trabajas son otros temas: si en la empresa hay que hacer más títulos, si tenemos que trabajar estos mercados, qué pasa con la distribución, qué parte del presupuesto se dedica a la promoción… cosas mucho más prácticas, de funcionamiento de empresa. Y qué estrategia a medio y largo plazo se debe tener. No entras nunca en el día a día, porque no es el trabajo de la cooperativa, la cooperativa no decide esas cosas. Ahora hay un director editorial, Joan Carles, y él decidirá todas esas cosas. Como me explicaron muy bien el día que entré, el consejo rector no te cuestiona nunca lo que tú haces en el día a día, tus superiores, sí, pero la cooperativa como tal, no… eso sí, el consejo rector ratifica si en conjunto no estás haciendo bien tu trabajo y si tienen que tomar medidas, que puede incluir un despido en los casos más extremos. Y eso está bien. Para mí el buen equilibrio de este sistema cooperativo que nosotros tenemos, que no es necesariamente el de todo el mundo, es que permite una operatividad también. No podemos estar decidiendo entre todos, en nuestro caso, porque no sería óptimo. Y es un entorno duro, es un mercado duro, y necesitamos que sea óptimo.

Al ganar Eduardo Mendoza el Premio Cervantes, volvimos a hablar de los escritores catalanes que escriben en castellano, un tema del que hemos charlado a menudo y del que quiero que hablemos ahora. ¿De qué sirve traducir al catalán y al castellano simultáneamente? ¿Son realmente dos mercados diferentes o se mezclan?

No tengo la certeza absoluta. ¿Por qué tenemos que salir juntos? Tenemos que salir juntos sobre todo porque el catalán no puede salir después. ¿Por qué? Porque en estos momentos, todo el mundo, diría que el 100% de la población, puede leer en castellano y, por tanto, si primero sale la oferta en castellano, y la gente tiene ganas de acceder a aquel libro, de leerlo, lo hará en castellano y el mercado catalán es demasiado pequeño para permitírselo.

No esperará.

No. No esperará porque pienso que ahora no compramos libros tanto por cuestiones lingüístico-patrióticas.

Hacer país.

Ahora creo que hay otra naturalidad. Todo el mundo lee en castellano, y si primero sale la traducción en castellano, cuando sale la catalana ha perdido una gran cantidad de lectores, enorme, y por tanto nos resulta útil ir juntos. También nos resulta útil ir juntos porque nos potenciamos los unos a los otros y llegamos más lejos. Pese a que hay una parte del mercado que es confluente, hay una parte del mercado que no lo es, y por tanto tenemos que trabajarlo de formas distintas. Es muy diferente trabajar un libro en Cataluña que fuera. El universo de librerías de Cataluña es un ecosistema, para mí, maravilloso, que no es replicable en el resto de España. La librería mediana y pequeña tiene un peso en la venta de libros, en la facturación y sobre todo en la prescripción, muy grande, más grande que en el resto de la península, que trabajan mucho más con las grandes cadenas de librerías. Y eso condiciona también la manera de trabajar los libros, especialmente cuando son en catalán. Aquí tiene que hacerse mucha más microcirugía y no entender eso es trabajar los libros de una manera no óptima.

Cuando las pequeñas y medianas editoriales españolas vienen a presentar a Cataluña, se van a las grandes librerías, y es un error. No va nadie, si no es un autor mediático o con conocidos en la ciudad.

Hay un ecosistema que se tiene que entender, y que tiene que trabajarse en pequeño y distribuido por todo el territorio, no solo en Barcelona. Y, después, no solo son las librerías, los medios también. Los medios nacionales catalanes son diferentes, por tanto, tienes que pensar específicamente cómo los trabajas.

Y en los periódicos con ediciones en castellano y catalán, pese a tener oficina en Barcelona, a menudo tienen redactores distintos.

Absolutamente. Y después la prensa comarcal, teles comarcales, los medios locales, etc. Es mucho más de microcirugía. El espacio es más pequeño, y eso permite también que haya, si el autor es de aquí, mucho movimiento presencial. Yo lo vivo como una oportunidad, un goteo que puede alargar en el tiempo la vigencia de un libro, en esta época de dictadura de la novedad, que incluye bibliotecas… el trabajo que están haciendo las bibliotecas aquí es increíble. Bibliotecas, librerías, presentaciones, clubs de lectura. Y eso es diferente al resto del Estado. Seguramente no es diferente para los grandes blockbusters, o los grandes éxitos, pero sí para una cosa que a mí me preocupa mucho, que tengo que decirla en inglés porque no sé cómo se dice en catalán, que es la midlist. Para los libros que no son éxitos fulminantes, que no salen nunca en la lista de los más vendidos, pero funcionan, tienen una masa crítica de lectores. Que este tipo de libros exista es absolutamente fundamental para la riqueza cultural de un país, porque garantiza la diversidad y porque de esos libros también saldrán los grandes autores del futuro. Si dejamos yerma esa franja, no podremos crecer, no habrá grandes autores. Y no habrá libros buenos de público no tan mayoritario. Yo creo que para que funcione esa midlist entender bien nuestro mercado es fundamental. Los grandes blockbusters funcionarán igual, los tendrá todo el mundo, estarán en todas las librerías, tanto si son en castellano como si son en catalán, pero para los libros que no son de esa primera línea de venta hace falta un trabajo mucho más pequeño, un trabajo diferente.

En cuanto a las ediciones en castellano y catalán a la vez, habría que hablar también del tema del precio, tenemos que poner un precio igual al del castellano porque, si no, hay una desventaja competitiva; este precio igual al castellano para nosotros es más difícil, porque las tiradas son más cortas. Pagas los mismos fijos, pagas lo mismo por la traducción, pagas lo mismo por la corrección, pagas lo mismo por la cubierta, pero tu tirada y tu venta es necesariamente inferior. Y, en cambio, el PVP no lo decides tú. Lo decide el mercado español.

Laura Huerga habló de ello: el castellano se te come.

Se te come y además no tienes el poder de decisión. ¿Qué empresa no puede decidir el precio de su producto?

¿Por qué tienes que pagar lo mismo que la editorial en castellano?

Porque a un traductor no puedes decirle que, como es en catalán, le pagarás menos, porque el trabajo es el mismo.

Y menosprecias el catalán, claro.

El trabajo es el mismo. O a un corrector. Y en cambio la tirada es más corta. Y, después, para mí hay otra dictadura… es fuerte, la palabra, pero es algo que me preocupa casi más que lo del precio, que es la dictadura de los calendarios editoriales. La editorial en castellano acaba decidiendo en qué momento publicas aquel libro, porque si tú tienes que publicarlo cuando lo publican en castellano… Con algunas editoriales hay más flexibilidad y pactáis cuándo, pero con muchas otras la realidad no es esa. Te dice tal editorial: lo haremos en este momento, y tú tienes que adaptarte, o, si no, hazlo cuando quieras, pero sabes que no puedes salir después. Eso, que parece algo sin importancia, tiene una importancia crucial, por dos motivos, porque nuestros calendarios del libro del año son diferentes, y porque, como se publican en una misma editorial libros que en castellano salen en editoriales diferentes, se producen contrasentidos como lo que me pasó hace poco: tener cinco traducciones potentísimas, todas el mismo mes.

¿Y después de Sant Jordi?

Era antes de Sant Jordi, pero eso tampoco era bueno. Porque además a mí no me interesaban para Sant Jordi, porque para Sant Jordi nosotros estábamos trabajando otro tipo de libro distinto. En cualquier caso, lo que para mí es un problema es que no lo estábamos decidiendo nosotros. Lo decidía otra empresa.

Tu logística de prensa no puede soportar cinco libros potentes…

Y si decidimos nosotros que los queremos sacar todos juntos porque nos hemos vuelto locos, adelante, pero es que no lo hemos decidido nosotros, lo ha decidido otro mercado. Otro mercado me está diciendo a mí cómo tengo que vender mis libros. Y, además, de una manera ilógica. Eso sí que me parece ponernos en una segunda posición. No poder decidir sobre nuestro propio producto… no pasa en ninguna empresa. ¿Os imagináis que Coca-Cola dependiera de Pepsi para sacar un nuevo producto?

Y, por ejemplo, ¿con Libros del Asteroide es más fácil porque compartís el tipo de editorial y la complicidad lo facilita?

Hay editoriales y hay editoriales. Como siempre, el mundo se hará muy grande, muy tecnificado, muy no sé qué, pero al final las personas trabajan con personas, y esa sigue siendo la ley que mueve el mundo. Incluso en un grupo muy grande. Tú puedes encontrar un editor que tenga cintura, que te entienda… para mí no es tanto de grandes o pequeños, sino de personas y personas. Menospreciamos mucho el poder del individuo. Muchísimo. Si me preguntas si pasa con todas las editoriales, o si pasa con todas las grandes… tiende a pasar más con editoriales grandes, porque tienen la fuerza de imponer más cosas, pero no siempre.

En los grandes grupos ni siquiera los sellos pueden decidir demasiado…

Por eso con los grandes cuesta más que tengan cintura, pero al final muchas veces depende de la persona que tienes delante. Tú me dices: ¿con Asteroide a mí me ha resultado fácil hacer cosas conjuntamente? Facilísimo. Repetiría en cualquier momento. ¿Es porque son más pequeños que algunas editoriales y por tanto entienden más nuestras problemáticas? Seguro. Pero también porque Solano y yo nos entendimos bien en aquel momento, y porque él es una persona que entiende las cosas. También me ha pasado con editoriales grandes. Con el libro de Ramón Gener con Random… nos entendimos perfectamente, y son Random. Y, en cambio, las personas que estaban allí eran personas que no te menospreciaban, que te escuchaban, que podían entender tus problemáticas. Y, por tanto, intentaban planificar conjuntamente. Y después, con pequeñas y con grandes, y aquí sí que no diré nombres, ha habido veces que ha sido «ordeno y mando». Soy el castellano y salgo, y te aguantas.

Ir acompañado de una buena editorial en castellano también guía al lector que pueda conocer mejor un mercado que otro. Si ven que sales con Asteroide y leen en catalán, te presenta bien y te compran.

Nosotros como editores, cuando recibíamos un original, hacíamos dos preguntas muy prosaicas al agente internacional: una pregunta que me parece espantosa, «si el libro es muy largo», porque las traducciones en catalán, con la poca venta que tienen, es muy difícil que no supongan pérdidas, muy difícil, y por lo tanto hacíamos esa pregunta terrible… que casi la primera cosa que preguntas de un libro es cuántas páginas tiene, pensando que por favor tenga menos de 300, es patético… al margen de si es una obra maestra o no, me parece muy triste y muy sintomático, pero esa es otra conversación; y la otra cosa que preguntábamos era «quién lo hace en castellano». Porque los compañeros de viaje son importantes. Y no solo por si podrás entenderte o no, sino por cómo plantearán el libro, cómo lo cuidarán, por cómo sus agentes prescribirán el libro.

Y qué cómplices tienen.

Absolutamente. Es muy importante. Porque cuando digo que las personas son muy importantes, los sellos también son importantes. El sello que hay detrás de la persona también te da mucha información.

Uno de los problemas que pueden encontrarse las pequeñas y medianas editoriales es que los grandes grupos hayan incorporado también sellos en catalán, bloqueando los derechos en catalán (e incluso sin llegar a publicar después el libro). Por ejemplo: Random podría quedarse a Toni Morrison en castellano para Lumen y en catalán para Rosa dels Vents, y comprar los derechos por una cantidad que no puedas permitirte como Ara Llibres. ¿Eso pasa?

A mí no me ha pasado.

Laura Huerga lo comentó un día y todo el mundo parecía aceptar que ocurre a menudo.

Lo he oído muchas veces. A mí no me ha pasado… diría que nunca, querer una cosa, que la haya comprado alguien en castellano y catalán, y que no haya acabado saliendo en catalán. No quiero decir que no pase, estoy segura de que pasa, pero en mi experiencia personal no. Lo que sí me parece muy preocupante es: «Por el mismo precio, ponme dos». Cuando las editoriales están comprando a la vez catalán y castellano sin darle un valor al catalán. Porque, ¿qué pasa al final? Imagínate que una cosa la pagas, me invento el precio, cuatro mil por el castellano y mil por el catalán, en una correlación normal de fuerzas. Y dices: mira, te hago una oferta que son cuatro mil más mil, imaginémonos. Y el agente dice: muy bien, perfecto, adelante. Lo que ocurrirá con la oferta paquete es que no serán cuatro mil más mil, serán cuatro mil por los dos, no habrá valor del catalán. Y si tú no pagas por una cosa deja de tener valor para ti. Pero no solo me preocupa eso, sino que después, cuando tú compres los dos de ese modo, el catalán resulte subsidiario. Lo he comprado porque, como podía comprar los dos, alguno venderé en catalán y me aseguro de que nadie lo esté vendiendo en catalán y me esté robando algunas ventas. La parte de pasión, de conocimiento, de trabajártelo, de creértelo, de ir a buscar un mercado concreto… no lo harás. Porque no estás comprando porque realmente quieras aquello y te vayas a ocupar de ello. Estás comprando un paquete porque crees que de ahí obtendrás un rendimiento, pero no hay un trabajo específico sobre esa edición en catalán. Cuando decía que cuando lo hacen dos editoriales para mí es rico, lo es porque al final dos personas suman más que una persona. Si hay una editorial que trabaja su mercado en castellano de una manera determinada, y hay una editorial que lo hace en catalán… pero, incluso si se hubieran trabajado de maneras iguales, cuando lo trabajan dos suma. Pero cuando lo hacen todo en la misma campaña, primero, no tendría que hacerse en la misma campaña y, segundo, ¿quién acaba sufriendo? Dos nunca es igualdad. Desengañémonos. Acaba sufriendo y acaba siendo relegada la edición en catalán. Evidentemente.

Ahora tienes otras luchas distintas. En el Institut Ramon Llull… ¿qué haces?

Hago una cosa muy bonita, que es que la literatura en catalán pueda cruzar fronteras, y por tanto pueda ser disfrutada más allá de la gente que es capaz de leerla en catalán. Y eso, si no es un regalo, que baje Dios y lo vea. Es precioso. Eso es a grandes rasgos lo que hago.

Cuando dices que la literatura en catalán cruce fronteras… ya lo hemos hablado muchas veces, pero la gran frontera que tiene que cruzar la literatura catalana es España.

Sí. A mí eso me preocupa mucho, porque de forma natural la primera frontera que tendría que cruzar la literatura catalana tendría que ser la del castellano, por proximidad histórica y cultural, por pasado común, y en cambio muchas veces es un hándicap. Yo creo que en los últimos años se ha hecho aún más grande, pero viene de lejos. Cuando yo estaba en Anagrama, Herralde hizo un gran esfuerzo siempre por traducir a Montcada, Monzó, Sagarra, Pàmies… él iba traduciendo, y evidentemente algunos libros funcionaban, pero no en la medida que tendrían que hacerlo si no estuvieran escritos originalmente en catalán, creo. Al mercado español, no tanto el latinoamericano, le cuesta mucho.

¿Y al latinoamericano crees que no le cuesta?

No, quiero decir que al que sería más natural, que es el español, le cuesta muchísimo porque tiene más prejuicios. Yo creo que al mercado latinoamericano, si no hemos llegado más en profundidad es porque cuesta trabajarlo, ya que la puerta de entrada natural sería la traducción en castellano de la Península, porque creo que allí no hay los mismos prejuicios. En cambio, nuestro mercado natural es que en Segovia alguien lea a Llucia Ramis o a Jordi Nopca, o tanta otra gente que está siendo traducida a otras lenguas de forma natural… y cuesta. No quiere decir que todo cueste mucho. Hay libros que funcionan, Cabré funciona. Y no tenemos que olvidar que la primera lengua de traducción del catalán es el castellano, pero creo que tendría que traducirse más.

Pero Cabré funciona donde va. Es la excepción.

Absolutamente.

Hay libros comerciales que funcionan en ambas partes. Pero hay autores que aquí venden mucho, y que fuera de Cataluña no llegan proporcionalmente. Sílvia Soler, Màrius Serra…

No hay una proporcionalidad entre los lectores que leen en catalán aquí y los lectores que encuentran en un mercado como el castellano.

Pero aquí sí leemos a Almudena Grandes, Mendoza o Vila-Matas.

Sí. Aquí no hay un problema con la literatura en castellano, pero en el resto de España cuesta mucho.

Primero que los traduzcan.

Y que funcionen con naturalidad, porque tendrían que funcionar, porque son dos culturas que están absolutamente imbricadas. Forma parte de un prejuicio, obviamente. Es un problema no literario, es un problema que va más allá de los temas literarios. Yo siempre pienso, y más desde que estoy aquí, que tenemos que hacer un esfuerzo para intentar revertir esta situación, pese a que para nosotros, desde el Institut Ramon Llull, no es fácil, porque cuando hay un componente que no es literario es más difícil encontrar elementos. Pero tenemos que hacerlo, porque no puede ser que siendo una cultura tan próxima no esté más próxima culturalmente, me parece increíble.

Como editora has trabajado siempre como una gran empresa, con equilibrios. Has publicado todo tipo de libros: vermut, cocina, Kilian Jornet y Toni Morrison. Cuando presentas el catálogo, lo haces todo con la misma pasión porque todos los has elegido tú.

Sí, pero la misma pasión no quiere decir que lo presentes todo por igual. Es decir, que expliques todo de la misma manera. Yo creo que es muy importante creer todo lo que haces, pero las cosas las haces por distintas razones, como en la vida misma. Para mí es diferente defender a una Toni Morrison, a un Colm Tóibín, que defender a un Kilian Jornet. ¡Adoro a Kilian! O defender un Ramón Gener, o una Natza Farré.

A Natza no has podido defenderla, finalmente…

No he podido defenderla, que me da mucha pena. Pero me gusta mucho que le esté yendo tan bien. Es un gran libro. En cualquier caso, lo explicas con pasión, pero en cada caso es diferente. No dices: todo esto es maravilloso, todo esto es literario, todo esto tiene una calidad de… no, no. Yo lo que quiero es que si haces un libro de cocina, que sea el mejor libro de cocina que podemos hacer. Y si hacemos un libro de Kilian Jornet, que hagamos el mejor libro sobre superación, sobre reto, sobre la libertad que puedas hacer. A mí una cosa que me encantaba era ir a contar a los comerciales nuestros libros. Incluso en narrativa no puedes contar del mismo modo a Marc Pastor, Milena Busquets, Fonalleras o a ti, o a Lolita Bosch. En cada caso lo tienes que explicar de una manera. Y cuando vas a explicar cocina, no vas a hacerlo igual. Eso no quiere decir que no lo hagas con cariño ni apasionadamente. Simplemente tienes que saber que lo que estás ofreciendo en cada caso es distinto. También tengo que decir que el hecho de intentar abarcar tanto como hemos hecho nosotros, que de la misma manera hemos publicado un libro de no ficción o un Francesc Torralba, nos ha costado a veces que no nos entienda bien la librería. Y eso fue un problema que tuvimos. Fue un reto para nosotros, decir: no hemos explicado bien nuestro proyecto a las librerías. Y entonces hice aquella ruta, Amsterdam Tour, que para mí fue importantísima.

Quería preguntártelo.

Era muy importante, porque había mucha gente que no acababa de entender la dispersión.

En cambio, sí que lo entienden con los distintos sellos de un mismo grupo.

Sí, lo que pasa es que nosotros no nos habíamos explicado bien. Aquí el problema no era de los libreros, era nuestro. Al final, cuando explicas las cosas, se entenderá más o menos, y evidentemente lo tienes que demostrar libro a libro, pero yo creo que la dispersión, que era una dispersión para los demás y no para nosotros, que la entendíamos, nosotros no fuimos capaces de explicarla. No lo habíamos hecho, no se nos había entendido bien. No era culpa del receptor.

El purismo lingüístico. A veces me pregunto por qué mi padre no ha hablado ni una palabra de catalán entendiéndolo y pudiéndolo hablar, y creo que el pudor de hablarlo mal hace que mucha gente prefiera no hablarlo en absoluto. Por ejemplo, Arrimadas habla en catalán y nos burlamos de ella.

O con Montilla.

¿Esa tensión perjudica al catalán? ¿Es una barrera?

Lo que pasa es que yo creo que esa barrera ya se ha superado y en el mundo editorial se nota mucho. Hace unos años, quizá muchos, quizá veinte, parecía que en catalán solo se podía publicar determinado tipo de libro considerado literario. Y es evidente que tiene que trabajarse para mantener un catalán literario y una producción editorial literaria, pero, como en todas las lenguas y culturas del mundo, hay libros literarios y libros que no lo son.

Eso sería sintomático, en el caso del catalán, de la naturalidad de la lengua.

Absolutamente. En catalán, hasta hace mucho tiempo, solo había eso. Yo creo que se ha abierto mucho el abanico. Si tú vas a una librería, antes solo encontrabas literatura en catalán. Y ahora encuentras de todo. Y eso, que es la gran polémica sobre si Sant Jordi, qué es Sant Jordi… pero para mí es un síntoma de normalidad. Tenemos que consumir porno en catalán.

Ya tenemos el titular.

No, no. No me digas. [Ríe]. Natza me matará. Revistas del corazón en catalán. Sin olvidar que hace falta un catalán literario. No tenemos que banalizar tanto las cosas hasta que todo valga porque es en catalán, porque da igual, qué importa si se escribe bien o mal… No, hay diferentes registros, como en todas las lenguas, y tiene que haber un registro literario, tiene que haber un registro correcto. También para trabajarlo literariamente y hacerlo incorrecto si hace falta, pero tiene que estar. Y después tiene que haber el resto. Tenemos que vivir con naturalidad en todos los aspectos de la vida en catalán. Pero eso yo creo que está pasando. Y cuando entras a la librería se nota mucho que el catalán ya tiene su espacio. Seguro que no suficientemente. Se puede hablar de muchas cosas en catalán.

Salió un artículo hablando de los autores jóvenes (Forns, Adam, Espasa, Nopca) que preguntaba si estaban modernizando el catalán.

Yo creo que eso es también un síntoma de normalidad. La lengua no puede estar en una torre de cristal. Tiene que haber una lengua formal, con unos parámetros de corrección establecidos, y también autores que, a partir de esa lengua correcta, la trabajen literariamente y la hagan evlucionar. La lengua es una cosa viva, no estática. Incluso que la usen de manera incorrecta voluntariamente, si es con voluntad estilística.

¿Crees que Quim Monzó nos ha hecho esa transición hacia un catalán más moderno?

Absolutamente. Especialmente cuando él empezó a escribir, él y otros también, pero sobre todo él, Ferran Torrent en su momento, Pàmies un poco más tarde, demostraron que se podía hacer literatura moderna en catalán.

Parece una tontería, pero…

Sí, parece una chorrada, pero eso tenía mucho valor en aquel momento. Y, por tanto, somos herederos de aquello. Gracias a Dios que existió.

Como editora has publicado libros que han estado marcados políticamente. Colau, Junqueras, Puigdemont… ¿Hay que mojarse cuando editas?

No tienes que estar de acuerdo con todo lo que editas. Eso es imprescindible porque, si no, eres un sectario. Pero también hay unos límites de lo que a ti te apetece editar. Tienes que defender unas determinadas cosas, que no quiere decir contenidos de un libro. Es difícil encontrar el límite, pero yo no suscribo muchas de las cosas de los libros que he publicado. Pero, primero, no eran libros que me ofendían en su conjunto; tengo que decir que como editora si un libro me hubiera ofendido muchísimo, incluso si me pareciera publicable, habría decidido no publicarlo, porque después tengo que defenderlo, y por tanto siempre hay esa parte. No que te cases con su contenido, no es eso, sino que no te ofenda. Es un límite muy amplio. Ahora, lo que para mí es importante es que las personas a las que he publicado tengan cosas que decir y las puedan decir de una manera articulada y que no exista ya en la librería, y por tanto que aporten una visión que pueda ser interesante para los lectores. Me ha pasado solo una vez, y tampoco diré de quién, recibir una propuesta de libro, que el libro no necesariamente estaba mal, pero que me ofendía… y pensé que no hacía falta.

No dirás quién.

No. [Ríe]. Me ofendía.

¿Político?

Era un libro político, sí. Para eso… tenemos que estar muy al límite, porque, si no, hay muchas perspectivas que me parecen interesantes, y con las que yo quizá no comulgo, ni en una gran parte, pero que me parece que necesitan ser contadas. Es muy divertida esa parte de la edición. Muy bonito estar emitiendo, es una parte de Ara Llibres que a mí me interesaba mucho, también, y que es decir: «Ostras, ¿quién está diciendo cosas?». E irlos a buscar.

Las editoriales independientes en castellano rescatan mucha literatura olvidada, autores que no tuvieron prestigio en su época, y diría que en catalán no se está haciendo tanto. Como también se está descuidando la traducción de autores importantes. Ahora Club Editor y L’Altra están haciendo una gran labor de traducción nueva de Ginzburg y McCullers, pero todavía queda mucho por hacer. ¿Por qué durante tantos años no nos hemos ocupado de eso?

Yo creo que eso ocurre porque somos una industria muy débil. Es decir, pasa porque es más difícil que un libro funcione en catalán, porque el mercado es más pequeño, y por tanto nos hemos dedicado a ir, sobre todo en momentos de crisis, que ha afectado muchísimo al catalán, a hacer cosas más seguras y a la novedad. Le ha afectado mucho porque ya era una industria débil, y porque si una tirada de un libro antes era de tres mil de media, y ahora es de mil quinientos, eso quiere decir que, para que un libro funcione, tienes que hacer muchos milagros. Y ciertos experimentos ya no puedes permitírtelos, y ahora que parece que habríamos salido de eso, seguramente tampoco nos hemos dedicado a hacerlo. Pero creo que la razón va por ahí. Y después pasa otra cosa que a mí me preocupa mucho, cuya explicación no tengo, y es: nosotros, cuando mirábamos Nielsen, que no es demasiado bueno para el catalán porque no refleja bien ese entramado de librerías medianas…

¿Porque no aparecen, porque hacen la aproximación?

Sí, y el territorio no funciona siempre así. Y el peso de las grandes cadenas de librerías es menor que en otros mercados, y por tanto las extrapolaciones no siempre funcionan, pero te ayuda a ver cosas. Veíamos una cosa que a mí me resulta muy sorprendente, y es que no hay venta de fondo del libro de no ficción. Cuando un libro de no ficción se detiene, hemos vendido muchos y llega un momento en que el libro se detiene, tú ves que el libro en castellano, aquel mismo título, cada año aún coletea. Poquito, pero sigue. Y en catalán se detiene en seco. Yo no sé por qué, y con la ficción pasa un poco lo mismo. Dices: ostras, este libro, que en castellano vas viendo que ya es un libro antiguo, que igual tiene seis, siete u ocho años, pero que aún va goteando, a ti no te gotea ni de la manera proporcional. ¿Por qué a nosotros se nos seca el mercado y ya no hay una lógica, y en el mercado castellano, al menos en nuestras interpretaciones de Nielsen, eso no pasaba? No sé por qué es, pero es algo muy preocupante, porque una de las cosas que era maravillosa de Herralde era la cantidad de reediciones que hacía. Cuando yo estaba, igual reeditaba veinte o veintidós o veinticuatro títulos cada mes. ¿Sabes lo que es eso? Es una burrada. Quiere decir que el peso del fondo es enorme. Él tenía un fondo muy rico, pero esos mismos libros en su versión en catalán estoy segura de que no iban vendiendo de la misma manera ni proporcionalmente. ¿Por qué? No lo sé, y sería muy sano para el sector, porque lo que te permite funcionar bien es tener un buen equilibrio entre novedad y fondo.

El equilibrio imposible.

El equilibrio deseable. [Ríe]. Pero es muy difícil. La dictadura de la novedad es terrible.

No solo publicas libros que recibes, sino que tú también los propones.

En no ficción.

Por ejemplo, Natza Farré. ¿A quién le propondrías un libro ahora?

[Ríe]. ¡No puedo decírtelo! Pero le doy muchas vueltas. Últimamente he pensado muchos. Después te los digo.

Aunque no seas editora, entonces, sigues pensando como si lo fueras.

Vas viendo cosas…

Desde fuera, ¿propones a los editores de Ara Llibres autores o libros para publicar en la editorial? ¿O esperas a tu vuelta?

No. Me espero. ¿Sabes qué pasa? No me gustaría interferir demasiado. No es fácil sustituir a alguien. Ellos tienen que crear su espacio, a veces no es fácil. Y creo que está bien que no interfiera, porque no es fácil cambiar de editor y construirte tu propio mundo, dentro de una coherencia. Por eso muchas veces me muerdo la lengua y no sé a quién decírselo. [Ríe].

¿Por qué un libro como el de Milena Busquets, escrito en castellano, tiene que ser traducido al catalán?

El caso de Milena es un caso muy especial. A mí me importa bastante la mirada. Cuando defiendo que haya un mundo de lectores en catalán, no es porque hay autores que escriban en catalán y ya está. Que muy bien, es mi lengua de adopción, por decirlo de alguna manera, y me parece rico. Pero no solo es eso, es que en una lengua hay una mirada. Y perder la lengua es perder esa mirada. Nosotros no traducíamos novelas en castellano para el mercado catalán, porque no creíamos que tuviera sentido pudiendo ser leídas en el original. Cuando me pasaron el manuscrito de Milena, que me lo pasó Pontas, me lo pasó primero Marina y después Anna, recuerdo perfectamente que lo estaba leyendo y pensaba que esa mirada estaba escrita en castellano, pero esa mirada existía, y por tanto me parecía raro que no se hiciera en catalán. Me pareció antinatural lo que normalmente me parece natural, y es que no estuviera en catalán. Pero pensé, con un gran ojo comercial, que en catalán sería un fracaso. [Ríe]. Me enamoré de la novela, y hubo un punto de locura al decir: esto no funcionará en catalán, funcionará muy bien en castellano pero no en catalán, porque todo el mundo se leerá el original, pero no me chirría traducirlo al catalán porque hay una mirada, y además me gusta mucho la novela y me gustaría que la hiciéramos. Presentamos una propuesta. Fue una historia bonita, porque al final creo que a Anna y a Milena les convencieron también las ganas que teníamos de hacerlo, cómo lo planteábamos, más allá de la propia propuesta estrictamente de condiciones económicas, y eso fue un voto de confianza… y pensé que entonces teníamos que dar el callo, teníamos que hacerlo bien. Y recuerdo que estaba yo en Donosti, en el festival de cine, y me mandó un WhatsApp Marina y me dijo: «Es una locura, lo está comprando todo el mundo». Porque era cuando aún no lo había comprado nadie. Y yo pensando: «Ostras, a ver si venderemos alguno que otro en catalán». Y entonces la cosa se fue haciendo grande, y en el momento en que salieron los dos libros y vi cómo Milena, que es obviamente catalana, lo defendía en los medios en catalán, pensé: «Esto funcionará». Funcionó mucho mejor, desde luego, de lo que yo había previsto en el primer momento para el catalán. Yo creía que en castellano vendería muchísimo, como así ha sido, porque no podía ser de otra manera.

La Feria del Libro de Madrid tiene algo que Sant Jordi no tiene: como son más días, el lector que se acerca no es solo el lector que quiere una firma y persigue a los autores, sino que es un lector que pasea y descubre. En Sant Jordi firmas pero no vendes, y en Madrid vendes libros firmados.

Yo soy fan de Sant Jordi. No puedo decir otra cosa. Es verdad que el hecho de que Sant Jordi esté tan concentrado en un día tiene un punto prehistórico, incluso. Los editores nos pasamos un mes antes mirando las noticias del tiempo como si fuéramos campesinos de la pera, con todo el cariño del mundo, pero es que nosotros no vivimos de la tierra. Y es una cosa tan… tiene un punto gracioso. [Ríe] Y si es domingo, y si lloverá, y si habrá viento, y han dicho que…

Y si el Barça juega esa día.

Que esté todo concentrado en un solo día tiene un punto absolutamente loco. Porque dependes de una serie de elementos que además no puedes rectificar. La campaña de Navidad… tú puedes ver. En Sant Jordi no tienes tiempo de reacción. Lo peor que te puede pasar en Sant Jordi es romper stock. Es decir, que un libro que no preveías que funcionara tan bien, resulta que por razones x lo peta y todo el mundo lo quiere. Eso es terrible. Pero para no romper stocks la única posibilidad que tienes es sobreproducir, y después tienes unas devoluciones que hacen que libros que podrían ser viables dejen de serlo, porque has producido por encima de tus posibilidades. Solo hay que imaginarse que todas las librerías de Cataluña tienen los mismos libros dentro de la librería, y después tienen una parada fuera llena de libros que cuando se acabe Sant Jordi sigue llena de libros, y esos libros se devuelven. Eso, desde un punto de vista de lógica de mercado, es muy duro. Yo creo que sería mucho mejor si pudiéramos alargarlo unos cuantos días más, pero es verdad que Sant Jordi es Sant Jordi, y por tanto es difícil hacer cambios a un evento tan maravilloso que funciona tan bien. Los editores lo hablan, los libreros lo hablan… de qué forma podemos hacer que el libro sea la culminación, pero que haya un calentamiento. Que ya lo hay, ¿eh?… pero de una manera más intensa, porque es que, si no, es una locura fiarlo todo a un solo día. Pero… no deja de ser mágico. Si lo miro desde mi mentalidad infantil, de niña, es muy bonito. Ahora, si lo miro desde cualquier otra perspectiva, ¿qué estamos haciendo mirando si caerán dos gotas en Olot? Por favor, que llevamos un año entero trabajando este manuscrito, hablando con el autor y pensando cómo lo haremos, qué cubierta le pondremos, cómo haremos la promoción, y resulta que llueve en Olot, y que aquel autor era de Olot… [Ríe]. ¿Qué estamos haciendo? Si consiguiéramos que la gente leyera… es decir, el gran tema es ese. Pero, dejando a un lado el gran tema, después hay otros temas. Si consiguiéramos que no todo fuera tan estacional en estos momentos concretos, llegar a una cierta desestacionalización. Ahora para mí la Setmana del Llibre en Català es un gran momento para hacer una rentrée en catalán. Si conseguimos eso sería muy sano. No todo es Sant Jordi. Es la fiesta que es, es maravillosa, es singular, no existe nada igual en ningún lugar del mundo. Por tanto, eso está ahí. Si pudiera durar unos días más, sería bueno. Y después busquemos otros momentos. La Setmana del Llibre en Català…

El Off Sant Jordi.

Exacto. Intentemos que no todo sea Sant Jordi.

Y que no todo sea Barcelona.

Y sobre todo que la gente lea todo el año.

Lo dices apenada.

Es que, al final, Sant Jordi, que es una fiesta maravillosa, es una fiesta en la que hay un gran consumo de libros. ¿Cuántos de esos libros se leen? Como editora estoy encantada de que se inventen los Sant Jordis que quieran. El consumo de libros es bueno también para la industria, es necesario, es bueno, me gusta, pero…

Como autor, es desesperante ver las colas que hay para personajes.

Sí, pero yo creo que nos lo tenemos que tomar con mucho relax. El problema que yo veo de fondo es que pretendemos que en Sant Jordi se arreglen todas las carencias que tenemos nosotros, y la carencia principal es que somos gente que lee poco. Si fuéramos gente que lee mucho, y después un día de Sant Jordi te encuentras a Frank de la Jungla firmando libros, no sería un problema, porque es una gran fiesta. No de la literatura, sino del libro, así que adelante. Ahora, claro, todos ponemos todas nuestras esperanzas, porque como el resto del año no leemos, cuando podemos nos aferramos. Yo creo que tendríamos que ir solucionando el problema de fondo, pero no tengo la receta.

¿Qué opinas de los cursos de escritura creativa? Porque publicasteis un libro de Maria Escalas, que descubristeis gracias al Ateneu Barcelonés, si no me equivoco. ¿Te parecen útiles los cursos?

Yo creo que los cursos de escritura creativa son útiles, pero también que somos un país un poco extraño. Muchas veces he tenido la sensación de que se escribe más de lo que se lee. La cantidad de manuscritos que llegábamos a recibir… si toda esa gente que nos está mandando manuscritos, hubiera entendido una cosa que para mí es importante, que es que al mismo tiempo que escribes, lees… porque la lectura también te ayudará en tu proceso de escritura, estaría muy contenta. Pero muchas veces tenía la sensación de que hay mucha gente que escribe y no es lectora. Y eso me resulta increíble.

En un curso que impartí, el primer día de clase pregunté qué libros leían y muchos alumnos decían que no, que no tenían tiempo ni de leer el periódico.

Es la sensación que tenía, entonces. Si son una estafa los cursos de creación… no. Porque si sale una Maria Escalas, estoy satisfecha. Contaba el editor de El señor de los anillos que, en toda su vida lectora, nunca encontró otro manuscrito enviado espontáneamente que le resultara interesante. Pero encontró El señor de los anillos, y lo justifica todo. ¿Qué tienen las escuelas de escritura, bajo mi punto de vista, que sea bueno? Primero, que está muy bien que, si la gente tiene un hobby que es escribir, también nos sirve un poco de filtro, y creo que eso para un editor es interesante. Te llegan muchos manuscritos sin filtro, y te llega cada cosa… Tanto los agentes literarios, en otro orden de cosas y con mucha más intensidad, como las escuelas de escritura hacen un poco ese trabajo. Ahora, que de todo lo que se produce en las escuelas de escritura, creo que hay pocas cosas realmente que sean publicables con garantías… Y hay muchas escuelas. ¡La del Ateneu es la segunda del mundo! Después de Nueva York, la segunda escuela de escritura con más alumnos es el Ateneu. Me lo dijo Muriel Villanueva, que era profesora allí. Eso es insólito. ¿Si son una estafa? Hombre, entre eso e ir a jugar a marcianitos, me parece un hobby mucho más bonito. Ahora, si eso es realmente útil… será útil en algunos casos. En el caso de Maria, por ejemplo, es un caso precioso. La escuela de escritura le sirve como lugar en el que canalizar una cosa que no sabe muy bien cómo hacer sola. Te da una pauta.

Marta Orriols también.

Ya la he leído. Me ha gustado mucho, porque tiene una voz muy personal, porque los cuentos no son fáciles, y ella a todos les saca punta. Si somos capaces de que salgan unas cuantas personas como Marta o Maria, perfecto. Ya lo justifica. Hay muchísima gente y lo que sale no siempre es publicable. Es escribible, pero no es publicable.

¿De qué libro te sientes más orgullosa como editora?

Yo, del libro que me siento más orgullosa, por motivos literarios y también no literarios, seguramente es de Un cel de plom. Es un libro que para mí ha sido…

¿Lo propusisteis vosotros?

No. Nos lo propuso Anna Soler-Pont. Un verano que yo estaba de vacaciones en Ibiza y se lo propuso a Marina. Marina Penalva estaba trabajando en Ara Llibres en aquel momento. Le dijo: «Tengo esto, solo es un capítulo, pero me tienes que decir algo enseguida». Y es sobre Neus Català. Lo ha escrito Carme Martí, que era una persona a quien yo no conocía. Había escrito un libro de relatos orales, y no la conocía. Me dijo: «Te lo tienes que leer hoy porque tenemos que decirle algo». Yo pensé: Neus Català, de entrada me interesa, pero para mí fue muy bonito porque lo que leí me dejó agarrotada, pero no solo por el contenido, sino por la fuerza literaria. Carme es una escritora de primera línea, y por tanto encontrar una historia como la de Neus Català, que tenía que reivindicarse… una mujer que aún estaba viva y que le podíamos hacer aquel regalo, que además era una restitución por todo lo que le había pasado… y que además eso fuera una magnífica novela. Y para mí lo fue porque además Pontas nos dio un voto de confianza, porque nosotros en aquel momento habíamos publicado pocas cosas de ficción. Era un libro importante, y nosotras estábamos seguras de que lo podíamos hacer bien, pero no necesariamente lo sabía todo el mundo. [Ríe]. Carme no había acabado de escribir la novela. Tenía aquellos capítulos, que eran muy potentes, y por tanto decidimos que lo haríamos, hicimos el contrato y entonces se acabó la novela, y la novela era maravillosa. Es una gran novela, Carme Martí es una gran autora y es una historia que se tenía que contar. Un país como el nuestro, con una persona como Neus Català, no puede ser que no tenga este libro. Y además, que fue un gran éxito de público lector. Es decir, encontró y sigue encontrando lectores. Es uno de los pocos casos en que diría que sí que hay fondo, sí que hay goteo. Funcionó en cuanto a encontrar lectores, y lectores apasionados. Eso me hizo muy feliz. Después, hay muchos otros libros que por muchos motivos diferentes me han hecho muy feliz. Me hizo muy feliz publicarte a ti, por ejemplo [sonrisa de complicidad].

Eso no puedo dejarlo.

[Ríe]. Y muchos libros que me han hecho muy feliz, por diferentes razones. Y libros de los que me siento muy orgullosa y no han funcionado. Pensaba: ¿qué libro te gustaría que hubiera funcionado y no ha funcionado? Nicolàs Valle, que es reportero de TV3, durante muchos años enviado especial de conflictos bélicos, hizo un libro, que se llamaba Secrets de guerra, precioso. Muy potente. Es un libro que habla de guerras, porque él las ha vivido, dijéramos, como reportero, en primera persona. Pero no es el típico libro de reportero de guerra. Es un libro muy profundo, que habla de guerra, pero sobre todo habla de nosotros. Es un libro que pasó, no te diré sin pena ni gloria, porque no es verdad, pero no encontró los lectores que yo sigo creyendo que necesita. Me siento muy orgullosa de haberlo publicado. Me da pena, porque pienso que algo hice mal para que un libro tan bueno no encontrara lectores. En algo me equivoqué.

¿Los editores en realidad lo que querrían es escribir?

Yo no. Clarísimamente. No he tenido nunca esa pulsión. Es una carencia que tengo. Siempre he encontrado en algún libro lo que yo sentía. Lo que quería contarme. Siempre lo he encontrado. De una manera o de otra. Quizá porque soy una persona simple, no lo sé. No me ha pasado nunca, sentir algo y no encontrarme en las páginas de otro. Y, por tanto, no he tenido nunca la necesidad de explicarlo. De una manera muy profunda, nunca he querido escribir. Solo me he escrito cosas a mí misma cuando yo sabía que tenía que salir de algún agujero, tenía que cicatrizar algo. Pero nunca en mi vida con voluntad estilística alguna. Siempre con voluntad vomitiva, por decirlo de alguna manera. No sé si es una cosa buena o mala.

Buenísima.

Siempre me he encontrado en los demás.

Hace un tiempo salió un libro de Sebastià Portell y lo entrevistaron en el programa Estat de gràcia, y por la tarde presentó en La Calders y fue un éxito. Al día siguiente, Isabel Sucunza dejó muy claro que sin los medios no podemos promocionar bien los libros y que, si todo el mundo hace su trabajo, salimos adelante. ¿Qué tienen que hacer políticos, medios o quien sea que no forme parte de la cultura para potenciarla y que las cosas funcionen?

Lo que me parece es que tenemos que poner la cultura en el centro. Es una cosa muy sencilla. Muy obvia. Tengo muchas veces la sensación de que hablamos de cultura cuando tenemos un problema y decimos: ahora vamos a hablar de cultura. No, la cultura forma una parte consustancial importantísima. Yo no lo veo reflejado en la clase política. No lo veo. No los veo hablar de libros, no los veo leer libros. No digo que sean los únicos, digo que eso refleja también un estado de las cosas. Acabas hablando de las cosas solo porque toca hacerlo. Hace falta que todos nos impregnemos de eso. Y por tanto, evidentemente, más presencia en los medios. Es obvio. Hay una parte que, si no está de una manera natural porque no le hemos dado como sociedad la importancia que debería tener, tendremos que forzarlo y por tanto tiene que estar. Una vez me preguntaron si yo quería más programas de libros, y yo decía que lo que quería era más libros en los programas. Es evidente que también quiero programas de libros. Por una parte, programas de libros.

Y, por favor, con Anna Guitart.

¡En todos! [Risas]. Sí, porque tenemos que hacerlo, debemos tener programas de libros, y después todo el mundo tendría que hablar de libros. Si le hacen una entrevista a alguien, a un político, o a alguien con proyección pública, preguntarle: «¿Y tú qué estás leyendo?». Da miedo la pregunta porque da miedo que el otro no tenga respuesta. Eso tenemos que incorporarlo de manera natural. Y después programas de libros… ¿cómo? Tenemos que hacer programas de libros que sean atractivos. Que sean atractivos no quiere decir que tengan mucha luz y colores. Yo, cuando veo a Anna y la oigo hablar de libros, me engancho. La empiezo a escuchar hablar de libros y me quedo clavada, me gusta. Si dejamos de ponerla a una hora que no sabemos cuál es, para empezar, que no sabemos ni a qué hora saldrá, y la ponemos en un lugar al que nosotros le damos importancia… coloquémosla en prime time en TV3. Eso es que le estamos dando importancia y por tanto la gente lo verá.

No es solo el programa, sino el mensaje que estás dando con el horario.

Estás diciendo muchísimas cosas con respecto al horario. Si publicas un libro en el mes de enero o junio, estás dando muchos mensajes. No necesariamente es peor antes de Sant Jordi o después, pero tú mandas un mensaje. Y, por tanto, el momento en que pones un programa dice mucho. Los medios tienen que hacer los libros más naturales en sus programas, y después algo que me resulta insólito: tienen que aprovechar mucho algo que tenemos en este país, quizá en otros también, pero que para mí es impagable: la prescripción de nuestros profesionales. Tenemos un ejército de libreras, bibliotecarias, periodistas culturales que son una joya, y que se saben expresar, y que tienen sus capillas, y que tienen seguidores. Y tenemos que aprender también que tenemos todo eso y tenemos una oportunidad única. Única, que no teníamos antes, que son las nuevas tecnologías. Las posibilidades que nos dan determinadas maneras nuevas de comunicarnos. Aprovechemos todo eso, porque tenemos carencias, pero también un tesoro. Que esa gente haga llegar esos mensajes en los medios convencionales, evidentemente, porque al final siguen siendo de masas; y en los no convencionales, porque también pasa ahora que de pronto una cosa funciona y nadie sabe por qué. Y resulta que la Sucunza ha dicho no sé qué, la Fe, en el Altell, ha comentado no sé cuánto, y Júlia de Can Roca ha dicho la suya. Aprovechemos eso y situémoslo en el centro. Tenemos que empezar por darle la importancia que tiene. Pero no le doy importancia porque me han dicho que es importancia. Le doy importancia porque es caudal. Me parece que socialmente no nos lo creemos. Si nos lo creyéramos…

Eso me va muy bien para acabar la entrevista, porque en Jot Down siempre acabamos pidiendo un libro y una película a todo el mundo, independientemente de su oficio.

A Trump le pidieron un libro y se ve que dijo un título que era lectura obligatoria en el instituto al que iba. Ahora no recuerdo el título. Eso es imperdonable. Libros: ¿puedo decirte dos?

Venga…

Te diría uno, pero es de un escritor hombre, y me hace ilusión que haya una escritora mujer. Para mí, La carretera, de Cormac McCarthy, es un libro que es una catedral, y es un libro sobre el abandono. Es un libro sobre saber abandonar, que es algo que a mí personalmente me interesa. No sobre que te abandonen, sino sobre saberlo hacer. Y otro libro que me conmovió mucho es el de Delphine de Vigan, Rien ne s’oppose à la nuit, Nada se opone a la noche. Es un libro sobre las heridas.

Muy alegres ambos.

Me gusta mucho leer libros alegres, pero los pocos libros que yo considero transformadores, los que me transforman a mí, los que me hacen ser una persona diferente… hay muchos que me gustan mucho y que no hacen esa función, pero los que lo hacen son terribles. Y de películas para recomendar… cuando era joven siempre decía Rumble Fish, porque es una peli de Coppola que me gusta mucho, que habla sobre la familia y sobre la fragilidad, cómo de difícil es ser frágil cuando todos somos frágiles… pero, si miro más cerca, una peli que me ha gustado mucho es Boyhood. Richard Linklater siempre me apasiona, porque simula que no pasa nada, y pasa todo. Es la trascendencia de la vida, de cuando parece que no pasa nada. La enorme trascendencia que tienen determinadas cosas que no parece que sean trascendentes. Eso también lo cuenta siempre muy bien Ian McEwan. De un detalle acaba transformándolo todo, porque los detalles de la vida a veces tienen ese poder. Y eso es muy guapo.


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